Trump, Bolsonaro y Macri buscan forzar la renuncia de Maduro y abrir la transición democrática en Venezuela

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La diplomacia secreta de los Estados Unidos, Brasil y Argentina se puede anotar la victoria política de haber fracturado al régimen de Nicolás Maduro a través de un movimiento concertado con el Grupo Lima que instaló a Juan Guaidó como líder de la transición democrática en Venezuela.

Maduro fue sorprendido por la potencia de la jugada de Donald Trump, Jair Bolsonaro y Mauricio Macri y ahora piensa cómo replicar ante un escenario doméstico que ofrece escasas variables: si detiene a Guaidó por autoproclamarse presidente interino, Trump puede mover sus tropas hacia Caracas. Y si finalmente lo deja en libertad, reconocerá que ya no controla todas las variables del régimen y que su destino político está a tiro de una asonada militar. En ambos casos, habrá una compleja crisis institucional en Venezuela y el Grupo Lima prepara una nueva ofensiva diplomática para evitar una guerra civil potenciada por los intereses regionales de Estados Unidos, China, Rusia y Cuba.

Mientras que el Grupo Lima establecía que la asunción de Maduro era ilegal, la diplomacia americana, brasileña y argentina iniciaba negociaciones secretas para fracturar al régimen y forzar una transición democrática que estaba paralizada por la ausencia de un líder opositor que pudiera enfrentar al gobierno y erosionar su frente militar.

Trump instruyó a Mauricio Claver, su director de origen cubano en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, para que diseñara un plan secreto destinado a erosionar a Maduro. Y Guaidó fue la pieza clave de ese engranaje a escala continental: se trata de un hijo de militares, con un discurso articulado, impronta personal, estudios en Washington y pertenencia a un partido (Voluntad Popular) con capacidad para movilizar y conducir una ofensiva contra Maduro.

Entonces, las piezas en el Plan Claver se empezaban a alinear. Ya estaba la declaración del Grupo Lima rechazando la asunción de Maduro (con la excepción de México), había un liderazgo opositor en construcción y un movimiento diplomático en ciernes, que era la autoproclamación de Guaidó como presidente interino de Venezuela. Faltaba la fecha para poder mostrar todas las cartas.

El 23 de enero de 1958, una asonada cívico militar derrocó a Marcos Pérez Jiménez, el dictador más sangriento de la historia venezolana. Ese día, Pérez Jiménez se escapó a la República Dominicana a bordo de la «Vaca Sagrada», el avión más lujoso de la flota presidencial. Y una junta militar conducida por el contraalmirante Wolfgang Larrazábal inició un gobierno de transición para recuperar la democracia en Venezuela, tras la caída y huida de Pérez Jiménez a su exilio dorado.

No fue casualidad que Guaidó eligiera el 23 de enero para convocar un cabildo abierto en las principales ciudades de Venezuela y que anunciara su decisión de autoproclamarse presidente interino en reemplazo de Maduro.

Era una señal política e histórica: si los militares leales a Pérez Jiménez consintieron la asonada en su contra, ya era tiempo de desplazar a Maduro, conformar un gobierno cívico militar y llamar a elecciones presidenciales.

Las movilizaciones de ayer en Venezuela tuvieron un componente social distinto. El régimen reprimió como siempre, pero en esta ocasión se sumó más clase media baja y por primera vez en mucho tiempo, la oposición reunió más asistentes a sus marchas que el régimen populista. Y Maduro, a diferencia de otras oportunidades, exhibió una sorprendente debilidad escénica: durante su discurso, no hubo un solo militar poderoso a su lado. El rey aislado en la torre.

Trump salió airoso del lance contra Maduro. Reconoció a Guaidó, erosionó al líder populista y logró que un importante número de países de América Latina aceptara formalmente que hay dos poderes políticos en Venezuela.

Sin embargo, se trata de una victoria fugaz si no acelera con el plan diseñado por su asesor personal Mauricio Claver. Un ejemplo: Macri reconoce a Guaidó como presidente interino, pero no rompe relaciones con Venezuela. Ergo: sigue reconociendo a Maduro. Y a su vez comparte las preocupaciones geopolíticas de Trump, que juega fuerte en la región y no se aplacará hasta que Guaidó suceda a Maduro.

En este contexto, China, Rusia y Cuba aún no jugaron fuerte. Y Maduro está en la incertidumbre de apresar a Guaidó o dejar que siga achicando su poder real frente a los militares propios y a los asesores y lobistas que representan los intereses de Xi Jinping, Vladimir Putin y Raúl Castro. El poder aborrece el vacío, y tampoco soporta a dos líderes que reclaman el mismo territorio. No hay lugar común para Maduro y Guaidó, uno va a primar sobre el otro, y las fuerzas concurrentes pueden causar una guerra civil con obvias reminiscencias a la Guerra de Vietnam.

Tras su viaje a Brasilia, el presidente argentino y Bolsonaro acordaron una política en tándem respecto a Venezuela. Macri hubiera roto ayer las relaciones diplomáticas con Maduro, pero la línea diplomática –Jorge Faurie y Fulvio Pompeo– sugirió extrema cautela. Ahora la estrategia consiste en mantener el statu quo (dos presidentes) y lograr hacia adelante que el frente militar se rompa y que acepte respaldar una transición encabezada por Guaidó y avalada por Trump, Bolsonaro y Macri, entre otros jefes de estado de la región.

A su vez, Macri y Bolsonaro son dos presidentes claves para balancear las ambiciones de Trump. El presidente americano tiene un formidable problema político en DC y busca un wag the dog (cortina de humo) para ocultar su crisis doméstica. Una guerra de baja intensidad en Venezuela, sería ideal para la lógica diplomática de Trump. Macri y Bolsonaro asumen estas intenciones y ya han reiterado que no respaldarán una solución militar encabezada por el Pentágono.

Distinto sería, y no es una sutileza en una mesa de arena, que una facción castrense marche sobre el Palacio de Miraflores y termine con el régimen de Maduro. Si la resolución se ejerce desde adentro del poder real venezolano, la región esperará los resultados políticos y exigirá que no haya una masacre en las calles de Caracas. Pero no hay un solo presidente de América Latina que apoye un golpe contra Maduro liderado por marines americanos con órdenes expresas o secretas del Pentágono y la Casa Blanca.
Empezó la cuenta regresiva.

Final abierto.

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