Los gobernadores del peronismo esperan el resultado del domingo con ansiedad para medir su propia fortaleza y para definir, entre otras cosas, qué lugar ocupa cada uno alrededor de la mesa grande del PJ. Necesitan afirmar un polo de poder real frente al poder del oficialismo. Su decisión es armar un espacio de trabajo en común -no muy homogéneo, es cierto- con todos, ganadores y perdedores.
¿Pero quién representará a Buenos Aires o, al menos, quién será el interlocutor en el mayor distrito electoral del país? No se trata de un interrogante difícil de responder únicamente para los gobernadores, sino además y sobre todo para los intendentes del peronismo bonaerense. Y el punto es que la indefinición o una larga disputa doméstica constituiría un dato político que trasciende los límites de la Provincia: el andar hacia un peronismo unificado se notaría rengo sin poder sumar a Buenos Aires. Y la suerte del PJ bonaerense no puede desligarse de cualquier proyecto presidencial para 2019.
El problema sería potente gane o pierda Cristina Fernández de Kirchner en las urnas. Varios intendentes, salvo los más verticales, sostienen que la ex presidente no expresó nunca voluntad política para cargarse la mochila partidaria. «Su idea es liderar, pero no conducir», resume una fuente. Una parte de esa ecuación, la vinculada al liderazgo, se definirá en buena medida con el recuento de votos.
Los gobernadores peronistas también esperan el resultado bonaerense, aunque a diferencia de los intendentes creen en su mayoría que el capítulo «cristinista» ya estaría cerrado. En general, sobre todo los que están un poco por encima o por debajo de los 50 años (Juan Manuel Urtubey, Sergio Uñac, Domingo Peppo, Juan Manzur, Gustavo Bordet, Rosana Bertone, entre otros) quieren producir una imagen de renovación, incluso generacional, al margen de su papel personal en la etapa kirchnerista. Además, puestos a imaginar ya el 2019, evalúan que la ex presidente no suma fuera de su voto más firme.
Los jefes locales del peronismo, en especial los del GBA, saben que el desafío de la reorganización a escala provincial es vital: ocupa el primer lugar de sus preocupaciones a corto y mediano plazo. La relación con María Eugenia Vidal, nunca desatendida por muchos de ellos –ni siquiera en campaña-, no sería igual con un peronismo desarmado y en crisis que con el conjunto de intendentes más o menos unificados.
En otras palabras, la experiencia política dice que sentarse a negociar de manera individual y sin posiciones unificadas es una pésima perspectiva, más aún si Cambiemos se impone en esta elección. A eso se añade el interrogante sobre cuál será la relación de fuerzas en la Legislatura provincial, ámbito privilegiado de conversaciones y acuerdos cuya composición también depende del comicio.
«Vamos a estar en el horno si la interna nuestra se prolonga más allá de fin de año», afirma un intendente peronista. La inquietud sobre los tiempos trasluce como implícito que el reacomodamiento poselectoral no asoma sencillo. Por el contrario, una vez hechas las cuentas del domingo, comenzaría a discutirse qué tipo de conducción real empieza a darse el peronismo bonaerense.
Eso trasciende lo formal. La presidencia del PJ bonaerense está en manos de Fernando Espinoza, referente de La Matanza, cuya intendencia quedó a cargo de Verónica Magario. La idea de una sucesión similar en la jefatura del Consejo provincial no genera adhesiones mayoritarias con vistas a los desafíos inmediatos de la relación con Vidal y en el imaginario del 2019.
Son varios los nombres que circulan, pero por ahora de manera informal, tal vez sondeando consensos. Martín Insaurralde (Lomas de Zamora) deja trascender que no le interesa el sillón partidario, aunque piensa en la disputa por la gobernación. Gustavo Menéndez (Merlo) también aparece entre los mencionados, del mismo modo que la alternativa de un intendente del interior.
Pero al margen de los nombres, y de las tensiones previsibles, resulta evidente que la relación futura con el nuevo polo de poder peronista a escala nacional resultaría funcional a las dos partes: le daría mayor densidad a la reorganización del PJ y le aportaría espalda política a los referentes bonaerenses frente al oficialismo provincial.
Los tiempos de los gobernadores, con todo, no están atados al modo en que el peronismo bonaerense resuelva su interna. Por lo pronto, desde el Gobierno nacional ya les adelantaron que serían convocados, seguramente por el propio Macri, apenas pasadas las elecciones. La agenda está bastante definida y los temas son arduos: Presupuesto, ley de responsabilidad fiscal, reforma tributaria, Fondo del Conurbano. Básicamente, plata.
Las negociaciones con el Gobierno tendrán naturalmente traducción en el Congreso. Y en las dos Cámaras se esperan también días tensos. En el Senado, podría sobrevenir una fractura que dibuje un bloque menor de kirchneristas duros y una bancada mayoritaria en sintonía con los gobernadores y comandada por Miguel Angel Pichetto. En Diputados, se habla de un interbloque peronista alejado de las filas kirchneristas y también de línea directa con los jefes provinciales.
Se trata de un desafío también para Sergio Massa, que hasta ahora fue clave en las negociaciones con el oficialismo, por su papel en Diputados, y mantiene una relación de subibaja con varios gobernadores. Sus pasos no pasarían inadvertidos tampoco en Buenos Aires. Es un interrogante el peso que pueda exhibir el massismo en la próxima composición de la Legislatura provincial, pero no sería un dato desdeñable para la recomposición del peronismo en ese ámbito.
Todo, claro, está sujeto a lo que ocurra en las urnas. Algunos, como los gobernadores, tienen planes. Otros, en cambio, reconocen el desafío pero aún ven difuso el horizonte.