Persiste el malestar entre el Gobierno y la Corte y crecen los replanteos internos

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En la reunión del martes de la mesa judicial del Gobierno se respiró un aire enrarecido.
No hubo grandes discusiones, a diferencia de otros encuentros. Pero sí sobrevoló entre los integrantes de ese ámbito informal en el que se cuece la relación de la Casa Rosada con la Justicia un sabor amargo por la filtración de la foto del casamiento de un familiar de Fabián Rodríguez Simón en el que se ve, sentado entre los invitados, a Carlos Rosenkrantz, titular de la Corte Suprema.

Rodríguez Simón, «Pepín» para los amigos, es uno de los más osados consejeros judiciales de Mauricio Macri, y no necesita sentarse en esa mesa para influir en las decisiones presidenciales. En la imagen, revelada por la periodista Irina Hauser, sonríen en primer plano José Torello, jefe de Asesores de la Casa Rosada, y Bernardo Saravia Frías, procurador del Tesoro, dos de los integrantes de la mesa judicial que se reúne cada quince días.

La fotografía se viralizó justo en la época de mayor malestar del Gobierno con el máximo tribunal, y cuando empiezan a aflorar replanteos internos por la maltrecha vinculación entre ambos poderes. La interlocución entre la Corte y la Casa Rosada atraviesa fuertes turbulencias.

Ricardo Lorenzetti dejó de ser el blanco de todas las críticas. A esta altura, para el Gobierno ya es un viejo conocido. «Amigo presidente de la Corte», lo mencionó Macri en el hotel Hilton en la cena anual de CIPPEC de hace tres años, la última a la que asistió hasta la semana pasada, al ufanarse de la independencia judicial.

Otros tiempos. La algarabía oficial al momento en que el ex presidente del tribunal fue reemplazado por Rosenkrantz, hace poco más de un semestre, se empañó rápido.

Aquel mediodía de septiembre del año pasado, minutos después de la reunión de acuerdos en la que se definió el recambio en la Corte, «Pepín» festejó la asunción de su amigo Rosenkrantz en la oficina de Torello, en el primer piso de Casa Rosada. Saltó literalmente de felicidad.

Rodríguez Simón fue el principal mentor de las designaciones de Rosenkrantz y de Horacio Rosatti en el máximo tribunal. Al primero lo acercó por una amistad de hace al menos tres décadas.

A Rosatti, en cambio, quien lo recomendó fue Elisa Carrió. Ahora hay reproches puertas adentro: en la mesa judicial, que además conforman el ministro Germán Garavano y el secretario Legal y Técnico, Pablo Clusellas, además de otros asistentes itinerantes, le hicieron saber a la diputada, con cierta delicadeza, del disgusto por los últimos movimientos del cortesano.

Rosatti, Lorenzetti y Juan Carlos Maqueda conforman desde hace meses la mayoría de la Corte, desalineada a la conducción formal de Rosenkrantz y su aliada ocasional, Elena Highton de Nolasco.

A Rosenkrantz, en el cuarto piso del Palacio de Tribunales lo apodan con sorna «el mellizo» por su nombre compuesto, Carlos Fernando. «Carlos es el que habla en el atril y Fernando el ministro de Justicia del Poder Ejecutivo», se mofan en los pasillos. Maldades palaciegas.

La supuesta dependencia de Rosenkrantz de la Casa Rosada, argumentada por el resto de los jueces por sus votos recientes en fallos determinantes, es rechazada por el entorno del magistrado.

Para la Casa Rosada, por el contrario, la mayoría independiente pone al borde del desfiladero la «gobernabilidad» de Macri en tiempos de debilidad política y de crisis económica.

Refuerzan esa posición con el fallo que obliga al Estado a devolverle a San Luis 15 mil millones de pesos de coparticipación. O el cambio en el índice de actualización de los haberes jubilatorios, una dura resolución de fines del año pasado. O la declaración de inconstitucionalidad del pago del impuesto a las ganancias en jubilados y pensionados, de hace algunas semanas.

Ese fallo fue contestado por el propio Macri. «Tenemos que entender qué responsabilidad tenemos cada uno a la hora de cuidar la estabilidad de la Argentina. Cuando se habla de un fallo en contra del Gobierno es porque afecta el presupuesto», dijo en declaraciones radiales.

