¿La batalla de las tarifas anticipó la foto del peronismo que viene?

Senado

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Además del mensaje amargo para el Gobierno, la madrugada del jueves dejó en el Senado una postal que es a la vez un interrogante para el PJ. El peronismo en todas sus vertientes aprobó la ley de tarifas que unas horas después iba a vetar Mauricio Macri. Medida en costos, este capítulo de la prematura pelea electoral parecía cerrado. Pero no tanto. El voto mayoritario exhibió la convergencia del bloque más próximo a los gobernadores, de Cristina Fernández de Kirchner y hasta de Carlos Menem, acompañado al recinto en horario difícil para su edad. ¿Foto excepcional o anticipo de lo que viene?

La pregunta viene a cuento de una frase difundida casi como un lema en el circuito del kirchnerismo y de sus aliados, y que con otras palabras refleja el estado de ánimo creciente en el peronismo: «Hay 2019». Es una definición -un pronóstico sobre sus propias posibilidades electorales- basado en un único aspecto de la realidad: el desgaste del Gobierno. Y el punto es que esa síntesis expresa una mirada unilateral.

Visto así, el «Hay 2019» podría representar la inscripción en la cara de una moneda que aún gira en el aire. La otra cara no tiene imagen. Y de eso se trata la disputa de fondo en el peronismo: qué sector y, más precisamente, quién ocupará ese lugar en la perspectiva de la competencia presidencial del año que viene.

Parece precipitado sacar una única conclusión sobre lo ocurrido en la batalla por las tarifas y el clima político que la rodeó, en medio de contactos cruzados que mostraron hasta último momento al oficialismo cruzado por tensiones –en parte, fruto de sus propios errores-, entre la necesidad de negociar con el PJ y el reconocimiento del cambio cada vez más visible en el tablero político, con escaso margen para los acuerdos.

A grandes rasgos y hasta ahora, en la amplia geografía peronista confrontaban dos miradas diferentes sobre su futuro. El kirchnerismo venía sosteniendo como consigna la «unidad» del peronismo y más aún la conformación con ese eje de un fuerte frente opositor, que por supuesto tuviera como figura central a la ex presidente. La mayoría de los gobernadores del PJ, en cambio, prefería mantener distancia del kirchnerismo duro y buscaba alternativas para evitar el término unidad, entre ellas «renovación» y hasta «regeneración».

Los jefes provinciales del peronismo, incluidos los de relaciones más fluidas con Macri y sus operadores, han dado señales claras de estar decididos a ir mostrando una mayor nivel de diferenciación frente al Gobierno. El paraguas para esta relación sería algo así como que la disposición a colaborar pero no a cogobernar, según repiten sus voceros.

Se verá ahora en la difícil prueba del recorte de gastos que empuja el Presidente en el marco de la negociación con el FMI, pero en el renglón de las tarifas quedaron flotando dudas sobre cuánto de lo resuelto por los senadores del PJ es resultado de un limitado poder interno de los gobernadores o es parte de un juego a dos bandas, como advierten voces cada vez más audibles en el circuito oficialista.

Los ritmos y los grados de diferenciación respecto del Gobierno se enlazan con cuestiones operativas y de gestión –incluso para las provincias que tienen sus cuentas más ordenadas-, pero además están atadas al objetivo que representa liderar el rearmado peronista, con dos escalones: dar pelea para asegurar sus distritos –con el manejo de las fechas de comicios locales- y disputar la presidencia.

Está claro que con la ex presidente y sus aliados no pueden competir en la dureza frente a Macri. De manera algo dramática, un veterano de disputas peronistas lo define así: «El tema es si nos reagrupamos con nuevos liderazgos o si esto se parte y nosotros vamos como peronismo y Cristina va como Podemos», dice en referencia al experimento español, que en rigor viene dando señales de decaimiento antes que de ascenso.

El kirchnerismo y sus aliados se exhiben más homogéneos, en primer lugar porque siguen girando en torno de una jefatura única, aunque hay matices en la evaluación y algunos reconocen que ese es un capital con limitaciones. No son los más escuchados. De todos modos, hubo cierto cuidado «táctico» al decidir al menos formalmente quedar detrás del peronismo federal y del massismo en la jugada para aprobar la ley sobre tarifas.

En la otra vereda interna, los matices son más notorios. Miguel Angel Pichetto es sin dudas el principal articulador de los gobernadores en el Congreso y no sólo en su cámara, pero más de un gobernador –sobre todo, del círculo de los ganadores en el turno electoral del año pasado- ha señalado algunas desinteligencias o posiciones que no necesariamente reflejan al conjunto de los jefes provinciales.

Eso no significa que esté en crisis la relación, sino que nadie, y menos los legisladores, pueden imponer criterios por sí solos. Alguna vez, y en su mejor momento, Sergio Massa registró señales del mismo tipo y hasta más significativas.

El massismo expone desde hace meses un cambio de perfil. Anotó mayor protagonismo en la ofensiva por las tarifas, y también mayor dureza, como había comenzado a exponer en diciembre pasado durante el debate sobre el sistema de ajuste para las jubilaciones. Es visible su vuelco hacia el interior del peronismo, señal a la vez del ocaso de la experiencia con Margarita Stolbizer.

La cuestión no puede resumirse en las fotos de aquellos días de fin de año ni la imagen de la votación del jueves en el Senado. No constituyen un dato menor, pero no agotan la disputa por el liderazgo opositor. En cierta medida, algún límite salió a trazar el salteño Juan Manuel Urtubey, apenas unas horas después del veto presidencial. Reiteró su posición contraria a la ley para retrotraer tarifas y también defendió su propia propuesta para diferenciarse del Gobierno. No es la avenida del medio, pero tampoco la autopista al 2019.

Con las distorsiones del caso, la situación es replicada en el terreno sindical con ingredientes del conflicto peronista y condimentos propios. El cortinado de fondo es la convocatoria a un paro con fecha próxima aún en discusión, pero los conflictos domésticos vienen de arrastre.

Hugo Moyano, inquieto en particular por su frente judicial, ha rebobinado su idea de abandonar la CGT y trata de reunir aliados para la pelea interna, desde posiciones de dureza en ascenso. Por afuera, lo acompañan «tácticamente» las dos CTA y las estructuras de los movimientos sociales, algunos de ellos con la esperanza de lograr un lugar orgánico en la central sindical.

La CGT enfrenta la crisis del ciclo de su segundo triunvirato -Juan Carlos Schmid, Héctor Daer y Carlos Acuña-, hijo del que integraron de hecho Moyano, Luis Barrionuevo y Antonio Caló. Los gordos y los independientes vienen buscando un sistema de alianzas para la renovación de la conducción, tal vez en agosto, y el barrionuevismo ya mostró que no debería quedar afuera del nuevo reparto, mientras intenta consolidar posiciones en el PJ, a pesar de que la intervención a cargo del jefe gastronómico tiene un panorama muy complicado en la Cámara electoral.

Moyano no tiene problemas en reclutar socios: necesita fortalecerse y suma fuera y dentro de la CGT a los sectores más duros, muchos de ellos aliados del kirchnerismo. No es lo que piensa buena parte de los otros jefes gremiales con peso propio. La confluencia en un paro –forzada, para algunos- no resuelve la discusión sobre el reparto del poder en la futura conducción cegetista.

En los dos frentes, y sobre todo en el político, el problema no pasa por ir acelerando la confrontación con el oficialismo. En todo caso, la línea de demarcación pasaría por la disputa del liderazgo y, en esa proyección, del tipo de liderazgo. Se verá entonces si el Senado dejó sólo una foto.

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