El triunfo seguro de los Fernandez es cada día un poquito más inseguro

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El viernes por la mañana, el candidato del Frente de Todos Alberto Fernandez recibió en su celular el informe de una página que la consultora PXQ distribuyó entre todos sus clientes. En lo sustancial incluía un gráfico, que se reproduce en esta columna, donde se refleja la evolución del promedio de cuarenta encuestas realizadas en los últimos tres meses. El promedio de encuestas es un método que se utiliza en muchos lugares del mundo. Para Estados Unidos, por ejemplo, lo hace en forma continua el sitio RealClearPolitics.

Los encuestadores más tradicionales discuten que ese promedio sirva para algo. Sin embargo, es posible que semejante acumulación de datos ayude a percibir una tendencia, en el caso de que exista. Según el promedio elaborado por PXQ, la tendencia es clara: en mayo los Fernandez ganaban las PASO por 9 puntos y en junio apenas por 5. Los encuestadores coinciden en que durante el mes de julio mejoró aun más la formula oficial. PXQ pertenece a Emmanuel Alvarez Agis, ex viceministro de Economía de Cristina Kirchner.

Existe una natural inclinación de muchos candidatos a pensar que la difusión de datos que los perjudican son, en realidad, «operaciones» del enemigo. Es una teoría discutible, y bastante paranoica. En abril, se conoció que la encuestadora Isonomía calculaba una victoria de Cristina Kirchner por 9 puntos en un hipotético ballotage. Ahora, se difundió que en su última encuesta los Fernandez superan apenas por 3 a sus contrincantes en las PASO y el ballotage está empatado. ¿Cual era la operación? ¿La de entonces o la de ahora? Management & Fit, en mayo, le otorgaba 9 puntos de ventaja a Cristina en el ballotage.

Ahora lo da empatado. ¿Operaba entonces? ¿Ahora? ¿En qué sentido en cada uno de los momentos? En todo caso, la agudeza de un candidato consiste en poder separar las falsedades de los estudios serios. La negación de los riesgos no es un buen método para encarar campañas complicadas.

En general, entre los consultores hay dos coincidencias. Una es que los Fernandez están aun en mejores condiciones de ganar las PASO que la dupla Macri-Pichetto. La segunda es que la tendencia en los últimos meses favoreció al oficialismo. Esto último es muy significativo. Porque había dos elementos que, en teoría, contribuirían a ampliar la ventaja y no a reducirla. La nominación de Alberto Fernández, por parte de Cristina Kirchner, sumaría votos moderados a los ya consolidados por el carisma de «La Jefa». Eso no parece hacer ocurrido. La incorporación de Sergio Massa y de los gobernadores, por otra parte, sumaría más votos porque el peronismo unido sería invencible. Tampoco eso se registra en las encuestas. Todo número multiplicado por K, al parecer, sigue dando K.

Así las cosas, si en las primarias los Fernandez triunfaran por una diferencia esperable de cinco puntos, dificílmente podrían evitar un ballotage porque las opciones intermedias -Roberto Lavagna, José Luis Espert- tienen votantes más propensos a Cambiemos que al peronismo. El Gobierno hace unos meses rezaba pòr llegar a un escenario como este: tener al menos la chance de definir por penales al final de la historia. Hoy, esa posibilidad parece bastante cierta porque la diferencia amplia de mayo, cuando Cristina era candidata, en lugar de transformarse en abrumadora en julio, se achicó. Solo las encuestas que contratan en el Frente de Todos discuten esa tendencia.

Frente a este panorama, el kirchnerismo enfrenta un dilema que, necesariamente, deberá resolver su candidato: cuanto parecerse a sí mismo. En las últimas tres elecciones, Cristina Fernandez probó suerte con un candidato moderado en 2013 y perdió, con otro moderado en 2015 y volvió a perder. En 2017 se radicalizó: rompió con el peronismo en casi todo el país y se postuló ella misma. Volvió a ser derrotada. Ahora intentó un mix: nominó a un moderado como cabeza de fórmula pero se ubicó ella en un segundo lugar y lo rodeó de gente propia. Esa alquimia, en principio, no parece dar los resultados esperados.