Macri está molesto con la Corte. Molesto no solo por el descuido «de la estabilidad» que dijo percibir por parte de la mayoría del tribunal, sino porque no le encuentra la vuelta a la relación. Es consciente de que, este año, justo el más crucial de su vida política, no habrá cambios. Y que, en todo caso, deberá esperar a ser reelecto. Para su entorno más íntimo, ampliar el número de miembros ahora no sería una opción, como se especuló en algún momento. Preferirían esperar alguna baja para oxigenar el cuerpo.

La mesa judicial de Casa Rosada está dividida. Están los que se muestran furiosos con Rosatti, al que apodan «el intendente» por su pasado en la municipalidad de Santa Fe y su supuesto rol político en el tribunal. Los que están decepcionados con el perfil de Rosenkrantz, desdibujado: no puede garantizar, explican, que no salgan fallos que impacten en las cuentas fiscales, la principal obsesión de Macri.

Y están los que sienten tanto una cosa como la otra.

«Antes de asumir, Rosatti nos dijo que lo único que no iba a hacer era atentar contra la gobernabilidad», aseguran desde la mesa judicial. La versión del entorno del juez es distinta.

Cuentan que, previo a su designación, el jurista se reunió con la vicepresidenta Gabriela Michetti en su casa porteña de la calle Pasco. Y que el diálogo fue el siguiente:

Rosatti: «¿Qué quiere el Presidente de mí?»

Michetti: Un juez independiente.

Rosatti: Dígale que lo tiene.

Antes de recomendarlo, Carrió le había dicho a Rosatti que nunca le pediría nada.

Fastidiada por su alianza con Lorenzetti, la líder de la Coalición Cívica envió al diputado Juan Manuel López -que aparece de fondo en la imagen en el casamiento del familiar de Rodríguez Simón- a reunirse con él.

El encuentro fue a fines de noviembre del año pasado. El juez lo recibió con un colaborador directo. López le pidió por Héctor Marchi, el administrador del presupuesto del tribunal que la CC tiene desde hace tiempo entre ceja y ceja. Y mostró preocupación por las versiones que daban cuenta de que la mayoría le restaría poder administrativo a Rosenkrantz, una resolución que salió pocos días después.

Rosatti contestó que Marchi -que en algunos días deberá verse cara a cara con López en una mediación judicial- era eficiente y la Corte tenía superávit. y que Rosenkrantz era un «soberbio», según reconstruyó este medio. López no fue el único emisario de Carrió ante el jurista.

Las quejas del Gobierno con la Corte son recíprocas. La falta de interlocutores es una carencia que se escucha por igual de ambos lados del mostrador.

A Garavano, en el cuarto piso del Palacio no le tienen simpatía. Le perdieron el respeto, argumentan. Con Torello pasa algo parecido. Con Rodríguez Simón, los chispazos son cada vez más álgidos.

Saravia Frías, respetado en el cuarto piso del Palacio, amagó con llevar adelante la relación. Tuvo encuentros fructíferos con Maqueda y con Rosatti. Pero al poco tiempo de empezar a perfilarse como uno de los interlocutores, el procurador, que lo desvela la Corte, volvió a ocuparse de otros asuntos.

En ese lodazal, apareció Marcos Peña, el funcionario más influyente de la administración de Macri que nunca tuvo a la Justicia como uno de sus rubros predilectos.

«Peña aporta racionalidad. La mesa judicial piensa que la Corte es un ministerio del Poder Ejecutivo. Incluso un integrante de ese ámbito vendió que la iba a manejar por chat. Es un buen momento para dialogar», subrayan en el cuarto piso de Talcahuano.

Las reuniones institucionales entre los jueces y la Jefatura de Gabinete empezaron a implementarse desde el año pasado. En los últimos días hubo contactos entre el jefe de ministros y el máximo tribunal. Incluso hubo intercambios en la previa del fallo que sepultó la re-reelección de Sergio Casas en La Rioja, en la misma resolución que hizo lo propio con Alberto Weretilneck en Río Negro.

¿Podría Peña convertirse en el vínculo más estrecho del Gobierno con la Corte Suprema? La Justicia no había estado hasta ahora bajo el radar del jefe de ministros.

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