La primera cumbre entre Barack Obama y Mauricio Macri ya está en agenda

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macriA partir del 31 de marzo Washington será la ciudad anfitriona de la cuarta y última Conferencia sobre Seguridad Nuclear. La primera también tuvo lugar en la capital de Estados Unidos. Ambos encuentros quedarán en la memoria de la diplomacia argentina: según los archivos de la Casa Blanca el último encuentro en territorio norteamericano entre Cristina Kirchner y Barack Obama tuvo lugar en el marco de esa cumbre en abril de hace cinco años. La realización de esta conferencia en su capítulo 2016 será el pretexto perfecto para que en abril Barack Obama conozca personalmente a Mauricio Macri. Si bien en la charla telefónica del miércoles –mucho más extensa de lo que se sabe- no se acordó formalmente la fecha de un encuentro, la cumbre de seguridad nuclear llega en un momento ideal para acordar una reunión, tarea a la que ya están dedicados funcionarios norteamericanos y de la diplomacia macrista.

El presidente argentino llegará a Washington en su mejor momento, como una vez escribió el periodista Roberto García en referencia a una visita de Carlos Menem. García se refería la ciudad: es la primavera y las flores de los cerezos japoneses plantados hace décadas en el Mall frente a la Casa Blanca visten a la capital del mundo con sus mejores galas botánicas.

Antes de avanzar, repasemos la historia: Cristina Kirchner se reunió varias veces con Obama en los últimos años, pero nunca en la casa de los presidentes norteamericanos. En la misma Washington por la primera cumbre de seguridad nuclear en el 2010, en Cannes en el 2011, o en Cartagena en la Cumbre de las Américas en el 2012. Muchos años le costaron a ambos presidentes darse cuenta que las reuniones eran inútiles. La Casa Blanca se quejó años después de que Cristina incumplió o tardó mucho en cumplir los sucesivos pedidos de Obama, que fueron desde arreglar los juicios en el Ciadi, cerrar la cuestión de la deuda –antes de que estallara el conflicto en la sede judicial en Nueva York– o convertir a Argentina en un mediador confiable de la región con Venezuela. Lo que pasó en la relación bilateral es sabido y conocido. Solo habría que recordar que en febrero del 2011 el canciller Héctor Timerman, en uno de los actos más ridículos de la historia de la diplomacia argentina, incautó material norteamericano en el aeropuerto de Ezeiza. Lo hizo con ayuda de un alicate. Meses después, el material debió ser devuelto en el marco de un conventillo internacional. Comenzaban los tiempos de la frialdad del kirchnerismo con los norteamericanos y viceversa, que tuvo su mayor desencuentro en la Cumbre de las Américas versión 2015 en Panamá, cuando Obama se levantó de la reunión al comenzar el discurso de Cristina. Hubo intentos por revertir la situación, como el inesperado viaje de la entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton a Buenos Aires en marzo del 2010. Pero, por supuesto, quedaron en nada.

A su vez el primer encuentro entre un presidente norteamericano y un Kirchner, fue con Néstor en la Casa Blanca el 23 de julio del 2003, dos meses después de la asunción del argentino al cargo y con George W. Bush en el poder de los EEUU. Se pensaba que esa reunión tendría lugar en septiembre u octubre de aquel año, pero la diplomacia argentina se sorprendió por la premura norteamericana, al punto tal que la comitiva argentina al principio sospechó por el temario del encuentro. Una vez reunidos se tranquilizaron. Fue la reunión en la que Kirchner le tocó la rodilla a Bush, cuando charlaban sobre el peronismo. El patagónico salió diciendo que todo había sido muy bueno. El inusual gesto norteamericano tenía su explicación: nunca habían recibido a Eduardo Duhalde, querían apoyar la transición y por otro lado hacer olvidar su irrestricto apoyo al régimen de Fernando de la Rúa. Fue la última reunión de un presidente argentino en la Casa Blanca. Ya pasaron más de 12 años de de aquel encuentro. Cristina Kirchner conoció la casa de los presidentes norteamericanos como Primera Dama. Nunca como Presidente.

El hielo en la relación comenzó curiosamente en una playa. La de Mar del Plata. En el marco de la Cumbre de las Américas. Kirchner dejo en ridículo a Bush desestimando sus planes comerciales para la región –el malogrado ALCA– en lo que fuera su presentación internacional como vocero de las ideas políticas del venezolano Hugo Chávez. La derrota para Bush fue tan fuerte que puso a la región en stand-by hasta el final de su mandato. Brasil, como siempre, jugó a dos puntas. Apoyó moralmente al eje Chávez-Kirchner. Pero Lula viajo en el avión de Bush de regreso a Brasil. Historias de la historia.

Se suele decir en el mundo de la política exterior que si algo tiene Estados Unidos es memoria –aparte de cañones– y ponen como ejemplo la caza de Osama Bin Laden. Tarde o temprano lo atraparían. Fue tarde, pero lo hicieron.

