La foto está vieja y sin calidad. Pero igual impacta, emociona. Y dice mucho…
Es imposible no intentar, aunque sea imaginariamente, trasladarse puntualmente a ese momento vivido en Colonia Dora, un pequeño pueblo de apenas 2.500 habitantes ubicado a 175 kilómetros de la capital de Santiago del Estero. Uno mira la foto. Una y otra vez.
Intenta pensar lo que sentía Gabriel Deck, con 12 años, esperando el rebote, enfundado en la 20 de Manu en los Spurs, mientras se divertía con el hermano mayor (Joaquín, el que tira) y sus amigos Sergio Gómez y Miguel Díaz en un clásico 2 vs 2 que se armaba por la tarde en el playground casero de los Deck. «Era feliz, estaba con los míos, en mi lugar. Y sólo pensaba jugar», dice hoy, con la simpleza que caracteriza a una de las figuras de la selección argentina.
Sí, era feliz, sin tanto, en ese patio de tierra, sin líneas ni zona pintada. El tablero era chico y el aro no tenía red, pero sí una historia hermosa, de esas que cautivan. «El primer aro lo hicimos con amigos, con ayuda de un herrero, pero se rompió y mi viejo fabricó otro con ayuda de un vecino. Lo hizo con un volante viejo de tractor que teníamos en la parte de atrás de casa», recuerda el protagonista de esta historia de película. Papá Carlos, trabajador de la vieja guardia, en el campo o como chofer de micros, fue hasta una cancha de fútbol abandonada que estaba cerca de su casa, agarró uno de los postes de los arcos y luego encontró un pedazo de madera para que cumpliera la función de tablero. Así se armó una canchita humilde, sencilla, pero que para los hermanos Deck era el Madison Square Garden.
«Las discusiones se armaban cuando era la hora de la siesta. Hacía 40 grados pero nosotros queríamos seguir jugando. Nora y el Gringo, nuestros padres, no nos dejaban y teníamos que entrar a la casa», recuerda Joaquín. El mayor (hoy 27 años), y Gabriel (24) se la pasaban jugando allí, imaginando ser los jugadores de la Generación Dorada. «Yo era Leo Gutiérrez o Luifa Scola», rememora Gaby, con una sonrisa, cuando cuenta que en los picaditos alternaba entre ser el máximo ganador de la historia de la Liga Nacional o una de las dos estrellas de la Generación Dorada. Qué loco todo, ¿no? A los pocos años después enfrentaría a Leo en la Liga y compartiría el seleccionado con ambos, hoy justamente siendo compañero de hazañas con el capitán Luis V. El famoso deseo de emulación que funciona una vez más… Así fue cómo el menor de los Deck empezó a seguir los pasos de la camada que marcó el camino del deporte argentino. Hoy lo sigue haciendo, aunque ya siendo pieza clave de una Selección que seguramente no tiene las estrellas de la anterior camada, pero también contagia y trasciende la pantalla porque cuenta con los mismos valores e intangibles que emocionaron de la famosa GD.
De chico, Gaby prefería el fútbol. «Ojo que era bastante bueno, goleador, soñaba con ser futbolista profesional», avisa Gaby. Pero su hermano lo convenció de intentar con el básquet. «Me llevaba a jugar al club Mitre pero yo me volvía porque no me gustaba el básquet… Hasta que vi por TV un partido de la Liga Nacional y me encantó», cuenta hoy sin recordar qué clubes se enfrentaban ni qué jugadores lo cautivaron. Así fue que agarró viaje, se apasionó con el deporte y empezó a dividir el tiempo de juego entre el patio de su casa y la cancha de baldosas de Mitre.
Pero, claro, como hijos varones de una familia muy humilde, ambos también debían trabajar. Lo hacían en los campos de alfalfa, ayudando a su padre, al rayo del abrasador sol santiagueño. O limpiando el interior de los micros de larga distancia en la empresa en que Carlos era chofer. Hasta que un día dijeron basta y Joaquín, el que tomó la decisión, lo recuerda bien. «Eran las 2 de la tarde, hacía un calor bárbaro y estábamos con Tortu en la bodega de uno de los colectivos. Sofocados, cansados… Y recuerdo bien lo que le dije», detalla el mayor.
