Siria entra en el sexto año de conflicto como tablero de una nueva guerra mundial

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Foto AFP

El 11 de marzo de 2011, en medio de los aires de esperanza creados en el mundo islámico por los levantamientos conocidos como Primavera Árabe, una pequeña multitud salió a protestar en la ciudad sureña de Dera’a por la detención y tortura de jóvenes opositores. Fueron reprimidos.

La muerte de tres manifestantes en la calle y el clima de insurgencia que se respiraba en la región -y según el gobierno sirio, el fogoneo de las potencias occidentales- desataron una ola de protestas que pedía reformas políticas y hasta la renuncia del presidente Bashar al Assad, y una represión gubernamental generalizada.

Cuánto más crecía la represión, más oficiales del Ejército desertaban y más visibles se hacían las milicias opositoras. Y cuanto más se calentaba el conflicto, más evidente se hacia la injerencia de potencias extranjeras.

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Estados Unidos y los países más poderosos de Europa anunciaron de entrada su apoyo político -y con el tiempo, económico y militar- a milicias insurgentes, mientras que Rusia continuó vendiendo armas a Damasco, pese a la represión contra civiles.

Pero con el pasar de los años, la injerencia dio paso a ofensivas militares extranjeras, y actualmente el complejo mapa sirio se encuentra dividido entre actores locales e internacionales, con alianzas y estrategias cruzadas.

Tras cinco años de guerra y entre 250.000 y 270.000 muertos, el gobierno sirio, con la ayuda en el terreno de la milicia islamista libanesa Hezbollah, mantiene el control sobre gran parte del oeste del país, principalmente en la zona central y del Sur, sobre la costa del Mediterráneo y casi toda la frontera con Líbano.

El Ejército sirio, en cambio, perdió el control de la frontera sur con Israel y parte de Jordania, a manos de un conjunto de milicias insurgentes, tanto laicas como islamistas.

Damasco tampoco controla la frontera norte con Turquía.

Desde el extremo este hasta la zona central y en una pequeña porción del noroeste, la región limítrofe está en manos de milicias kurdas sirias, aliadas a la guerrilla independentista turca, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), y, por lo tanto, enemigas del gobierno turco.

Una de las contradicciones más explícitas a la que dio origen el conflicto sirio se concentra en esta zona.
Mientras Turquía bombardea e intenta frenar el avance de las milicias kurdas sirias, sus socios dentro de la OTAN -Estados Unidos y las potencias europeas- envían dinero y armas y apoyan con bombardeos aéreos a esos mismos grupos armados, con la esperanza de frenar el avance del Estado Islámico (EI).

Desde 2014, esta milicia islamista radical, que nació en el vecino Irak bajo la ocupación militar estadounidense, avanza en los dos países, especialmente en las regiones lindantes, llegando a tomar algunas de las principales ciudades de los territorios y borrando parte de la frontera común.

En el norte de Siria, particularmente en el noroeste, el EI controla parte de la frontera con Turquía, mientras que el extremo oeste sigue en manos de otras milicias opositoras, que incluyen tanto grupos laicos y aliados directos de Estados Unidos y Europa, como al Frente al Nusra, la rama local de Al Qaeda.

El dominio del EI se extiende a lo largo de las zonas fértiles de las orillas de los ríos Éufrates y Jabur, hasta la frontera este con Irak, y en una región, principalmente rural, del centro del país, al oeste de las zonas controladas por el Ejército.

Desde septiembre de 2014, Estados Unidos y una coalición internacional, que incluye desde sus socios europeos hasta sus aliados en Medio Oriente -Turquía y Arabia Saudita, principalmente-, bombardean desde el aire sin la aprobación de la ONU las posiciones del EI, en el norte y el oeste de Siria.

También asisten con dinero, armas y entrenadores a grupos insurgentes que encabezan el combate contra esa milicia islamista en el terreno.

Washington gastó millones de dólares para entrenar rebeldes en Turquía y Jordania y enviarlos a combatir dentro de Siria, pero la mayoría murieron o fueron capturados. Por eso, ahora, prefiere depender de las milicias locales que han demostrado ser eficaces en el terreno, como los kurdos en el norte.

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Al cumplirse un año de los bombardeos de Estados Unidos y sus socios, Rusia, una de las potencias mundiales que siempre se mantuvo al lado de Al Assad, también inició su propia campaña de ataques aéreos en Siria contra el EI en el norte y en el centro del país.

Washington y Europa, sin embargo, acusan a Moscú de atacar zonas controladas no sólo por el EI, sino por otras milicias opositoras, que ellos consideran moderadas, especialmente las que se mantienen fuertes en el noroeste del país, en la región de Alepo, en el centro, alrededor de las ciudades de Homs y Hama, y en el sureste, fronterizo con Israel y Jordania.

Estos bombardeos aéreos acompañaron una renovada ofensiva del Ejército sirio, que recrudeció la situación humanitaria, especialmente en el noroeste y en el suroeste del país.

Según cifras de la ONU, más de la mitad de la población tuvo que abandonar su casa desde que comenzó la guerra.

Unos 6,6 millones buscaron refugio dentro del país, mientras que otros 5,7 millones cruzaron las fronteras. La mayoría de estos últimos viven abarrotados en los campos de refugiados de los países vecinos, pero desde el año pasado cientos de miles arriesgan sus vidas y gastan todos sus ahorros para llegar a Europa y pedir asilo político.

La profundización de la guerra siria hace tiempo que sobrepasó las fronteras de esa otrora potencia árabe y exportó crisis humanitarias a todos los países vecinos y a la propia Unión Europea (UE).

Temerosos de una desestabilización con consecuencias inesperadas, Estados Unidos y Rusia lograron hace casi dos semanas imponer una tregua que, pese a sufrir cotidianas violaciones, aún es aceptada por el gobierno sirio, la mayoría de la oposición armada y las dos superpotencias.

Si la tregua logra mantenerse durante un tiempo prologando, la ONU cree poder, no sólo entregar ayuda humanitaria en las zonas más críticas, sino principalmente abrir una negociación de paz en Ginebra que finalmente logre superar los primeros encuentros protocolares y plantear las bases de una resolución pacífica del conflicto.

Fuente: Telam

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