Corren tiempos muy PRO. Si recurrimos al razonamiento cristinista que leía el resultado de las PASO sosteniendo que el 65% era oposición, ahora podríamos decir que el 78% es oficialismo o, al menos, está dispuesto a prestarse a la conversación y debate de los temas que se vienen.
La Unidad Ciudadana, la muy reciente criatura kirchnerista, obtuvo en el nivel nacional un magro 21,64 % frente al 41,76 del oficialismo. Amparada en los votos de los bonaerenses, que la dejaron segunda cómoda en la elección provincial, Cristina Kirchner se planta como la dirigente de la oposición más votada pero admite que «no le alcanza». Se cumplió la amarga profecía que presuntamente le descerrajó Florencio Randazzo en la intimidad: «Vas a perder con Gladys Gonzalez, Cristina»
Indiferente a estas constataciones y como montada en la cola de un cometa, ahora convoca a la deponer diferencias y «rejuntarse» en dulce montón para enfrentar al Gobierno oponiéndose a todo lo que pinte. «Quieren silenciar a la oposición por el ajuste que se viene, quieren un Parlamento donde voten lo que ellos quieren, conmigo no van a poder…», fueron las palabras de la ex Presidente.
Entratanto, el peronismo no K vaga tratando de recoger los fragmentos humeantes de la implosión del pasado domingo. Lo que queda de la fuerza salió pulverizada de una elección de medio término dominada por la lógica de la polarización. Atribuyen al personalismo desbocado de CFK el estropicio al que los arrojó el resultado electoral. Por eso, ahora, puede decir lo que quiera que no la escuchan. Son impiadosos para evaluar el desempeño de la jefa K.
Sostienen que el kirchnerismo entró en una fase de inexorable declive pero que seguirá produciendo un muy tóxico «ruido residual» con el que tendrán que seguir lidiando. A eso suman un convencimiento: el Gobierno procederá a insuflar aire a la muñeca K toda vez que se desinfle. Con un techo cristalizado, hacia el 2019 es la candidata soñada.
Para sacarse a «Cris-pasión» de encima, los sobrevivientes del peronismo saben que tendrán que esperar. Para ellos el 2019 no existe. Hacen foco, con suerte, en el 2023. Casi todos los consultados coinciden en algo: la doctora conserva «una importante capacidad de daño».
Los más pragmáticos son lapidarios. Cómo a los enfermos psiquiátricos, la prefieren «institucionalizada». No pudiendo evitar su presencia, a la que juzgan maléfica, entienden que todo va a ir mejor con ella sentadita una banca, acotada, al frente del bloque de la fuerza que parió para no competir por el PJ. La perciben como una suerte de poderoso Koh i noor: retiene su centralidad centrifugando sin piedad al resto. Una madre paridora que se devora sin contemplaciones a su propia cría.
Maltrechos pero resilientes, los naúfragos del PJ, tienen la cabeza en otra cosa. Se llaman, se invitan, se convocan. Aplican el bálsamo del reencuentro frente a la andanada que los mandó al fondo del mar. Deponen viejos rencores, liman diferencias y se dedican a diseñar estrategias, que los pongan en el camino de la reconstrucción.
Saben que los aguarda una tarea larga, ardua e incierta pero parten de un convencimiento: el peronismo enfrenta un problema serio, una crisis terminal que podría sacar de escena para siempre a la fuerza política que marcó la vida del país en los últimos 70 años. Admiten que Cambiemos supo aprovechar la devastación y que ya se llevó una parte. A modo de ejemplo señalan el avance del tsunami amarillo sobre provincias y distritos pobres, territorios históricos y naturales del justicialismo.
Extremo, el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey sostiene que el peronismo atraviesa «el peor momento de su historia». Llama a construir una casa común. «Si no armamos algo rápido, el PJ, como lo conocimos, ya no existe más. Para el salteño, no hay espacio alguna para una «contra agenda». No queda otra que sentarse a dialogar y buscar consenso. Nada de andar redactando documentos que terminan siendo papel pintado. Desde ese lugar llama a los compañeros a cambiar el chip, a refundar un peronismo competitivo por fuera de los parámetros tradicionales, a adherir de manera más desprejuiciada a una estética de esta época, a permitirse explorar la heterodoxia. Consultado acerca de quienes entran en el nuevo tinglado, asegura que basta con no tener prontuario. No es poca cosa.
Desde el randazzismo se convoca a «no poner el carro delante del caballo». Con plena conciencia de que no quedó ni el fantasma de un liderazgo en pie, proponen utilizar esta crisis de proporciones inéditas para repensarse acordando una plataforma de valores. Una construcción de afuera hacia adentro.
El «Flaco» habla con todos dicen los suyos. Se reciben muchas invitaciones, que una ronda de mates, que un café, pero de ahí no se pasa. A Massa lo consideran fuera del peronismo pero están dispuestos a abrirle la puerta si quiere volver. Se reconocen víctimas de un mismo padecimiento.
Los que sí producen un «asquito» a la gente de Cumplir son los que van y vienen. El regreso de Fernando Espinoza a la jefatura del PJ bonaerense, tras la licencia pedida para no ser parte de una interna y co-fundar la Unidad Ciudadana, marca un límite ilevantable entre los que van por larenovación.
Algo más contemplativos son con la evaluación de los intendentes que bailan el pericón nacional cada vez que hay elecciones. Admiten que funcionan en defensa propia para sostener sus cacicazgos territoriales. Los comprenden. Con ellos hay margen de contemplación, pero a la cola. Por el momento mucho Whatsapp, mucho teléfono y poca foto. Bajo perfil.
Los que sí se dejaron fotografiar fueron los pocos que salieron indemnes del tifón dominical. Con la cocarda de los 53 puntos, 20 arriba de Cambiemos, el mandatario sanjuanino Sergio Uñac se sentó a almorzar con el gobernador Juan Manzur. El tucumano no solo retuvo dos bancas de las cuatro que se renovaban sino que sacó más votos que en ninguna provincia peronista.
Fortalecidos por la bendición del voto, se preparan para el más duro de los debates: el de los fondos provinciales. Los dos mandaron a los suyos a bajarle el pulgar a De Vido a la hora del desafuero y, en armonía con los nuevos tiempos, Manzur sumó un posicionamiento ilevantable: «Cristina es un ciclo concluido». Sin retorno posible.
En las inmediaciones del FpV y Unidad Ciudadana se observa con atención el curso de los acontecimientos. Nadie arriesga un pronóstico certero de hacia dónde se va. No imaginan que el justicialismo pueda prescindir de los votos que logró acopiar Cristina pero tienen claro que no hay en este contexto margen alguno para amontonar. Por el momento firmes junto a CFK que va por todo y más.
Con más o menos entereza para aceptar la cruda realidad, todos perciben al PJ detonado. Aún los más voluntariosos descreen de encontrar en tiempo y forma la unidad. Como los gatos, puede que el peronismo tenga siete vidas, pero en este momento, hasta dónde se puede ver, ni se pelean ni se están reproduciendo. Tiempo al tiempo.