Hay una esquina de Versailles detenida en el tiempo. Sus paredes denuncian años sin innovaciones y sus mesas parecen no cansarse nunca, pese a llevar más de medio siglo escuchando historias. Los parroquianos son como los de antaño. Habitúes de largas horas de charla sin reloj. Las redes sociales son cartas que no están en el mazo de éste bar anclado en la esquina de Gallardo y Nogoyá, donde nos encontramos con Carlos Fren, un hombre de extenso recorrido por el fútbol, surgido de la inagotable cantera de Argentinos Juniors, campeón con Independiente y que conoce como pocos al Maradona director técnico del fútbol argentino, que vuelve al ruedo en Gimnasia La Plata.
«A Diego lo conozco desde que era chico, del tiempo en el que hacía jueguito en los entretiempos, cuando yo ya estaba en la Primera. Compartí cancha el día de su histórico debut contra Talleres en el 76, que fue una conmoción, aunque nosotros ya nos habíamos dado cuenta de que era un fuera de serie. Al principio era muy tímido, incluso se cambiaba junto a otros tres juveniles en el vestuario visitante antes de las prácticas. Y ahí la rompía. Venía a 100 kilómetros por hora, de golpe paraba y te metía un cambio de frente. Una locura», contó.
«En el 78 me fui a Independiente y a partir de ahí cada uno hizo su vida, con algunas charlas esporádicas más las veces que tuvimos que jugar en contra. Yo tenía el curso de técnico terminado y en 1991 había dirigido con Bochini a Independiente, pero luego de eso no salía ningún laburo. Antes del Mundial 94, él se estaba preparando en el campo de unos amigos en común y allí fui a comer un asado. En un momento se habían ido todos y nos quedamos solos los dos y Claudia, quien le dijo: ‘Carlitos vino a hablar con vos’. Entonces le comenté que me gustaría volver a dirigir y si me podía recomendar en algún lado. Me respondió: ‘Eso no es tan fácil, pero lo que sí te quiero decir es que en un futuro voy ser DT y la persona que elegí para que me acompañe sos vos. No como ayudante sino como dupla técnica’, continuó.
Tras el dolor de lo ocurrido con el doping positivo, Maradona tenía que estar 15 meses sin jugar. Entonces se abrió una posibilidad: «Un día me sonó el teléfono y era él, comentándome que lo había llamado el Vasco Goycochea, que estaba en Mandiyú, para ver si quería agarrar como entrenador. Yo le contesté: ‘Es una ocasión ideal porque te va a mantener ocupado. Si querés, nos vamos para allá’. Y partimos hacia ese desafío, que fue cuando mejor y más tranquilo estuvo. Nos íbamos a pescar junto con el profe Paolorosso y teníamos el frezzer lleno de pescado (risas). Veníamos los sábado para Buenos Aires cuando nos tocaba jugar acá y al tiempo me empezó a decir que vengamos lo viernes, y cuando se instalaba era un desastre y yo me la tenía que bancar. El sábado trabajaba yo en lo táctico y él se quedaba en el hotel. Estuvimos cerca de ganarle al River campeón invicto de Gallego en el Monumental. Estábamos 2-0 y terminó 2-2 porque entró un pibe que enseguida me di cuenta que nos iba a complicar y se lo dije a Diego: Marcelo Gallardo».
«A fines de ese año nos fuimos de Mandiyú a Racing y allí la cosa fue más complicada. Dos veces no lo pude levantar… El equipo no jugaba mal, pero habíamos arrancado complicados. El quiebre fue el partido con San Lorenzo, cuando lo paré y le dije que por lo menos los días de partido tenía que estar bien, que así era una vergüenza para todos. Que tenía que tratar de ser más prolijo. Habíamos acordado salir los dos de traje a la cancha, pero como se había peleado con Claudia, no tenía la ropa. Increíble. Hicimos la charla técnica y cuando íbamos para la cancha me di cuenta que no estaba bien. Entonces nos encerramos en el vestuario y le dije en la cara una cuantas cosas que yo pensaba. Se puso a llorar, diciéndome que era algo que no podía controlar. Perdimos 2-1 y desapareció. Estuvo como dos o tres semanas sin venir», siguió con las confesiones de una etapa difícil.
«Él sabía quién y cómo era yo y me daba bola, aunque a veces se enojaba y se paraba de manos. Cuando Bilardo se fue de Boca, estuvimos a punto de agarrar y nos reunimos en la casa del dirigente Digón, donde su esposa sabía más de fútbol que todos nosotros. Cuando salimos, agarramos su camioneta y en el camino, ya de madrugada, me dijo: ‘¿Dónde vamos?’, a lo que respondí: ‘A dormir, donde vamos a ir’. Empezó que no, que estábamos por agarrar Boca, que teníamos que ir a algún lado, etc. Paramos en la costanera, frente a aeroparque y se acodó en esa especie de murallón donde están los pescadores, mirando al río. Y me desafió: ‘A ver, vos que sabés todo: ¿Qué me pasa a mí?’ ‘Es muy fácil lo que te pasa: mitad de tu cerebro se quiere ir a casa con Claudia y las nenas y la otra mitad, se quiere ir a terminar como terminás siempre’, le respondí. Se le llenaron los ojos de lágrimas, me dijo que tenía razón. Pero terminó en un boliche hasta bien tarde. Yo siempre le demostré que era amigo. Y no cambió mi forma de ser. Hace 20 años que vengo a este bar, vivo en la misma zona, hago mi vida. Pero hay gente que solo piensa que la felicidad está en la plata. Como decía el Pato Pastoriza: hay que tener para un bife y un vaso de vino. Y si es invierno, tapate bien y andá a apoliyar», narró otro episodio que describe la compleja coyuntura que atravesaba Diego entonces.
