«Mi hijo está enterrado vivo (..) como wuajt’acha (ofrenda)», denunció Sonia Aliaga, madre del menor, quien afirma que a su hijo «le han enterrado en un socavón, adentro de la mina, está bajo tierra».
El niño Jhoel desapareció el pasado 14 de septiembre del poblado quechua de Aucapata, en medio de una fiesta patronal, y desde entonces sus padres lo buscan frenéticamente. El caso fue denunciado recién el fin de semana en La Paz, a 200 km del lugar de los hechos.
La misión policial, apoyada por fiscales y funcionarios de gobierno, intentará «establecer si efectivamente hay un cuerpo sacrificado en ritos o, de lo contrario, proceder al rescate del menor» vivo o muerto, explicó el coronel John Aguilera, director de la Fuerza Especial de Lucha contra el Crimen (FELCC).
De acuerdo con la madre de Jhoel, no es la primera vez que desaparecen niños en esa región donde funciona la mina de oro Cosmipata.
«Según los trabajadores de esa mina, anteriormente ya les han encontrado cadáveres, tres cadáveres dice que han encontrado».
Aunque los sacrificios humanos no son frecuentes, los mineros hacen ofrendas de animales al Tío, un demonio, que habita las profundidades de los socavones.
Este ídolo de metal instalado en los profundo de la mina, recibe ofrendas en coca, tabaco, licor y serpentinas multicolores, además de sangre de animales, en una práctica extendida en el laboreo minero. (AFP)