Emmanuel Macron, un OVNI de la política que pulverizó todas las reglas conocidas

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Tal vez sea inapropiado decirlo hoy, cuando todavía se escuchan los ecos de la primera vuelta. Pero a los 39 años, Emmanuel Macron tiene todas las posibilidades de convertirse el 7 de mayo próximo en el presidente más joven de Francia.

Ese ovni de la política, que nunca ejerció un cargo electivo y que, sin embargo, necesitó apenas dos años para transformarse en el ministro más popular del gobierno del presidente François Hollande, acaba de pulverizar todas las reglas que rigieron la historia de la política francesa desde la Revolución Francesa en 1789: demasiado joven, sin partido político para apoyarse, negándose a definirse como de izquierda o de derecha, Emmanuel Macron construyó su candidatura en un puñado de meses.

Aquellos que lo conocen bien describen un hombre con múltiples facetas, complejo e insondable. Brillante, a la vez afable, cercano a la gente y sin afectación.

Emmanuel Macron nació en la ciudad de Amiens en 1977. Alumno superdotado, a los 17 años se enamoró de su profesora de francés, Brigitte Trogneaux, casada, madre de tres hijos y 24 años mayor que él.

La historia de Macron es símbolo de excelencia. En sexto grado conocía a la perfección las raíces latinas y griegas de la lengua francesa. A los 25, después de una tesis sobre el interés general, un doctorado sobre Hegel y un máster sobre Maquiavelo, fue asistente del filósofo Paul Ricoeur. Cinco años después, flamante egresado de la prestigiosa Escuela de Administración Nacional (ENA) y tras un fugaz tránsito por la Inspección de Finanzas, fue empleado por Rothschild como banquero de negocios. En 2012, la institución le entregó los comandos de uno de los negocios más importantes del año: la compra de una filial de los laboratorios Pfizer por parte de Nestlé. Un gigantesco deal de 12.000 millones de euros que ejecutó como un virtuoso, y que lo hizo millonario de la noche a la mañana.

Cuando el presidente Hollande le propuso el ministerio de Economía, Macron andaba en bicicleta en Touquet, en la costa normanda.

«Le pedí una hora de reflexión. Quería estar seguro de ser libre y poder actuar. No soy hombre de conflictos, pero puedo partir en cualquier momento», confesó en aquel momento.

Lejos estuvieron todos de pensar que la advertencia terminaría por convertirse en realidad. En todo caso, sus adversarios no tardaron en darse cuenta del peligro que representaba. Pocos meses después de su nominación ministerial, el ex presidente conservador Nicolas Sarkozy le pidió en forma irónica que «se incorporara» a su partido, Los Republicanos (LR).

También se agitaron las grandes figuras del socialismo, en particular quienes pretendían suceder al presidente Hollande, como el entonces primer ministro Manuel Valls.

«Macron es una start-up, con la misma movilidad y vencimientos a corto plazo», dijo de él el secretario general del Partido Socialista, Jean-Cristhope Cambadelis. «Encarna la izquierda post-histórica, pro-business y societal», ironizó.

Pocos días antes, el ministro preferido de François Hollande abandonó el gobierno para crear su movimiento En Marcha y lanzarse en pos de esa loca quimera que, nadie dudaba, terminaría como Pegaso, con las alas derretidas por el sol, en el fondo del mar.

Pero Emmanuel Macron parece haberse beneficiado con una extraña conjunción astral. Para convencer al 24% de los franceses, se sirvió de su carisma y de su perfil «apolítico». Pero también de la situación catastrófica en la que sus principales adversarios hicieron campaña. Todo eso y la promesa de una renovación de la vida política le abrieron el camino al palacio del Elíseo. Como si, desde la cuna, hubiese estado predestinado a suceder a François Hollande.

La Nación

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