-Nos vamos, Gaby. Así no podemos seguir. Vámonos a Santiago, a Quimsa, a probar… Vamos a intentarlo a la capital.
Gabriel, de apenas 13 años, se quedó helado, apenas esbozó un «¿estás seguro?» cuando el hermano soltó la bomba. Hoy, Joaquín explica por qué decidieron ese paso tan difícil para chicos tan afincados a las costumbres del pueblo y tan apegados a los seres queridos.
«Habíamos ido al campus Quimsa en el 2008 y teníamos la oferta del club para radicarnos en Santiago. Pero era difícil tomar la decisión, no era nada fácil dejar todo en nuestro lugar… Pero ese día hice el click. Estábamos cansados de esos trabajos tan duros», argumenta. Pero ojo, no era sólo eso. Los Deck eran una familia humilde y los hermanos no sólo pensaron en ellos. «También fue para sacarles dos platos de comida a mis viejos. La cosa estaba mal y Quimsa nos ofrecía departamento, comida, todo… Esa, más allá de perseguir un sueño, fue la principal razón de por qué nos fuimos del pueblo», ratifica Gaby.
¿Por qué no se van a probar a Quimsa? Todo había comenzado un año antes cuando la profesora de Educación Física de Gabriel, Paola Aguilar, le vio condiciones y le recomendó ir al campus de Quimsa, el club que venía de ser finalista de la Liga en el 2008. «Irme de Colonia Dora a Santiago capital fue el sacrificio más grande que hice. Mi vieja lloraba todos los días y yo era un chico de pueblo, la ciudad me costó… Tuvimos que empezar de cero, con amigos, rutinas, todo. Varias veces pensé en volverme. Por suerte estábamos juntos con Joaquín, él me ayudó mucho. Y además en el club nos hicieron sentir como en casa», asegura Tortuga. «Y sí, fue duro. Colonia Dora es su lugar en el mundo, clave en su vida.
Tiene un sentimiento muy arraigado y no le fue fácil desprenderse», aporta Silvio Santander, quien fue su primer DT en Quimsa y hoy lo disfruta nuevamente, ahora como asistente de Sergio Hernández en el seleccionado.
Entre los muchos tatuajes que usa Deck, uno de ellos hace honor a su apodo. Se tatuó una tortuga.
–Tortuga me lo puso un compañero…
El responsable de uno de los mejores apodos, o al menos del más popular, es Maxi Quiroga, compañero mendocino de pensión. «Un día estábamos acostados y yo estaba todo tapado con una frazada, sólo se me veía la cara cuando espiaba… Ahí empezó a joderme con que era una tortuga que sacaba la cabeza para mirar», recuerda. Sobrenombre que se le hizo carne a Gabriel, pese a que no refleja lo que exhibe en una cancha. Hoy todos le dicen así, pero hubo una vez que alguien quiso parar con la fiebre Tortu. «Cuando yo era entrenador de Quimsa paré una práctica y reté a los compañeros. Les dije que me parecía que ya había que empezar a llamarlo Gabriel, porque si algo no parecía en ejercicios y picados era una tortuga… Ya había dejado de ser un jugador pachorriento. Pero a él no le gustó la idea (se ríe), me miró como diciendo ‘no me corrijas nunca el apodo’…», revela el coach. Deck recuerda bien aquel momento. «Silvio quería hacerme un bien, pero yo ya estaba familiarizado con el apodo y me gustaba. Además, si bien tal vez no refleje lo que soy en la cancha, seguramente sí lo que soy afuera, una tortuga…», admite, sonriente, quien justamente se tatuó este animal en la pierna izquierda.
Los dibujos en su cuerpo reflejan parte de lo que es o quiere ser. En su brazo derecho tiene un tatuaje de un búho de la buena suerte con un reloj «para manejar los tiempos de mi vida». Además, como buen creyente, tiene uno de la Virgen de Guadalupe en su pierna derecha. Pero sin dudas que la carta escrita que tiene en su muslo derecho, una frase del escritor estadounidense John Calvin Maxwell, especialista en liderazgo, sintetiza su pensamiento: «Cuando quieras emprender algo, habrá mucha gente que te dirá que no lo hagas; cuando vean que no pueden detenerte, te dirán cómo tienes que hacerlo; y cuando finalmente vean que lo has logrado, dirán que siempre creyeron en ti. Hazlo por tu gente, hazlo por tu orgullo, nunca sabrás si nunca lo intentas…», se lee. Gabriel siempre lo tiene presente.
