Hasta Aníbal Fernández fue víctima de la piromanía del «Pata» Medina

0
638

Juan Pablo «Pata» Medina se violentó.

—¡Te voy a quemar todas las máquinas! ¡Voy a prender fuego la provincia hijo de puta! —dijo a los gritos con su voz aguardentosa.

Aníbal Fernández lo miró atónito pero no se amilanó. No por guapo sino por especulador: una agresión física en su contra —evaluó— se transformaría automáticamente en ganancia política.

—¡¿Escuchaste?! ¡A mí no me sacás de acá porque quemo todo! —volvió a provocar el robusto sindicalista.

—¡Y vos a mí no me apurás! ¡Y de acá te vas a ir ya! —le cantó retruco el funcionario.
Estuvieron a un tris de irse a las manos pero la policía que llegaba con la orden de desalojo los separó y puso fin al altercado.

El cruce se produjo en un pequeño obrador desde donde se planificaban los trabajos para levantar el Estadio Único de la Plata. Por entonces, principios del 2000, Fernández era secretario de Trabajo bonaerense y el sindicalista era lo que es hoy: el mandamás de la UOCRA local.

Todo se suscitó por la toma del predio, que terminó paralizando la obra del estadio durante meses. Cientos de trabajadores reclamaban el pago de salarios caídos y un freno a las suspensiones, pero al estilo Pata Medina: ostentando hierros y bidones de gasoil como insumos de la resistencia.

Fernández tenía el aval del juez de garantías César Melazo, que dictó una orden para despejar el terreno, haciendo lugar a un recurso de amparo presentado por dos empresas subcontratistas, ávidas por recuperar sus máquinas y sus herramientas.

El funcionario no llegó solo. El operativo incluyó personal de infantería, policía montada y división de perros, además del apoyo de dos helicópteros que supervisaban desde las alturas.

Finalmente demoraron a 94 obreros, que fueron trasladados a diferentes comisarías. Los albañiles que participaron de la toma, pero que al momento del desalojo no se encontraban en el predio, se movilizaron hacia la sede de la UOCRA, sobre la calle 44, ofreciendo una postal similar a la de esta última semana, cuando salieron a bancar a su líder con bombas molotov.

Como si padeciera un trastorno piromaníaco, el Pata Medina volvió una y otra vez con sus odas de fuego, del mismo modo que lo hizo en el preámbulo de su reciente detención. Eso sí, la recurrente amenaza nunca causó tanta aprensión como en aquella jornada de protesta del 2008, frente a las refinerías de YPF de Ensenada. «Yo sé dónde poner el fósforo», alardeó.

El sindicalista acumula tantas expresiones literalmente explosivas como xenófobas y racistas. De hecho, solía exigir a las empresas que reemplacen a obreros bolivianos y paraguayos por otros registrados en la bolsa de trabajo del gremio. Y, de paso, que contraten un servicio de catering del que es socio encubierto.

En sus 20 años al frente de la seccional platense de la UOCRA se valió de barrabravas de Cambaceres, Estudiantes y Gimnasia para sus actos intimidatorios. Esa manera de conducirse, que incluyó agresiones a mujeres, ya lo había llevado a la cárcel. Pero no escarmentó.

La política extorsiva no tenía únicamente a las empresas como víctimas, cualquiera sea su envergadura, sino también al Estado provincial. Así logró que le asignaran subsidios a los trabajadores que llevaban adelante la toma del campo donde finalmente se levantó el Estadio Único.

Al día siguiente de aquel conflictivo desalojo, el Pata Medina arrastró a una multitud de albañiles hasta la puerta de la secretaría de Trabajo, en 12 y 50. El subsecretario del área, Jorge Rampoldi, compinche del gremialista, convenció a Fernández de atenderlo.

—¿Vos me atendés? Vos acá sos persona no grata —bardeó el jefe de la UOCRA al anfitrión cuando este le abrió la puerta del despacho.

Le estaba dando a entender a Fernández que sólo negociaría con Rampoldi o, en su defecto, directamente con el gobernador Carlos Ruckauf.

—No cortes tan grueso que esta es mi oficina y te saco a patadas en el orto en dos minutos. Acá la persona no grata sos vos. ¡¡¡Tomatelás, gil !!!—retrucó el funcionario ya fuera de sí.

No terminaron a las piñas de milagro.

Otra vez los separaron.

Aníbal quedó en llamas.

El Pata se fue encendido.

Ninguno usaba ropa ignífuga.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here