La condena por violación de un polémico gurú provocó estallidos de violencia en la India

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Se desplomó de la silla, gimoteó e imploró compasión al juez. En la escena descrita ayer por los testigos no se intuyen los superpoderes ni el perfil semidivino que se arrogaba Gurmeet Ram Rahim Singh. El gurú acababa de ser condenado a 20 años de cárcel por violar a dos seguidoras en 2002.

Existen en la India pocas personas tan poderosas como el líder de la secta Dera Sacha Sauda. El magistrado acudió por motivos de seguridad a la cárcel de Rohtak para comunicarle allí la sentencia en vez de trasladar al reo, como es habitual, al juzgado. Un cordón policial evitó que se acercaran las turbas enajenadas que el fin de semana habían dejado 39 muertos y 200 heridos en las dos provincias septentrionales del Punjab y Haryana.

El paisaje descrito por la prensa local sugiere el caos. Sus fieles quemaron estaciones de servicio y de trenes en sus enfrentamientos con decenas de miles de fuerzas antidisturbios llegadas de todo el país. Se cortó Internet para evitar la organización vandálica. Se ha declarado el toque de queda, cerrado colegios, prohibido reuniones en la calle y ordenado a los agentes disparar ante cualquier asomo de violencia.

La actual sentencia nace de la carta anónima que una seguidora envió en 2002 al entonces primer ministro Atal Bihari Vajpajee, en la que denunciaba haber sido violada por Singh. También está acusado de matar a un periodista que aireó el escándalo, de fraude y de incitar a 400 seguidores a castrarse «para acercarse a Dios».

La biografía de Singh exige un ejercicio de concisión. En su cuenta se define como santo, filántropo, deportista, actor, cantante, director de cine y escritor, por hacer una corta lista. Es uno de esos tipos difíciles de encasillar. Viste tanto túnicas blancas que rezuman espiritualidad como lisérgicos estampados con lentejuelas y bijouterie. Su frondosa barba lo acerca al rol del vengativo ángel del infierno que interpreta en la saga de El mensajero de Dios. En ese delirante ejercicio hagiográfico aplasta marcianos, fantasmas y villanos de todo pelaje mientras canta y baila. Son películas de autor: su nombre aparece 30 veces en los créditos. También canta colgado de una grúa en electrizantes conciertos de rock para atraer a la juventud, asoma en cualquier evento multitudinario que alimente su ego y cuenta con 57 récords Guinness. Mesiánico hasta la autoparodia, el gurú Singh ha sublimado la extravagancia en un gremio alérgico a la ortodoxia.

El condenado apenas tenía 23 años cuando asumió el liderazgo de la secta Dera. Había sido creada en 1946 y hoy cuenta con 46 centros y 60 millones de seguidores. Bajo su mando se ha extendido a Estados Unidos, Canadá o Australia. La organización se define como una ONG que presta servicios sociales y su ejército de descastados ven a Singh como el reformador que les da lo que el Estado y las religiones tradicionales les niegan. Debajo del grotesco gurú late una problemática social seria.

Existen miles de organizaciones de culto en el Punjab, donde la tercera parte de la población son «dalits» o intocables. Los fieles de Singh no reparan en sus delitos y sí en sus obras de caridad, la lucha contra la droga o el alcoholismo que devastan la región, la organización de bodas dignas para pobres o las generalizadas donaciones de órganos entre sus miembros. Muy pocos han abandonado su sede en la ciudad de Sirsa, una enormidad autosuficiente de 400 hectáreas con hospitales, colegios, cines y campos de críquet.

Su influencia sobre millones de votantes explica la complicidad de los políticos. El primer ministro, Narendra Modi, agradeció a Singh sus contribuciones al país en 2014. El gurú había pedido ese mismo año el voto para su partido, el nacionalista Bharatija Janata Party, y varios de sus ministros compartieron escenario con él cuando ya estaba siendo procesado por violación.

La Nación

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