La tarde cae por los ventanales de la fría tarde, en medio de los parroquianos que saludan a Carlos como lo que es: parte de un lugar que ha hecho propio. «El problema es que Diego le empezó a dar bola a gente que no tendría que haber escuchado, que me ensuciaron. Nunca tuvo el coraje de venir de frente a preguntarme si tenía alguna duda de algo. Sobre todo por la relación que teníamos. Cuando asumí en Los Andes, el presidente del club me dijo que Maradona tenía las puertas abiertas para que viniera. Se lo comenté y me dijo que en principio no, que luego podía ser. En una entrevista me preguntaron sobre Guillermo Cóppola, a lo que respondí que en mi vestuario no entraba, que no tenía nada que hacer. Me lo había tenido que bancar en Racing por ser amigo de Maradona, pero ahora no. Entonces Diego se me puso en contra y declaró cualquier cosa. A partir de ahí, no nos hablamos más».
«Es un misterio por qué termina mal con todos sus ayudantes. Le pasó también con Mancuso, Enrique, Islas y siguen los nombres. Quizá tiene que ver con su forma de ser, la verdad que no sé. Lo que tengo claro es que verlo así me da tristeza, porque lástima no hay que tenerle a nadie, pero es triste llegar así a los 60 años. Está con un tipo que no lo conozco y no quiero hablar mal, pero siempre hay uno de turno cumpliendo esa función de aislarlo del mundo, atendiendo el teléfono, filtrando gente. Lo único que quieren es facturar. Cuando Diego estaba pelado y en la mala, éramos pocos lo que poníamos la cara», dijo.
En su visión con respecto al fútbol de hoy, también es claro y franco: «Si de casualidad me llamara para estar otra vez con él, además de arreglar nuestros temas, le diría que no. Pero no solo a Maradona, a cualquiera, porque hay que ser conscientes que ya pasó nuestro tiempo. Ahora es la edad para disfrutar de los nietos. Los entrenadores de ahora no viven, están pendientes todo el tiempo de su profesión. La guita es para gozar de las cosas elementales. No puede ser que un abogado se pelee son sus hijas, es un delirio. Mi recuerdo de Claudia y las chicas es el mejor. Hay algo que tengo grabado, porque era el día de mi cumpleaños. Serían las tres de la madrugada y me sonó el teléfono. Obviamente era Diego, diciéndome que se había quedado solo en el departamento de Cóppola, porque todos se habían ido a Punta del Este y llevaba tres días ahí. Era terrible escucharlo en ese estado. Fui para allá. Lo encontré mal y me sorprendió: ‘¿Sabés una cosa? Me dan unas ganas enormes de encarar para ese ventanal que da a la calle y tirarme para abajo’. Le contesté que se dejara de joder, se cambiara y que lo acompañaba hasta su casa. Me miró y no sabía qué hacer. Entonces le dejé las cosas claras: ‘Yo te voy a bancar un rato más, porque es mi cumpleaños y me quiero ir a festejar a casa’. Le avisé por teléfono a Claudia, que lo estaba esperando con un cara terrible en el hall del edifico de Habana y Segurola. Unos días después me llamó para agradecerme que había pasado fin de año con la familia. En los encuentros siguientes, Claudia tenía una relación fría conmigo, porque pensaba que lo había llevado después de una joda. Le aclaré que yo estaba en mi casa durmiendo y que pudieron pasar las Fiestas juntos porque lo había rescatado».
A lo largo de la charla, se deshace en elogios hacia José Omar Pastoriza («era un crack de verdad»), pese a que no lo había pedido para Independiente, Fren se ganó un lugar en el equipo que salió campeón del Nacional 1978, conformando una gran mitad de cancha con Omar Larrosa y Ricardo Bochini. Ese alto nivel le permitió llegar a la Selección, donde estaba César Menotti, que reconoció haber cometido una injusticia con él por no haberlo convocado antes. «Cuando hablaba no querías que terminara nunca. Mi primera citación en la Selección fue contra Resto del Mundo en cancha de River. Estábamos cambiándonos en el vestuario y de pronto entró el Flaco: ‘Muchachos, acabo de salir y el estadio está repleto. Hoy vino el abuelo, el padre, los hijos, la esposa. Esta gente vino a divertirse, así que tiren caños y paredes’. Un fuera de serie.
Con la misma firmeza con la que se plantaba en el centro de la cancha en sus épocas de futbolista, así sigue siendo Carlos Fren, Su barba característica ha mutado para ser apenas un contorno de su boca. Disfruta de sus nietos, observa fútbol por televisión, matizado por algunos negocios y el infaltable ritual del café en la esquina de Versailles. La misma donde el tiempo se detuvo sin avisar.