Díaz-Canel, el nuevo líder, más cercano a la continuidad que al cambio radical

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A punto de cumplir 58 años y al frente de una generación de cargos provinciales del Partido Comunista de Cuba (PCC), la designación del ingeniero electrónico Miguel Díaz-Canel supone, en la teoría, un cambio mayúsculo: no se apellida Castro, culmina el ascenso de un civil a la primera magistratura gobernada desde 1959 por dos militares uniformados de verde oliva y confirma el relevo generacional con un político formado por la revolución que no luchó en Sierra Maestra porque no había nacido.

«Díaz-Canel es, dentro de su generación y de otras, el que logró llegar a la sucesión paso a paso, bajo los controles del sistema y las suspicacias de los líderes históricos», destaca ante LA NACION Arturo López Levy, profesor de la Universidad de Texas y autor de Raúl Castro y la nueva Cuba.

«Ha hecho lo que ha podido para estar allí, pero no tiene muertos en su conciencia, no estuvo en guerra, no participó en actos represivos», concluye el historiador Armando Chaguaceda.

El Richard Gere cubano, como lo llaman sus seguidoras, cumplió de joven con todos los dogmas revolucionarios en busca de la biografía perfecta: desde la militancia en las juventudes comunistas hasta las brigadas internacionalistas en Nicaragua. Con solo 31 años fue elegido miembro del Comité Central del PCC, y con 34 años ya gobernaba en la provincia de Villa Clara, todo un hito en la revolución.

En esa época comenzó a demostrar su fama de eficaz, al encargarse del traslado de los restos del Che Guevara a la plaza de Santa Clara. Ya jamás saldría de la órbita de los hermanos Castro, pero fue Raúl quien le nombró ministro de Educación Superior en 2009, vicepresidente del Consejo de Ministros en 2012 y primer vicepresidente del Consejo de Estado en 2013. «No es ni un novato ni un improvisado», justificó aquel día el presidente.

La narrativa que rodea al poder cubano ha calificado a quien será nuevo presidente como un funcionario gris, influida por la comparación con quienes lo antecedieron y fracasaron (Carlos Lage, Robertico Robaina o Felipe Pérez Roque). Se equivocan. Quienes conocen bien a Díaz-Canel saben que es un tipo inteligente y hábil como para mantenerse en segundo plano mientras otros dotados de mayor carisma o popularidad iban cayendo como frutas maduras, incluidos los elegidos en primera instancia por Fidel.

Tanto se cuida el futuro presidente, conocido por sus visiones más moderadas durante sus mandatos locales y regionales, que en los últimos meses ha extremado sus declaraciones más ortodoxas, incluyendo filtraciones de la Seguridad del Estado, para que nadie pueda pensar que se trata del Gorbachov cubano. Una estrategia que ha conducido a que se lo vea como una marioneta de Raúl, cuyos hilos serían movidos a placer de militares de la vieja guardia y del PCC.

«Ha demostrado obediencia, lealtad y capacidad de gestión. Tiene la imagen de un cuadro político eficiente, de posturas dialogantes y prácticas populares dentro de los sectores revolucionarios, con manejo más moderno de los nuevos códigos. Tiene a su favor un grupo de cuadros en provincias y el aparato central del gobierno, además de cargos en el partido que crecieron bajo su tutela y guía», resume López-Levy.

¿Cuál será el modelo a seguir del nuevo líder? «Ni Gorbachov ni Maduro, Deng Xiaoping», apuesta para LA NACION el pensador e historiador Armando Chaguaceda. Ni Gorbachov como el gran reformador que dinamitó el Muro de Berlín ni Maduro como el elegido por Chávez para seguir sus lineamientos políticos al pie de la letra, incluso radicalizándolos.

«Con los datos que tenemos Díaz-Canel apunta a una continuidad con una apertura económica. Insisto en que no se sabe la personalidad ni la agenda real en un régimen como este donde han rodado tantas cabezas en la coyuntura actual. Y en los meses que siguen no va tampoco a revelarlo en la medida que va a estar acompañado y vigilado por los históricos y el aparato de la policía política», describe.

Lo que hizo a nivel local es ambivalente, criticado en Holguín por sus políticas agrícolas pero alabado en Santa Clara, donde nadie olvida que permitió las noches libertarias para modernos, transexuales y rockeros en el conocido local Mejunge.

La Nación

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