Si se necesitaba otra prueba para constatar la crisis que está viviendo el peronismo, es que la CGT sale a ocupar el centro de la escena política para catalizar la oposición peronista y ponerse al frente de los reclamos contra un Gobierno que le resulta ajeno. Como se repite a través de la historia, la central de trabajadores moldeada por el coronel Juan Domingo Perón en 1943, cuando fue secretario de trabajo, es la columna que se erige para sostener los fragmentos dispersos a diestra y siniestra, carentes de liderazgo y estrategia, exhaustos después de 12 años de kirchnerismo.
No sólo adhieren a la marcha el Partido Justicialista nacional, cuyo presidente es el sanjuanino José Luis Gioja (en plena campaña electoral para renovar su banca) y el PJ de la provincia de Buenos Aires (presidido por el ex intendente de La Matanza, Fernando Espinoza), sino un colectivo dispar que va desde la ex presidente Cristina Elisabet Kirchner y su militancia de La Cámpora, hasta el Frente Renovador, el Partido Socialista, las dos CTA, los movimientos sociales, la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) y la Confederación General Empresaria (CGERA).
Las fracciones peronistas más opositoras buscaron todo el año pasado un catalizador que las uniera para expresar su disgusto político. Lo intentaron con el papa Francisco, cuya imagen esperaban usar en una marcha que finalmente no llegó a hacerse. También con las requisitorias judiciales a Cristina, pero cada vez iba menos gente. Finalmente llegó la convocatoria que esperaban y algunos pretenden que sea algo parecido a la marcha del 30 de marzo de 1982, cuando miles de personas de lanzaron a las calles para pedir el retorno de la democracia. Porque, ya sabemos, «Macri, basura, vos sos la dictadura».
Pocos recuerdan que a ese inolvidable 30 de marzo le siguió el delirante 2 de abril, el más grande dislate en política exterior de todos los tiempos. Saúl Ubaldini fue protagonista en ambas oportunidades, liderando la resistencia callejera primero y viajando a las Islas Malvinas junto al general Leopoldo Galtieri después. El dirigente cervecero también fue quien comandó otra resistencia, ya con la CGT unificada, contra Raúl Alfonsín, a quien perjudicó con 13 paros nacionales y una tenaz oposición al gobierno democrático, al que logró desgastar.
La CGT de hoy está conducida por un triunvirato, en un país donde los triunviratos en la historia son el sinónimo de la inacción y en un movimiento que es verticalista-dependiente. Tampoco en el sindicalismo apareció ese líder detrás del cual encolumnarse. No hay un Augusto Timoteo Vandor, ni un José Ignacio Rucci o Lorenzo Miguel, tampoco un Ubaldini. Un triunviro es lo máximo que pudieron acordar los principales jefes sindicales para lograr lo que el Gobierno esperaba demorar, la unidad del movimiento obrero.
La triunviralidad (palabra que no existe, por cierto, pero que acabamos de inventar porque aplica muy bien para comprender el actual estado de cosas) es de tal magnitud que el documento que se leerá el martes está redactado a tres manos. Y los que hablarán en el escenario también serán tres: Carlos Acuña, Héctor Daer y Juan Carlos Schmidt en ese orden alfabético, según informaron a Infobae. También son tres los puntos centrales que serán abordados en el documento: caída del poder adquisitivo, baja del consumo y apertura de importaciones. Y tres son los responsables de la movilización y el orden de llegada de las columnas.
Y para los que se quejan de que Mauricio Macri es un excéntrico a la hora de gestionar (finalmente, él también tiene su triunvirato, con Marcos Peña, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui), la CGT sube la apuesta: es la primera vez en la historia del movimiento sindical que la central obrera realiza una movilización al Ministerio de Producción. Ni al Ministerio de Trabajo, ni al Congreso, ni siquiera al Cabildo o la Casa Rosada, sino a una sede administrativa que nadie sabe muy bien dónde queda ni quién es el responsable. Es el mayor gesto de amistad que los sectores más dialoguistas pudieron ofrendarle al Gobierno.
Aunque sabemos que no fue el único. Durante todo el año frenaron distintos intentos por convocar a un paro nacional que impulsaron los sectores más duros, básicamente los conducidos por la familia Moyano. Al arrancar el año, y con gran muñeca política, los principales dirigentes cegetistas salieron con los tapones de punta en sus declaraciones políticas. Parecía que se venía el acabóse, pero sólo se trató de una marcha que -más adelante- se transformará en un paro nacional, aunque todavía no hay fecha y, probablemente, solo se concrete cuando ya esté lanzada la competencia electoral. Es decir, cuando el Gobierno pueda decir que se trata de «un paro político» y a nadie le quepan dudas.
