Le Pen-Melenchon, el posible ballottage de extremistas que aterra a toda la Unión Europea

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Las encuestas también demuestran que la erosión continúa para los dos favoritos que perdieron medio punto en 48 horas: Marine Le Pen, candidata del Frente Nacional (FN), conserva 23,5% de intenciones de voto y el líder de En Marcha, Emmanuel Macron, 22,5%. En las últimas semanas, ambos habían superado el 25%.

La situación parece lo suficientemente dramática como para que el presidente, François Hollande, haya decidido salir de su reserva para lanzar una señal de alarma: «Esta campaña huele mal. Ha despegado de la realidad», confiesa esta semana en una entrevista concedida al semanario Le Point.

El jefe de Estado deplora que «la emoción» y la dinámica electoral hayan reemplazado a «la razón» y los contenidos «de fondo»: frente a la «moda Melenchon» y al «populismo», «las simplificaciones que consiguen que uno mire el espectáculo del tribuno en vez del contenido de su texto representan un real peligro», precisó, en alusión a las remarcables dotes oratorias del líder de LFI. Y aunque se cuidó muy bien de llamar a los franceses a votar por Macron, en filigrana le otorgó sus preferencias: «Creo que la política necesita renovación», declaró.

Una proporción apenas inferior (64%) afirma que la campaña electoral «no les aportó gran cosa sobre los programas y las personalidades» de los 11 candidatos.

Ese sentimiento generalizado de cólera permite comprender las razones de otro dato fundamental que agrega a la incógnita de la primera vuelta. A saber, el elevado abstencionismo previsto para el 23 de abril: sólo 66% de los franceses tienen intenciones de acudir a votar. Si se confirma esa tendencia, esa cifra pulverizaría el récord de 28% de ausentismo registrado en 2002.

Como siempre sucede, la franja más movilizada corresponde al electorado senior: 73% de los mayores de 65 años están decididos a votar. Los más abstencionistas, en cambio, son los jóvenes de 18-24 años. Solo 45% de ese grupo acudirá a las urnas.

Una encuesta diferente de Ipsos reveló otra tendencia inquietante. Los llamados «primo votantes», es decir, los jóvenes que acuden a las urnas por primera vez, parecen resueltos a votar en forma masiva por Marine Le Pen: 29% de esa franja, que representa 3,3 millones de electores, confiesa que votará por el FN para «patear la mesa» o «para ver si funcionan las ideas [de Le Pen] que nunca fueron aplicadas» en Francia.

Muchos de esos jóvenes reconocen que su actitud está inspirada en la exasperación y no les importa que Marine Le Pen represente un peligro para la democracia: «No me importa nada», declaró Rudy Le Blanc a la cadena de noticias BFM TV.

Más que en cualquiera de las elecciones anteriores, en las que siempre hubo un «candidato de la esperanza», esta vez «los electores parecen resignados a escoger el menos malo». Una gran parte de la población se considera «no representada» por la clase política y los candidatos a estas elecciones: «¿Votar? ¿Para qué? No creo en nada más […] Las cosas no cambian», es una de las respuestas más escuchadas por los encuestadores del Centro de la Vida Política Francesa (Cevipof).

En un país con 3 millones de desocupados, según las cifras oficiales, y otros 2 millones de desempleados de larga duración que salieron de las estadísticas, «existe una sensación generalizada de ser víctimas del abandono y el desprecio de la clase dirigente, que no hizo el menor esfuerzo para protegerlos de la crisis y de la erosión del nivel de vida», afirma el economista Michel Santi, autor del libro Miseria y opulencia.

De los 67,5 millones de habitantes de Francia, quinta potencia económica del planeta, 9,6 millones (14,3% de la población) viven bajo el umbral de pobreza, casi un millón de personas no tienen domicilio fijo, 3 millones carecen de vivienda digna y 4 millones pueden comer gracias a los alimentos distribuidos por las ONG y las asociaciones caritativas.

Ese dramático panorama permite comprender por qué razón, aunque la lógica y las encuestas confirmen las posibilidades de un duelo final entre Le Pen y Macron, es legítimo preguntarse si, esta vez, Francia no será capaz de abandonar el perímetro de la razón.

La Nación

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