«Boludos o traidores», dijo Pablo Micheli, de la CTA autónoma y de renovada fe kirchnerista, para referirse a los dirigentes de la CGT. Pablo Moyano esta vez ahorró descalificaciones de ese calibre, aunque mantuvo la tensión interna y pareció emplazar a la conducción cegetista: dijo que en veinte días van a discutir nuevas medidas de fuerza. El paro y el acto de ayer parecieron jugar entre esas dos vertientes, ninguna muy amigable. Es visible el intento cambiar o condicionar a la mesa que encabezan Héctor Daer y Carlos Acuña. Y sobrevuela la amenaza de una formal fractura.
La movida encabezada por el moyanismo, gremios aliados de la CGT y las CTA, con apoyo de movimientos sociales, expuso letra política y sindical, así como fuerte movilización de aparatos propios y límites para hacer efectivo el paro, que resultó de alcance parcial. Algunas de esas señales fueron públicas, otras de lectura doméstica en el complejo tablero sindical.
El acto en Plaza de Mayo tuvo una puesta clásica al menos desde la vuelta a la democracia: escenario de espaldas a la Casa Rosada, un mensaje inaugurado por Antonio Cafiero en su etapa de líder de la renovación peronista, hace más de treinta años. Las críticas a Mauricio Macri estuvieron en el tono esperado: duras y desafiantes. Y tampoco escapó a ese registro -de manera explícita en algunos casos y menos expresa en otros- el llamado a la unidad opositora con eje en Cristina Fernández de Kirchner.
Hugo Moyano ratificó que es hoy el principal apoyo sindical de la ex Presidente.Volvió a su lado hace menos de un año, luego de contactos reservados a cargo de dos operadores peronistas de muy buena llegada al Vaticano. La expresión de ese acuerdo también tuvo escenografía sindical: fue en un encuentro organizado por el Smata, el sindicato que encabeza Ricardo Pignanelli. Es el gremio industrial más destacado en el frente que lidera el camionero.
No fue el único gesto de Moyano. De a poco, agregó alianzas tácticas nada sencillas para su tradición. La convergencia con las CTA funciona en la movilización, pero no aporta en la interna porque es ajena a los «cuerpos orgánicos». No sirve para un confederal cegetista, por ejemplo. Algo similar ocurre con los movimientos sociales, que siguen generando cierto resquemor en muchos jefes sindicales.
Así las cosas, había inquietud sobre el sentido final del paro de ayer, que se descartaba parcial. En la previa, ya era interpretado como un elemento de presión sobre la CGT, es decir, sobre la dupla de Daer y Acuña y el entramado de dirigentes que los sostienen. Pero ya hace rato empezaban a ser advertidos otros ingredientes, tal vez parte de una movida para fracturar formalmente a la central sindical.
La conducción cegetista se reuniría la semana que viene. Entre los sectores de mayor gravitación –gordos, independientes y barrionuevistas- circula la idea de alguna medida de fuerza, pero otros factores también son evaluados en esa mesa. Habitualmente son señaladas como contrapeso las conversaciones con el Gobierno por varios temas de su vida orgánica, y no sólo las obras sociales. Pero se ha visto ya que eso no necesariamente frena todo: a veces es aceptado –hasta en filas del Gobierno- que una protesta como hecho aislado puede ser una vía de distensión. Pero quizás en esta etapa pese también el rechazo a quedar atados al juego exclusivo del kirchnerismo y a las necesidades del moyanismo frente a sus propias inquietudes judiciales.
La evaluación acerca de un cambio de sentido en la escalada del gremialismo más duro había asomado ya a la salida del verano. Y en esa línea habían sido registradas las irónicas y fuertes descalificaciones de Hugo Moyano dirigidas a Daer y Acuña. Eso, antes y después de la marcha realizada hace poco más de tres semanas. Hasta entonces, parecían movidas para discutir la integración y el rumbo del secretariado de la CGT. Ahora, podría entenderse como un enfrentamiento con salida de fractura. Ese pareció el tono del escenario de ayer en Plaza de Mayo.
Los enojos cruzados entre sectores cegetistas incluirían conflictos que fuerzan límites más o menos aceptados. Se trata de la invasión de territorios gremiales: son recordadadas, por ejemplo, las ofensivas de camioneros sobre empleados de comercio. Ahora, se agregaría el caso de un gremio considerado estratégico, el de los colectiveros: Moyano estaría alimentado a un sector interno enfrentado a la conducción de la UTA, que encabeza Roberto Fernández. La UTA, como se sabe, no adhirió al paro y se admite que fue un factor decisivo en el nivel acotado de la medida de fuerza.
Todo ocurre además con clima creciente de campaña. Es notorio que el frente encabezado por el moyanismo constituye una pieza importante en el armado kirchnerista. Más matizado es el panorama de los jefes sindicales que sostienen e integran la mesa de la CGT, aunque la mayoría espera que se acomoden los tantos en el PJ federal. Tampoco en el terreno electoral aparece una figura ordenadora para todos: se trata de un dato político nada menor, incluso para el Gobierno.