Taxativa, polémica, incisiva y sin medias tintas, la líder del xenófobo Frente Nacional (FN), Marine Le Pen, criada en el seno de una turbulenta familia con pedigree político, es la gran esperanza para la ultraderecha y los eurófobos europeos, un movimiento que -con altibajos y en un contexto favorecido por la crisis migratoria y el miedo por los atentados yihadistas- pisa fuerte en el escenario del Viejo Continente.
Marion Anne Perrine Le Pen, que el próximo 7 de mayo podría convertirse en la primera mujer presidenta y en la primera mandataria de ultraderecha de la V República- nació el 5 de agosto de 1968 en Neuilly-sur-Seine, Altos del Sena, y es la menor de las tres hijas de Jean-Marie Le Pen, el emblemático político xenófobo y antisemita que fue fundador y presidente del Frente Nacional (FN) entre 1972 y 2011.
El diálogo con su madre se limita a lo estrictamente necesario, mientras con su hermana mayor, Marie-Carolien, directamente no mantiene vínculo alguno luego de que ésta y su marido siguieran a Bruno Megret, que encabezó una escisión del FN, formación de la que Marine, además, expulsó a su padre en 2015, tras no lograr superar sus diferencias y desavenencias políticas.
Al amparo de la férrea consigna paterna de que debía «aprender a resistir» frente a los comunistas y los árabes, Marine cursó estudios primarios y secundarios en un colegio público, el Florent Schmitt de Saint-Cloud y posteriormente en la Universidad Panthéon-Assas, perteneciente a la Sorbona, donde se graduó en Derecho.
En sus años académicos trabó lazos de amistad con los jefes del Grupo Unión Defensa (GUD), una organización juvenil neofascista, para luego integrarse en el Círculo Nacional de Estudiantes de París (CNEP), movimiento estudiantil cercano al FN, llegando a ser su presidenta de honor.
En varias entrevistas, Le Pen, de 49 años, madre de tres hijos y divorciada dos veces, narra que la figura de su padre le dificultó encontrar trabajo como abogada, razón por la que debió ejercer durante seis años representando sin costo alguno a clientes pobres, entre los que se incluían inmigrantes ilegales.
Abandonó su carrera de abogada en 1998 para proporcionar asesoramiento legal al partido.
La líder ultraderechista se mueve como pez en el agua en una Francia golpeada por el yihadismo, bajo estado de emergencia hace un par de años, donde miles de efectivos de seguridad patrullan los puntos neurálgicos del país y en medio de una crisis migratoria sin precedentes, un ambiente del que su fino olfato político supo lucrar en términos de votos y preferencias ciudadanas.
La candidata, que festejó el triunfo del presidente Donald Trump en Estados Unidos, propone que Francia abandone la Unión Europea (UE), el euro y la OTAN, y se opone a la existencia del FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio (OMC).
También propugna una moratoria a la inmigración, derogar la ley que permite la regularización de los indocumentados y cortar la financiación pública para las mezquitas.
Le Pen logró reubicar al FN en el centro de la escena política francesa, utilizando una estrategia que le funcionó como mecanismo de relojería: apostar a los miedos de los franceses, lanzar frases controvertidas, incendiar la escena política y subir como burbuja en los sondeos.
Entre una extensa lista de ejemplos posibles, sobresale su crítica a la política inmigratoria francesa con enunciados incisivos como «Francia ha caído en el salvajismo», o su comparación de las oraciones colectivas de los musulmanes en las calles galas con la «ocupación nazi» que según la líder ultraderechista se produce «en toda regla aunque sin soldados o blindados».
Si bien su campaña caminó con paso firme, los recientes escándalos de corrupción de su guardaespaldas Thierry Légier y su jefa de gabinete Catherine Griset, ambos arrestados en el curso de las investigaciones por un presunto caso empleos ficticios en el Parlamento Europeo, hicieron temer un golpe de efecto negativo.
A principios del mes pasado, por otra parte, la Eurocámara aprobó levantar la inmunidad parlamentaria a Le Pen, a petición de la Justicia, que la investiga por tuitear en 2015 imágenes de atrocidades perpetradas por el grupo yihadista Estado Islámico (EI).
Sin bien por ahora ambos hechos no desataron un desplome en su popularidad, los analistas y la prensa local especulan que pudieron hacer mella en ella, en proporción que sólo los resultados de la primera vuelta y un eventual balotaje develarán.
Fuente: Telam