Cronología de una tragedia que el Indio Solari intuyó pronto

0
1131

Habían pasado 24 minutos de show y todavía rebotaban las últimas notas del tema Ropa Sucia, clave en la mitología ricotera, cuando la voz de Indio Solari, ampliada en las 15 torres de sonido que cubrían la capacidad auditiva de las más 300 mil personas apretadas como en un feedlot, salió desesperada. «La gente de Defensa Civil, ¡¿dónde está?! Hay gente tirada en el suelo. Si siguen empujando así no vamos a terminar el show. Desgraciadamente se junta mucha gente y no se puede controlar. Paren un cachito, están pisando a gente que está borracha».

Abajo, éramos 300 mil personas. La mayoría en estados de ansiedad extrema, con una idea que volaba por las cabezas de los más fanáticos y los más melancólicos. La noción de que esta, quizás, era la última vez del Indio en vivo.

Lo que vino después de la frase desesperada de Solari ya no fue un recital. Había algo en el aire, en la voz del cantante y en los largos espacios entre tema y tema que hacían pensar en una situación más jodida que sólo gente borracha.

A las 22.39 el Indio volvió al escenario y pidió a todos que nos corriéramos «dos metros para atrás» para dar espacio y que pudieran respirar. «¡Córranse un cachito que la están pisando!», clamó. Y luego volvió al tono paternal: «Tengan cuidado. Habíamos quedado en eso. Estuvimos hablando toda la semana que iba a venir mucha gente. Hay 200 y pico de mil personas y son diez por los que estamos teniendo quilombo». Su discurso se interrumpió de golpe, y el cantante, vestido con campera roja, le gritó a alguien: «Qué tiras pelotudo».

A las 22.42 la banda volvió con los instrumentos. Entonces el Indio anunció que regresaban, que si no iba a ser peor (claro, todos sabíamos que si el show se suspendía la reacción iba a ser peor que la excitación). Y Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado retomaron con «Héroes del whisky».

No sé si whisky, pero abajo había mucha cerveza, mucho fernet, mucho zarpado y mucho barro. También, aunque más lejos del escenario, había familias enteras, niños en los hombros de sus padres, sesentones y adolescentes saltando alegremente con el teléfono celular captando todo.

Lo que no sabíamos en el predio La Colmena, cuando Solari retomó las canciones, era que a esa altura los dos muertos ya estaban en el hospital. La paradoja era evidente. Porque, a pesar de la desorganización y el riesgo permanente, los conciertos de Solari son un espacio de igualación social. Todos pagan (los que pagan) el mismo precio por la entrada. No hay plateas, ni VIP, ni marcas que llevan modelitos. Ahí abajo somos todos iguales. El ingeniero, el periodista y el que salió este año de la cárcel.

A las 22.54 la banda volvió a dejar los instrumentos. Y el Indio otra vez aclaró que era «por 20 pelotudos». Seis minutos más tarde arrancaron de nuevo. Ya todo estaba muy frío. Pasó una hora y una decena de canciones pero de alguna manera se sentía que la banda tenía el espíritu en otro lado.

Ni siquiera Jijiji, la canción del pogo más grande del mundo (una especie de montaña rusa interior, que vale la pena experimentar en otras circunstancias), pudo recomponer el espíritu. El show terminó.

Y el Indio se fue sin saludar.

Cuando se prendieron las luces, las más de 300 mil personas abandonamos el predio como entramos, con la entrada sin cortar en la mayoría de los casos, sin asistentes de seguridad que ayudaran a ordenar al feedlot humano, viendo cómo alrededor los grupos de amigos se desperdigaban llevados como por la corriente del mar.

Las primeras confirmaciones a la intuición de que en el recital había pasado algo aparecieron cuando algunos teléfonos recuperaron la señal. Y así llegaron los mensajes que preguntaban sobre el rumor que ya corría en Twitter: «¿Hay muertos? ¿Estás bien?».

A las dos de la mañana, en el hospital ya admitían que había dos muertos pero los rumores volaban muy por encima de esa cifra, al punto que un chofer de ambulancia me dijo extraoficialmente que eran 11 las víctimas. Y pasaron otras dos horas hasta que la fiscal Susana Alonso apareció en un pasillo del hospital para confirmar a los muertos, mientras en la Guardia se amontonaban pibes y pibas embarrados que preguntaban desesperados por sus amigos.

Ahí estaba Popi, portuario de Madryn, 29 años, que sigue a Solari desde Los Redondos. Son las cinco de la mañana y en el hospital Popi anda de acá para allá con un yeso a bordo de una silla de ruedas. Cuenta que se fracturó en tres la pierna. Que le cayó gente encima cuando él se tiró arriba de un nene de 12 años que se había caído para que no lo pisaran.

«Pensé que lo mataban así que me le tiré arriba para cubrirlo y la avalancha pasó por arriba de mi pierna», me cuenta, y se lamenta no sólo porque perdió el micro y ahora tiene que llamar a su familia para que lo vengan a buscar, también porque ya intuye que perdió el trabajo en el puerto con tantos meses sin caminar.

Cuando le pregunté si se descartaban más víctimas, Alonso lo aseguró, pero admitió que en esas horas inciertas, pensaron que había más muertos. «Creíamos que había una menor y otras personas. Pensamos que el resultado era más catastrófico. Lo fue de todos modos, murieron dos hombres», comentó. Su mirada le daba un aspecto de mujer sobrepasada. El mismo aspecto que tuvo todo el sábado la ciudad de Olavarría.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here