Científicos descubrieron cómo una comunidad de «hombres anfibios» desarrolló una inusual capacidad para bucear

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Asentados principalmente en el Archipiélago de Joló, en lo que se designa como la Península de Zamboanga y Gran Manila, los bayao son un grupo étnico moro originario de la parte meridional de Filipinas, conocido por ser un pueblo marinero de tipo nómade.

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Con el tiempo, este grupo étnico emigró a diferentes sectores del archipiélago malayo. Hoy está instalado principalmente al norte de Malasia, Indonesia y Brunéi debido a conflictos por la obtención de tierras.

Convertidos en verdaderos refugiados, que tuvieron por siglos prohibido tocar tierra, construyeron aldeas sobre el mar, pasan casi toda su vida sobre el agua y aseguran que pisar tierra firme hasta les genera mareos. Su nivel de aislamiento es tal que miden el tiempo por medio del movimiento de las mareas en vez de en horas y minutos.

Pero si hay algo que distingue a los bayao por sobre otras minorías de la región es su destreza natural para el buceo, dado que muchos logran descender hasta profundidades impensadas, cuando sus cuerpos se encuentran totalmente en estado de relajación.

Viven en botes o en chozas construidas sobre pilotes de madera en aguas poco profundas. Durante siglos han migrado en grupo y lograron sobrevivir gracias a una dieta compuesta casi enteramente por pescado, pulpo, langosta y mariscos, los que obtienen tras pasar aproximadamente el 60 por ciento de su jornada laboral bajo la superficie del agua.

Los niños, desde el momento en el que nacen, aprenden que su hogar es el mar. En vez de ir a la escuela para aprender álgebra o ciencia, se les da una red para que aprendan a pescar a bordo de botes construidos a mano. Sin Estado propio, los refugiados solo visitan tierra de forma breve para canjear lo que pescan por arroz, agua y otros productos básicos.

Siglos de práctica han hecho que tengan destacables habilidades a la hora de bucear, en muchos casos pudiendo descender hasta 70 metros y permanecer sumergidos por hasta cinco minutos. Sus herramientas para alcanzar semejante hazaña brillan por su simpleza. Tan solo una pesas improvisadas para contrarrestar la flotación y unas antiparras hechas de madera con lentes de vidrio de botella es lo único que necesitan los bayao.

 Nos fascinaba el hecho de que pudieran permanecer bajo el agua por tanto tiempo. Podía verlos literalmente caminar bajo el mar

También conocidos como «gitanos del mar», el pueblo de hombres anfibios ha fascinado a la comunidad científica durante décadas y recién hoy se pudo develar el porqué de su habilidad sobrehumana, que los emparenta más con las criaturas marinas de la zona que con otros seres humanos.

«Simplemente se sienten extraños en tierra», explicó Rodney C. Jubilado, antropólogo de la universidad de Hawaii, en diálogo con el periódico The New York Times. Criado en la isla Sámal en Filipinas, el catedrático tuvo su primera interacción con los bayao a muy temprana edad. «Nos fascinaba el hecho de que pudieran permanecer bajo el agua por tanto tiempo. Podía verlos literalmente caminar bajo el mar» agregó.

Hasta la fecha, muchos investigadores aseguraban que el pueblo que lleva aproximadamente mil años migrando en el mar, había logrado desarrollar, con el paso del tiempo, distintos rasgos genéticos que les permitieron adaptarse de forma destacable a su particular estilo de vida.

Pero un flamante reporte compartido en la publicación Cell, firmado por Melissa Ilardo y Rasmus Nielsen de la Universidad de California, ha logrado demostrar por primera vez con evidencia científica las razones detrás de su verdadero «superpoder». ¿Acaso la genética y anatomía de los bayao influye de alguna manera en su talento especial?

«Parecía la oportunidad perfecta para que la selección natural actuara sobre una población» explicó la doctora Ilardo.

Los expertos estudiaron el proceso que implica sumergir el rostro en agua fría y aguantar la respiración, lo que activa lo que se conoce como la «respuesta a la inmersión». Esto genera que el corazón disminuya su frecuencia cardíaca para conservar oxígeno, a la vez que redirecciona la sangre de los tejidos superficiales a los órganos más sensibles a la falta del elemento químico, como el cerebro, los pulmones y el mencionado corazón.

Al parecer, esto provoca una contracción en el bazo, un órgano que actúa como una reserva de emergencia de glóbulos rojos oxigenados, para que un mayor suministro de estas células se libere en el flujo sanguíneo. Ilardo viajó a Indonesia y reclutó a 59 bayao, dispuestos a dar sus muestras de saliva para analizar su ADN, además de someterse a un análisis ultrasónico de su bazos.

Con el objetivo de poder comparar los hallazgos con un pueblo similar. también se reclutaron 34 miembros de la minoría saluan, un pueblo íntimamente relacionado con los bayao pero que habita sobre tierra firme. Los resultados fueron asombrosos. El tamaño de los bazos de los bayao era, en promedio, un 50 por ciento mayor al de los saluan.

La diferencia no fue asociada a sus condiciones como buzos sino al particular linaje de los bayao, responsable por el mayor tamaño del mencionado órgano. Los resultados de los análisis de ADN arrojaron que una mutación en parte del genoma de los «gitanos del mar», responsable de regular la actividad de un gen asociado al control del flujo sanguíneo, hacía que la sangre fuese automáticamente enviada a los órganos que más lo necesitaban.

Otra mutación en un gen responsable de la producción de anhidrasa carbónica, una encima que desacelera la suba del dióxido de carbono en sangre, es responsable de un fenómeno asociado con los buzos extremos. Al momento de combinar todos los resultados, los investigadores llegaron a la conclusión de que la necesidad de recolectar alimentos a relativa profundidad llevó a dicha adaptación y evolución con el correr de los siglos.

En definitiva, ha quedado comprobado que el hombre es producto de su propia evolución, y no solo de la que tuvo lugar hace miles de años sino de adaptaciones mucho más recientes.

Fuente: Infobae

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