Para Cuestión de peso talle 2017 parece que nada ha cambiado. El regreso a la pantalla del programa Cuestión de peso actualiza polémicas que erosionaron la última edición en 2014. El reality dedicado a las personas obesas no ha superado los problemas de enfoque, el discurso, el modo de presentar el tratamiento y, la vedette de los viernes: la báscula que registra los gramos malditos que perforan los 200 o los 100 kilos.
El panel liderado por el Dr. Cormillot reúne este año a una doctora asistente, el profesor de gimnasia y mediáticos ad hoc (como Juana Repetto), idea que complica la relación con los participantes y el conductor. Fabián Doman se para cada tarde entre dos fuegos con muy poca cintura para el formato.
Más allá de las habilidades de Doman, que es lo menos problemático, Cuestión de peso levanta la bandera de la salud pero el tratamiento de cada segmento del programa es ofensivo, cruel, melodramático y poco saludable.
La idea de hacer foco en un grupo de personas altamente vulnerable es un riesgo que requiere claridad conceptual y una pericia en términos de construcción de imagen, de la que el reality carece.Una tribuna de obesos y obesas es la imagen que la cámara toma.
Cada participante con el número que portan como una maldición: el peso. Nombre y peso los identifica. La clasificación da escalofríos. Luego de naturalizar ese impacto, hay historias de vida y escenas cotidianas de la convivencia del grupo. Como en cualquier situación de laboratorio (en la matriz de Gran Hermano), la cercanía de gente elegida por su grado de conflictividad o desvalimiento genera enfrentamientos. Sale lo peorcito de cada uno. Un día se acusa a Belén de robar. Después aparece el tema de que no tiene plata para volver a su casa pero tiene un perfume en la mochila. «Me lo regaló mi novia», explica la chica con bronca y entre sollozos. Algunos días, más duros, la conflictiva queda afuera, contenida por la coach que agrega dramatismo a la escena inflada hasta el aburrimiento.
La historia de Belén que quiere recuperar su hijo, la situación de calle, el relato de la inseguridad, pobreza más obesidad, más televisión, arman el combo de la chica.
Otro caso es el entrenador Sergio Verón que, con rigor castrense, guía las clases de gimnasia. El ejercicio está asociado a la voluntad extrema, al dolor, a la superación de personas que padecen una enfermedad que los devora.
Uno de los episodios que marcó la caída libre en la dignidad tuvo como protagonista al muchacho de obesidad mórbida que fue trasladado en ambulancia e internado. Inmóvil, atrapado en ese cuerpo enorme, además, contaba con la triste historia clínica de haber ganado la primera edición, en 2006, cuando bajó de 200 a 100 kilos. Maximiliano Oliva llegó como un cargamento de 400 kilos. La recaída ofreció un ingrediente adicional al drama. Maxi fue trasladado hasta el Hospital de Obesidad del Dr. Cormillot por 70 personas, incluido los bomberos y el personal que tuvo que romper las paredes de su casa para sacarlo. En todo momento la expresión de la culpa mantiene el foco en los participantes que se excusan o avergüenzan. Ni hablar de la situación de las mujeres, que suben gramos por el síndrome pre menstrual. Muy delicado todo.
En cuanto a los ‘permitidos’, dejan boquiabierto al espectador. Una pizza extra large reposa en la fuente. El participante come y el espectáculo es difícil de digerir porque el episodio se parece a un suicidio televisado.
La edición 2017 funciona como si los derechos civiles se hubieran perdido en una esquina. Hay un retroceso evidente en las claves del programa, con el panel en el que el médico opina y enseguida las integrantes sin formación profesional meten la cuchara sin aportar nada.
Días atrás Cormillot amagó con dejar Cuestión de peso. Fue una tormenta de inicio de ciclo que ya pasó. El programa es cada día más indefinido, con historias superadoras como la de la chica que era anoréxica y ahora es gorda. Los padres cuentan esos días de desesperación y la audiencia los abraza, como se abraza al vecino que tiene la desgracia de la chica con problemas. El hilo se corta por los más débiles expuestos en la báscula de la televisión.
Dime qué comes
Las cosas van cambiando, la dinámica de los problemas cotidianos incluye nuevas reflexiones y críticas en el campo de los desórdenes de la alimentación, o, lisa y llanamente, los mandatos a los que estamos expuestos como sociedad en términos de comida e imagen. Contradicciones para las que no hay espejo ni balanza que aguanten.
Soledad Barruti en el prólogo de su libro, Mal comidos. Cómo la industria alimentaria argentina nos está matando, señala como punto crítico: «La comida se ha vuelto un tema, una industria, un conflicto y un modo de vida».
Entre la obesidad y el hambre, la audiencia masiva de nuestro país merece otros instructivos para mejorar la calidad de vida. Frases aisladas sobre lactancia materna o papillas sin sal no alcanzan para asumir un drama detrás del que se esconden negocios no tan light, con la falsa promesa de cuerpos más que sanos, intervenidos.
Fuente: La Vos