Desde aquella cumbre de Mar del Plata en noviembre del 2005 nada sería igual en la relación argentino-norteamericana. Hubo intentos de mejorar –la llamada y carta de Obama a Cristina por la muerte de Kirchner en noviembre del 2010 o el apoyo de la Casa Blanca a la postura argentina al principio en la guerra judicial con Thomas Griesa-,pero el estallido del caso Antonini Wilson en el 2007, el episodio Timerman, la pasión argentina por sostener el eje Caracas-Buenos Aires con escala en Cuba, y la retahíla de discursos de Cristina en los foros internacionales siempre en contra de EEUU al punto de dudar de la existencia del ISIS (Naciones Unidas, 2014) terminaron por matar la relación.

No es un secreto a voces que el Departamento de Estado y la embajada norteamericana apostaban a un cambio de régimen. La Casa Blanca, poniendo al país en la góndola de la insignificancia mundial, ni siquiera se preocupó por seguir los acontecimientos internos, mas ocupada por mejorar las relaciones con Cuba o buscar aislar a Nicolás Maduro. El embajador Noah Mamet se apuró a sacarse una foto en el verano con el gobernador bonaerense. No se sabe si porque tenía inside information –proporcionada por el hábil y cambiante consultor Fabián Perechodnik– de que Daniel Scioli cambiaría la política exterior kirchnerista o por cholulismo diplomático. Después vinieron los encuentros con Macri y Sergio Massa –quien en 2014 hizo la mejor visita de un candidato a Estados Unidos– de rigor. Diplomacia pura: con Macri y Massa habría coincidencias naturales. Con Scioli había que buscarlas.

La victoria de Macri, resulto una gran noticia para Washington. Pero aterrorizados con su suerte con los argentinos, en el comunicado de rigor apostaron a las frases hechas tales como que Obama «enfatizó la larga colaboración entre los Estados Unidos y Argentina» expresando a su vez «su compromiso para aumentar la cooperación en temas multilaterales, mejorar los lazos comerciales, y expandir oportunidades en el sector energético». En el texto no figuran los temas clave que tocaron Obama y Macri, probablemente para no incomodar a Cristina y dado el status de presidente electo del argentino.Para la asunción de Macri viajara una delegaciónnorteamericana que se espera este encabezada por un funcionario con rango de ministro. Por de pronto John Kerry, el Secretario de Estado ya mando a decir que tiene compromisos internacionales previos. Traducción: no es grave que Kerry no venga. Pero hubiera sido una gran noticia que lo hiciera.

Los ejes de la futura relación argentino-norteamericana transitarán por los mismos tópicos de la charla vía teléfono: para Macri mejorar la relación con Washington es fundamental en función de un mejoramiento del comercio exterior, de la urgencia por conseguir dólares y de resolver los conflictos con los holdouts. Se verá como la Casa Blanca puede ayudar en eso. Para los EEUU, la aparición de Macri es una bendición del cielo. No por casualidad el líder de Cambiemos en su primera conferencia de prensa como presidente electo tomó postura en favor de la oposición venezolana confirmando que irá a la cumbre del Mercosur a exigir la aplicación de la cláusula democrática contra Caracas. Música para los oídos de Washington. Obama agradeció el gesto y llamó.

La importancia para Estados Unidos del discurso internacional del nuevo gobierno argentino va más allá de las relaciones bilaterales. Desde los tiempos de Arturo Frondizi y John F. Kennedy, los norteamericanos le otorgaron a Argentina una importancia más política cultural que económica o comercial en la región. También valoran su sorprendente cooperación en la lucha contra el terrorismo, probablemente producto de los atentados en la Embajada Israelí y la AMIA. Pero, para Washington, el régimen de Maduro, si bien cuenta con el apoyo del ecuatoriano Rafael Correa y el boliviano Evo Morales, tiene un fuerte sostén en Buenos Aires. Como no pueden imponerle a Brasil que deje de sostener a Maduro, apuntan a aislar a la complicada Dilma Rousseff, dejándola ya sin la compañía de Argentina en la solidaridad con el régimen chavista. No es poco.

Los asesores en política exterior del presidente electo –Fulvio Pompeo o el propio Marcos Peña- no apuestan a volver a la demagogia empalagosa menemista de los 90 con Washington. Y dicen, no sin razón, que la postura de Macri con Venezuela tiene que ver más con sus convicciones personales y políticas que con congraciarse con Estados Unidos. De hecho el primer viaje del presidente Macri será a Brasil, el segundo a Paraguay a la cumbre del Mercosur y probablemente otro a Chile antes de fin de año. Hay previsto un periplo por Europa y otro a China, cuya organización está a cargo de Diego Guelar. Por estas horas Macri recibirá aquí en Buenos Aires al canciller español José Manuel Garcia-Margallo. Los Estados Unidos quedarán para abril.

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