En un clima de gran familiaridad vista la presencia de una compatriota, por primera vez en la historia el Papa recibió hoy en una audiencia oficial a los soberanos de Holanda , el rey Guillermo Alejandro y su consorte argentina, la reina Máxima. Junto a ellos mantuvo una reunión a puertas cerradas de 35 minutos, en la que hablaron de temas de interés común como la protección del medio ambiente y la lucha contra la pobreza y, especialmente, del fenómeno migratorio, según indicó luego el Vaticano.
«¿Cómo le va?», saludó el Papa, en porteño y muy sonriente, a la reina Máxima, que al estrecharle las manos hizo una pequeña reverencia y le dijo: «Su Santidad, encantada de volver a verlo».
Máxima y Guillermo habían saludado por primera vez a Francisco siendo aún príncipes herederos, el 19 de marzo de 2013, cuando Jorge Bergoglio asumió el pontificado. Volvieron a verlo el 16 de abril del año pasado, ya siendo reyes, en una audiencia privada en la que también estuvieron sus tres hijas, Amalia, Alexia y Ariane. Tanto hoy, como en esa ocasión, la reina Máxima siguió al pie de la letra la etiqueta del Vaticano y vistió de riguroso vestido negro, largo, con los brazos cubiertos y la cabeza también cubierta como una mantilla.
Aunque existe la norma que indica que la reinas católicas no están obligadas a usar el negro debido al llamado «privilege du blanc», dispensa papal que se otorgó a la Reina de España y que luego se extendió a otras monarquías católicas, los Países Bajos -país protestante- quedaron fuera de ese privilegio. Es más, para casarse con el rey Guillermo, Máxima Zorreguieta , criada en el catolicismo, debió convertirse a la reforma protestante, entre otras obligaciones.
El Papa recibió a los monarcas en la Sala del Tronetto, antesala de la Biblioteca, minutos antes de las diez de la mañana. «¡Su Santidad, gracias! ¡Qué fantástica bienvenida!», saludó el rey Guillermo Alejandro, en inglés. «Buen día, buen día», agregó el monarca, muy sonriente, en español. Acompañados por una amplia delegación, Guillermo y Máxima habían sido escoltados hasta allí, en una tradicional procesión por los salones de la Segunda Loggia del Palacio Apostólico, en medio de un clima solemne, por gentilhombres del Vaticano. Antes, como suele ocurrir en las visitas oficiales, monseñor Georg Gansewin, prefecto de la Casa Pontificia, los recibió junto a un piquete de los Guardias Suizos en el Patio de San Dámaso.
La reina Beatriz de Holanda, madre de Guillermo Alejandro, fue la primera soberana de los Países Bajos en ser recibida en el Vaticano, pero en forma privada, no oficial, por Juan Pablo II , en 1985.
«Bienvenidos», les dijo el Papa, cuando ya se encontraban los tres sentados en su escritorio, junto a un intérprete. Fiel reflejo de un clima familiar, entonces enseguida el Papa le preguntó a Máxima por sus tres niñas. «Están esperando las vacaciones», comentó la reina, siempre en castellano.
Durante un encuentro de 35 minutos, hubo un intercambio de opiniones sobre algunos temas de interés común, como la protección del medio ambiente y la lucha contra la pobreza, así como sobre la contribución específica de la Santa Sede y de la Iglesia Católica en esos ámbitos. «Se ha prestado una atención particular al fenómeno migratorio, subrayando la importancia de la convivencia pacífica entre culturas diferentes, y el compromiso común para promover la paz y la seguridad mundial, con especial referencia a algunas zonas de conflicto. No faltó, por último, una reflexión conjunta sobre las perspectivas del proyecto europeo», indicó un comunicado del Vaticano.
Tras la audiencia con los reyes, como es tradición, el Papa saludó al resto de la delegación, que incluía el canciller holandés Bert Koenders y la ministra para el Comercio Exterior y la Cooperación Internacional, Lilianne Ploumen. Los reyes de Holanda también están cumpliendo una visita oficial a Italia, que culminará mañana.
A la hora del intercambio de regalos, los soberanos holandeses sorprendieron al Papa con un bellísimo jarrón de tulipanes amarillos y blancos. «Estas son flores de Holanda. No sólo las donamos para Pascuas, sino que si se plantan pueden resistir y será un honor para el pueblo holandés que estén en el Vaticano», explicó el rey Guillermo, en inglés.
A su turno el Papa les regaló un antiguo medallón romano con la imagen de San Martín de Tours que con su capa lo cubre a un pobre, una copia de su mensaje mundial para la Jornada Mundial de la Paz – «firmado especialmente para usted», le dijo al rey-, y sus tres documentos más importantes: la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, la encíclica Laudato Sí y la exhortación apostólica Amoris Laetitia. Antes de despedirse, fiel reflejo de un clima muy distendido, el Papa volvió a charlar unos minutos con la pareja real. Al saludarlo, en castellano, Máxima, elegante y sonriente, volvió a hacer una pequeña reverencia.
Los reyes se reunieron luego también con su segundo, el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado. Los monarcas, que comenzaron su visita oficial por la mañana en la Iglesia de los Frisones -un templo que se remonta al 1140, muy cercano al Vaticano, donde desde el siglo VIII solían reunirse los peregrinos provenientes de los Países Bajos-, la terminaron con una sorpresa. Fue cuando el superior de los jesuitas, el sacerdote venezolano Arturo Sosa, le entregó al rey Guillermo un bastón de mando que se le atribuye a Guillermo de Orange, en una ceremonia en un salón de la Biblioteca Vaticana del Palacio del Belvedere. Según la historia, los católicos españoles se adueñaron de ese bastón después de su victoria sobre los rebeldes holandeses protestantes en la batalla de Mookerheide, en 1574. Si bien se encuentra ahora en un convento jesuita de Cataluña, el bastón le fue prestado en forma temporaria al rey Guillermo para que sea exhibido en el museo nacional militar holandés de Soesterberg desde abril a octubre de 2018, en el marco de una muestra sobre Guillermo de Orange.