Hace apenas dos años, Bélgica era de los Estados europeos que parecían ajenos a las amenazas terroristas. Con el ataque que acaba de dejar al menos 34 muertos y cientos de heridos en Bruselas, sin embargo, el país acaba de convertirse definitivamente en unos de los escenarios del terrorismo en la Unión Europea (UE) y, algunos dicen, en la «cuna» del yihadismo europeo.
La capital ha quedado aturdida por las explosiones reivindicadas por el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) en el aeropuerto y en la estación del metro, a escasos 400 metros de las sedes donde funcionan la Comisión Europea y el Consejo Europeo, los cuarteles generales de la UE.
El primer aviso de este fenómeno fue en mayo de 2014, cuando un yihadista francés atacó el Museo Judío ubicado en esta capital, donde asesinó a 4 personas. A raíz de ese episodio, las autoridades belgas reforzaron la seguridad en las zonas estratégicas y por primera vez registraron el fenómeno de los «combatientes extranjeros».
En efecto, de acuerdo con un artículo publicado en el diario El País, Bélgica es el país con más cantidad de jóvenes de nacionalidad europea que viajaban a Siria o Irak para unirse a las filas del yihadismo. Con casi 500 personas que en algún momento han viajado a dichos países de Medio Oriente, el país de 11,2 millones de habitantes era el que más yihadistas per cápita registraba en Europa.
No obstante, fueron los sangrientos atentados en París del 13-N, que dejaron 130 muertos, los que mostraron la magnitud de la amenaza terrorista en suelo belga: la investigación demostró que los ataques habían sido planificados y orquestados en Bruselas por jóvenes europeos de origen musulmán.
El barrio árabe de Molenbeek fue el escenario en el que el joven Salah Abdeslam, el «cerebro» detrás de los atentados, se había radicalizado y donde fue finalmente arrestado, el pasado viernes. Según El País, ese distrito cercano al centro histórico de Bruselas ha estado de alguna manera conectado con buena parte de los atentados que han golpeado Europa en los últimos años, incluido el 11-M español.
Con todos esos indicios, y la sangre aún fresca en la vecina Francia, las autoridades belgas ordenaron en diciembre el cierre preventivo durante varios días de varias instituciones públicas, tras descubrir que la amenaza terrorista era mayor de lo que se creía.
Lo sucedido este martes 22 no llega, entonces, por sorpresa. Lo paradójico en todo caso es que los ataques han golpeado los dos núcleos más vigilados de la capital desde el 13-N: el aeropuerto de Zaventem, el principal del país y uno de los de más tráfico de Europa, y la zona donde se sitúan las principales instituciones comunitarias, conocida como Schuman.
Todos esos organismos (la Comisión Europea, el Consejo Europeo, la Eurocámara y el servicio diplomático, entre otros) cuentan con dispositivos de seguridad incrementados, incluida la presencia de militares en las instalaciones. Lo mismo ocurre con las dos paradas de metro de esa almendra central: Maalbeek (la que ha sufrido la explosión también este martes) y Schuman.
Así y todo, para Bélgica no ha sido suficiente.