Por qué Roger Federer es el mejor tenista de la historia

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¿Roger es el mejor de la historia? ¿Por qué sigue ganando tanto Federer? Dos preguntas que resurgieron luego de que el suizo volviera a conquistar torneos de Grand Slam y, con 36 años y casi 6 meses, se convierta en el único hombre en acumular la cifra de 20 Majors.

Responder si Federer es el mejor del mundo podría resultar muy fácil, alcanzaría sólo con mostrar los números, títulos y récords que ostenta en cada uno de los rubros del tenis, una monstruosidad. Es el mayor ganador de Grand Slams de la historia (20), el jugador que más semanas ha estado como número uno del ranking mundial (302), el máximo ganador en Torneos de Maestros (6), entre otros logros…

Nadie tiene esos números, los batió a todos, o casi todos. Pero no alcanza y hay más, Roger tiene siempre algo más.

El suizo le agrega a las estadísticas su técnica depurada, exquisita, que hoy le hace más fácil la vida a los profesores de tenis. No hay que explicar demasiado, alcanza con mostrarle a sus alumnos 10 minutos de Federer y luego ir a la cancha a intentar reproducir lo que vieron. Porque Roger es todo lo que los libros trataron de explicar durante décadas y, como uno de los personajes surgidos de la lectura de Mortimer en Corazón de tinta, Federer es el tenis hecho carne.

De todos modos, para ser un gran campeón no sólo se necesita técnica y estadísticas positivas, se precisa disciplina, temple, control emocional y concretar en los hechos lo que sugieren las palabras previas. Y Roger logró esa fusión a los 21 años, para sostenerla durante estos tres lustros. Tiempo en que ocurrió lo mejor que le pudo haber sucedido a la carrera de un Federer, la aparición de un Nadal, otro fuera de serie, porque el uno mejoró al otro y se encargó de engrandecer aún más la leyenda.

Una leyenda que mantiene su vigencia en casi 20 años de carrera, basada en la técnica -que le permite poco desgaste, fácil adaptación a diferentes superficies y precisión a alta velocidad-, su físico privilegiado -que casi no lo mantuvo al margen del circuito (salvo el largo parate de 2016)-, su mentalidad y la capacidad de reinventarse cuando, en 2013, parecía que su llama comenzaba a apagarse.

Un día le pregunté que si él no era el mejor de la historia del tenis, quién lo sería. Su humildad no le permitió más que una mirada, una sonrisa y una simple respuesta: «no lo sé».

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