Deck es un alero frenético, pura intensidad, pero juega como vive, con la «tranquilidad de todo chico de pueblo», aunque con la seriedad que requiere al máximo nivel del profesionalismo. Gana millones, vive en Madrid como una figura del Real y su vida cambió radicalmente, pero sigue siendo el mismo de siempre. «Nunca dejé de tener los pies en la tierra: sé de dónde vengo y cuáles son los valores que me trajeron hasta acá. Trato de ser respetuoso, humilde y honrar mi palabra. Siempre. Ante todo», remarca. Y enseguida desempolva una sabiduría callejera que lo diferencia. «La calle me ha enseñó mucho: el respeto, la amistad, la importancia de portarse bien, porque en la calle no te podés hacer el loco. Además, no le tengo miedo a nada. Me fui de mi casa y me ha costado, pero ¿miedo? Nunca. Por más presión que haya», deja claro con su habitual claridad.
Sus compañeros rescatan la paz interior que lo diferencia, incluso en los momentos de máxima presión, y hay una frase que lo caracteriza. «Esto es básquet, Chango», responde cuando desea minimizar las responsabilidades que el deporte profesional trae aparejados.
«Siempre la digo porque así siento el básquet. Es un deporte, no hay que matar a nadie ni se le va la vida a nadie. Encima, si te ponés nervioso, es peor, te sale todo mal. Mejor estar tranquilo», dice Deck, haciendo parecer fácil lo difícil. «Sé que no todas las personas se lo toman así, quizá sea una virtud mía», resalta. En la intimidad, a veces luce tímido y hasta ausente, pero es su apariencia, Gaby siempre está atento. «Parece que estoy en otro lado o que algunas cosas no me importan, pero trato de aprender. De todos», comenta.
Tortu sigue teniendo los mismos gustos simples de toda la vida. Ama ir a pescar, sobre todo con amigos al Río Salado, a pocos kilómetros de su pueblo. Disfruta los guisos que hace con sus amigos y no hay nada que lo motive más que la música. De todo tipo, incluida la guaracha santiagueña. Tan fanático es que se hizo un tatuaje con una clave musical y se compró un parlante que lleva a todos lados. Así fue que se convirtió en el musicalizador oficial de la Selección, sacándole el puesto a Campazzo. Su playlist incluye desde La Mancha de Rolando hasta Gilda, pasando por Los Palmeras y Leo Mattioli. En el plantel no todos están de acuerdo con las elecciones, pero se divierten con alguien que es capaz de cantar un tema de Los Palmeras en medio de una nota de TV tras ganarle un partido clave a Rusia.
Mentalmente, Deck nunca se fue de Colonia Dora. Ni cuando se fue a Santiago. Ni cuando llegó a la áspera Capital Federal para romperla y ganar todo con San Lorenzo. Ni cuando se mudó con todos los lujos a Madrid para ser pieza importante del Real Madrid. Su cabeza siempre está allá, aunque la NBA lo siga y le haga ofertas que todavía no alcanzan… «Me gustaría, pero no me mueve el piso. Diría que prefiero estar en mi pueblo, con mi vieja, riendo, tomando mates y recorriendo el campo con mis amigos. Cada vez que voy, cargo energías. Si es por mí, estaría allá», dice, romántico. Tan fuerte son las raíces que, con la ayuda de su hermano, encaró un proyecto solidario. Inauguró un comedor en el barrio de su infancia para niños carenciados. «Lo hacemos con Joaquín, sin ayuda política», informa.
Gabriel mira aquella foto, hoy, 12 años después. Y los recuerdos vuelven a él. «Cuando entré al estadio, en el debut ante Corea, me lo puse a mirar y a recordar aquella canchita en casa, esos picados hasta la nochecita con mis amigos. Muchas de las imágenes de esa época son de esos momentos. Siempre, cuando me toca jugar algo importante, lo primero que pienso es en eso. Si me dieran a elegir, jugaría al lado de mi casa», reflexiona, emocionado. Y sí, el Chango juega siempre como en el patio de su casa. Por eso su nivel. Y por eso la emoción que transmite.
Por Julián Mozo. Infobae