Y aunque el drama se cuenta por millones, en el último año hubo dos fotos que conmovieron la retina mundial -sea por inmediatez y por potencia esclarecedora- y volvieron a poner en la palestra el estado de indefensión de los niños y niñas.
Con el pequeño Omran, cubierto de polvo y sangre, sobreviviente de un bombardeo en Alepo, Siria, se digirieron de un sólo trago amargo los bombardeos continuos en ese país, donde se disputa una guerra de más de cinco años en la que confluyen todas las potencias mundiales.
Con el cuerpo del pequeño sirio-kurdo Aylan Kurdi, muerto boca abajo sobre la orilla de una playa turca, el mundo empezó a orientarse en el drama -cada vez más profundo e ignorado más allá de un tratamiento nominal- de los millones de refugiados que intentan escapar de las guerras.
Pero así como Omran y Aylan, pequeñas víctimas tristemente célebres, hay 86,7 millones -dos veces la población argentina – de niños menores de siete años que nacieron en conflictos armados, según el organismo de la ONU para la infancia (Unicef).
«Estos chicos están frecuentemente expuestos a traumas extremos, en un estado de estrés tóxico, una condición que inhibe las conexiones de las neuronas, con consecuencias significativas en su desarrollo cognitivo, social y emocional», explicó un informe de Unicef sobre que remarca que el desarrollo cerebral de estos niños «está en riesgo».
«A esto se suma la amenaza física inmediata que enfrentan y el riesgo de cicatrices emocionales profundamente arraigadas», subrayó Pia Britto, Jefa de Desarrollo Temprano de Unicef.
La niñez mundial en estado de emergencia es al mismo tiempo una paradoja.
«La convención de los Derechos del Niño es el tratado internacional más ratificado de la historia, lo que significa que casi todos los países se comprometieron a hacer cumplir todos los derechos de los niños. Obviamente esto no está pasando en muchos partes del mundo», dijo a Télam Blanca Carazo, una de las responsables de Unicef España.
«Así como en algún momento hubo un compromiso con los niños, ahora se habla de una generación perdida», agregó.
Además de la cercanía a la muerte, del desarrollo cerebral en peligro, los chicos en el ojo de la tormenta bélica «no tienen servicios básicos desde el parto y en los primeros minutos de vida», subrayó Carazo.
Estos chicos pueden morir por una bomba o un misil, también por una enfermedad o una herida, incluso, por un parto de mediana complejidad. Todo evitable.
«Se arriesgan a todo tipo de violencia, secuestro, reclutamiento y abusos, incluyendo sexuales», remarcó la española.
Pero aún vivos no pueden, ni siquiera, ir a la escuela. Cuatro de cada 10 no asiste.
«Un niño que no puede ir a la escuela tiene muchas menos oportunidades y, en una situación de conflicto, la escuela puede ser el lugar de protección y donde aprende a relacionarse desde la no violencia. Es muy importante si queremos cambiar las cosas», indicó Carazo.
La muerte cercana, hambre, enfermedades, derechos vulnerados, secuestro, abusos sexuales, soledad, rabia. Las cifras son alarmantes, sí. Pero los peligros las robustecen.
Uno de los países más terribles para vivir -y seguramente morir – como niño es Yemen, en el sur de la península Arábiga, el mismo que el miércoles pasado la ONG Médicos del Mundo tuvo que abandonar porque las actividades humanitarias allí son «prácticamente imposibles».
Los intensos combates, la extrema inseguridad y la escasez de alimentos están a punto de llevar al país al colapso y la situación afecta a más de 21 millones de personas.
Alrededor de 10.000 ya murieron desde marzo de 2015, cuando el conflicto se agravó con una campaña de ataques aéreos de Arabia Saudita. De esos, 1.121 eran chicos, mientras que otros 1.650 menores resultaron heridos. En concreto: seis niños mueren o son heridos por día.
Jamie McGoldrick, director de la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) en Yemen, sostuvo que «hay 1,5 millones de niños que padecen malnutrición, de los cuales 400.000 sufren una fuerte desnutrición que pone en riesgo sus vidas».
Otro país en el que es un infierno nacer y crecer es Sudán del Sur.
En el país más joven del mundo, en conflicto desde 2013 cuando el presidente Salva Kiir denunció un golpe de estado orquestado por su vicepresidente, hay más de 2,5 millones de niños en peligro.
Desde Unicef alertaron que hay riesgo de «que se declare próximamente la hambruna», una alerta por demás de peligrosa en un país con la mayor proporción de niños fuera de la escuela: 1,4 millones.
En la región del lago Chad, en el centro de África, cerca de 1,5 millones de niños fueron desplazados por la violencia del grupo yihadista nigeriano Boko Haram, mientras que casi medio millón de niños de esa zona sufren desnutrición aguda grave este año.
Según el informe «Children on the move, children left behind» (Niños en movimiento, niños dejados atrás) de Unicef, desde 2014, 86 niños fueron obligados por Boko Haram a perpetrar ataques suicidas.
Boko Haram fue reconocido mundialmente por secuestrar a 219 estudiantes – las llamadas «niñas de Chibok»- hace más de dos años. Su objetivo es imponer un califato islámico y su herramienta predilecta es atentar contra el sistema educativo en el noreste Nigeria.
No importa el conflicto y sus características, en todos los niños son los civiles más vulnerables.
Hace 10 días en la capital turca, por ejemplo, la policía desmanteló un colegio clandestino de la milicia radical islamista Estado Islámico (EI) donde se adoctrinaba a más de 30 niños.
En esa misma línea, medios españoles difundieron en la últimas horas un video en el que se ve cómo milicianos encuadran a un grupo de chicos en las filas de ISIS, repartiendo propaganda o dinero, hablando en mezquitas o en pleno combate.
«En muchos países en conflicto secuestran a los niños para que se unan a los grupos. Muchas veces, si un grupo armado arrasa una comunidad, los niños no tienen otra forma de sobrevivir que unirse a ellos porque es la única manera de conseguir alimentos», contó Carazo.
Y, ¿dentro de 15 años, qué hombres y mujeres serán? En Unicef, ya están haciendo campaña para que no haya «una generación perdida».
«Estos niños -explicó Carazo- pueden acostumbrarse a normalizar y relacionarse desde la violencia. Hay que ofrecer alternativas y espejos donde mirarse».
Siempre hay esperanza, cerró la española, si no «no podríamos hacer este trabajo».
«Es impresionante escuchar a los chicos como quieren ser maestros o médicos porque siguen teniendo sueños, mirando hacia adelante, si ellos no se rinden ¿cómo podemos hacerlo nosotros que estamos en un lugar mucho más cómodo?».
Fuente: Telam