No la tienen fácil los sindicalistas. Se pasaron una década juntando orina para los análisis de lealtad que Néstor y Cristina les tomaban a diario, mientras crecía a niveles indecibles la deuda del Estado con las obras sociales, una retención a los fondos generados por el Fondo Solidario de Reidstribución (FSR) que llegó a $29.000 millones desde el 2003 al 2015. Fue la manera con la que ambos ex mandatarios mantuvieron de rodillas a los gremios, que se vieron obligados a sostener las obras sociales desde los sindicatos, desfinanciando ambos.
Luego de una negociación que duró varios meses, en agosto llegaron a un acuerdo con el Gobierno para cobrar en efectivo y en bonos un total de 30.000 millones de pesos. Aunque ya había sectores que pugnaban por un paro, los más rebeldes tuvieron que tragarse su antimacrismo. «No hay humor social y podemos parecer desestabilizadores», decían los moderados. Ahora las cosas parecen estar cambiando aceleradamente, al ritmo de encuestas donde baja la imagen presidencial y la reactivación económica se hace esperar.
A lo que se suma la nueva exigencia oficial de que los afiliados a las obras sociales sindicales que necesiten tratamientos de alta complejidad abran una cuenta bancaria para que el Estado les haga directamente la transferencia de los fondos requeridos. «¿Ehhhhhhh? ¿Qué, qué, qué? ¿De qué está hablando esta gente?», preguntaba y volvía a preguntar un conocido hombre de los gremios. En efecto, la vieja dirigencia sindical nunca escuchó una osadía semejante: nadie se atrevió a tanto.
En los últimos días, el Gobierno no pareció inmutarse con la movilización cegetista. Por lo menos, no hubo forma de que ninguno de los principales funcionarios hiciera para Infobae una lectura del panorama que enfrentará en esta semana que se inicia. Se ve que tenían demasiados problemas con dos conciliaciones obligatorias dictadas a los docentes y futbolistas que, por lo visto, ninguno de los dos tiene pensado acatar.
El único que puso la cara, otra vez, fue el propio Presidente. El viernes al mediodía, después de una reunión de coordinación que tuvo con el equipo de salud, mantuvo un encuentro a solas con el secretario general de UATRE y titular del partido FE (que participa de la coalición Cambiemos), Gerónimo Venegas.
Dicen que fue una reunión que empezó difícil porque el sindicalista le reclamó por la situación de los trabajadores yerbateros. «Te tienen mal informado, Mauricio», parece que le dijo el «Momo», molesto porque el Instituto Nacional de la Yerba Mate no cumple con el precio sostén de 5.10 pesos acordado. De ahí, el sindicalista marchó a ver a los funcionarios del área pero, antes, hablaron de política y sindicalismo.
Es que el pasado 24 de febrero, en conmemoración a la primera elección que ganó Perón, Venegas fue ratificado como secretario general de las 62 Organizaciones Peronistas, un agrupamiento que nuclea a 81 gremios con los que piensa lanzar una CGT alternativa apenas el triunvirato decrete un paro nacional. «El congreso que eligió al triunvirato de la CGT es nulo de nulidad absoluta», repitió allí.
Como sea, en la CGT se espera una gran movilización, una que supere la llamada «Marcha Federal», que en setiembre del año pasado colmó la Plaza de Mayo y zonas aledañas «contra el tarifazo, el ajuste y los despidos», a donde asistieron desde Amado Boudou y Luis D’Elía hasta Estela de Carlotto y fue cerrada con los discursos de Hugo Yasky y Pablo Miceli.
¿Qué considerarían una buena recepción de las demandas de la movilización por parte del Gobierno?, preguntó Infobae a un sindicalista. «Con un guiño para reactivar el consumo y reducir el ingreso de las importaciones, o por lo menos sentarse a discutir qué es lo que se deja entrar, el paro podría dejarse de lado», fue la respuesta. Trasladada la respuesta a un muy alto funcionario, se obtuvo el siguiente comentario: «el consumo se está reactivando y no hay ingreso indiscriminado de importaciones, todo lo contrario. Obvio que no tenemos ningún problema en discutir qué se deja entrar y cuándo, de hecho lo discutimos con varios de ellos».
¿Entonces? A veces parece que en la Argentina las discusiones son en torno a cuestiones que no pueden formularse en nada concreto, como si lo único posible fuera el enojo contra el otro porque se produjo un error en la historia y ganó unas elecciones que no le correspondían.
Arranca una semana con alto protagonismo sindical no solo de la CGT, sino también de los gremios docentes, negados a cualquier acuerdo, por lo menos, en la provincia de Buenos Aires. El Gobierno deberá mostrar si tiene uñas de guitarrero para lidiar con los que no les alcanza la legitimidad del voto y solo buscan verlos fuera de la Casa Rosada, que nunca debieron ocupar.