En ese contexto se mueve el candidato, que no tiene otra alternativa que la de ser quien es, y así se exhibe. Algunas personas de la campaña K empiezan a ponerse ansiosas. Critican a Fernandez por no ser demasiado kirchnerista o por ser demasiado kirchnerista, por ser ambiguo frente al desastre venezolano, o por sus rencillas inexplicables con periodistas después de decir que no hay que pelearse con periodistas, por criticar el acuerdo con Irán, el alguiler de habitaciones de un hotel a un proveedor del Estado o el funcionamiento del IndeK, o, en sentido inverso, porque a cada crítica le adjunta una defensa del kirchnerismo o una relativización de la crítica. Lo cuestionan por parecerse, por diferenciarse, por no parecerse demasiado, por diferenciarse de manera tibia. Tal vez no adviertan que nadie puede dejar de ser quién es, y menos en una campaña electoral. Alberto Fernandez es lo que es: un kirchnerista incómodo.

Una campaña consiste en iluminar lo mejor de un candidato, no en cambiarlo. En todo caso, el problema no es de Fernández sino el nivel del profesionalismo que lo rodea. Por lo pronto, sería aconsejable que sus distintos integrantes coordinen esfuerzos: algunos han difundidos spots -el del regreso del asado, el de la mudanza al conurbano- que luego fueron retirados de las redes al recibir fuego amigo. Esas idas y vueltas no ayudan mucho a nadie. La ausencia de Cristina, diez días en Cuba a pocas semanas de una definición, después de la cual podría haber viajado tranquila, contribuye a generar más especulaciones. Todo esto será barrido por un resultado favorable en cuatro semanas. En caso contrario, la campaña de los Fernandez entrará en zona delicada.

Del otro lado, por cierto, llueven misiles. La Casa Rosada ha desatado una campaña sucia virulenta, focalizada especialmente en Axel Kicillof y La Cámpora. El martes pasado, la hermana Martha Pelloni sostuvo que La Campora era un brazo del narcotráfico.

Inmediatamente, su sumó Elisa Carrió cuando agregó que «muchos son adictos». Jorge Macri, el primo del presidente, sostuvo que Axel Kicillof tiene una visión marxista de la Argentina. «Es que es marxista», insistió la gobernadora María Eugenia Vidal. Es muy evidente el intento de instalar que un grupo de comunistas narcotraficantes quien reemplazar a Vidal en la provincia de Buenos Aires. Todo eso sin una sola prueba o indicio de que sea así, sin una sola presentación judicial. De hecho, el político que enfrenta denuncias más serias por supuestos vínculos con el narcotráfico en la Argentina es Sergio Varisco, intendente de Paraná, una de las ciudades más importantes del país. Pertenece a Cambiemos.

Nadie se expone a insultar a un contendiente si no estuviera perdiendo. Vidal enfrenta una situación complicada en su pelea contra Kicillof, justamente, porque Macri la obligó a cargar con su mochila en la provincia, que es donde peor le va al presidente. El problema con el que debe medirse Vidal, en todo caso, no son los efectos del marxismo en la provincia de Buenos Aires: son las consecuenciass del gobierno de Macri.

Las acusaciones infundadas de vínculos con el narcotráfico empiezan a cristalizarse en la cultura política. En el año 2009, desde la Casa Rosada, Cristina y Nestor Kirchner orquestaron una campaña infame para vincular al candidato opositor Francisco de Narvaez con el tráfico de efedrina. Esa campaña no sirvió para nada porque, como se sabe, De Narvaez derrotó a la lista encabezada por Nestor Kirchner. Unos años después, uno de los jefes de La Campora, Andrés Larroque, calificó como «narcosocialistas» al socialismo santafecino. Aníbal Fernández recibió algo de toda esa medicina en la campaña del 2015.

La utilización de la palabra «comunista» o «marxista» también tiene antecedentes. En 1999, Carlos Ruckauf apeló a técnicas similares. «Yo no quiero que una comunista gobierne la provincia de Buenos Aires», dijo. La «comunista» en ese caso era su contrincante Graciela Fernandez Meijide. ¿Tiene sentido embarrarse tanto por tan poca cosa? ¿Dónde están hoy los generadores de esas ideas tan brillantes?

Faltan largos meses en los que seguramente habrá estabilidad cambiaria, Ahora 12, aumento fuerte de la asignación por hijo, cientos de miles de microcréditos: casi todo a favor del Gobierno.

Los Fernández deberán analizar con inteligencia y serenidad cómo seguir.

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