El dólar, termómetro y acelerador de las crisis, terminó la semana con otra escalada. Es la cara angustiante de las expectativas, aunque las señales de los mercados y más aún los temores de los ahorristas no son el único elemento. Hay también esperanzas cruzadas en el voto, que superan incluso el discurso de los principales candidatos y son un desafío latente para ellos mismos. Mauricio Macri y Alberto Fernández agotaron sus ofertas aún antes del silencio que imponen estas horas de veda. Y el cierre de las campañas, duras en el discurso, terminó acompañado por nuevos crujidos económicos. Anticipan las pruebas que se abrirán desde el lunes y el vértigo de las respuestas que les serían reclamadas.
Parece contradictorio, pero las inquietudes no estarían asociadas a una incertidumbre por el resultado de mañana, según las encuestas y con los cuidados que imponen los graves desaciertos de los consultores en agosto. El punto no sería ese único elemento, sino el marco proyectado por las PASO. En rigor, se admite en medios políticos y empresariales, el dato “sorpresivo” sería la habilitación de un balotaje, como apuesta y sueña Macri. En cambio, en las cercanías de Fernández y de acuerdo con sus sondeos, el cálculo parte del piso de agosto, que marcó una diferencia a favor de 17 puntos.
Visto de ese modo, y si se cumplen tales pronósticos, los mercados ya estarían avisados de lo que podría ocurrir. Esa anticipación, más su consecuencia, gravitante: Fernández ya no sería el candidato más votado sino el presidente electo. Los temblores de la última semana le estarían hablando a él en primer lugar, con el agregado de frases desafortunadas y de efecto previsiblemente adverso como la que prometió respeto por los ahorros. Sería el turno de poner en negro sobre blanco las primeras medidas, la orientación y las demandas para una transición de un mes y medio.
Del mismo modo, y aunque pocos hagan este ejercicio, un resultado como el que aspira de máxima el oficialismo, de derrota pero con allanamiento a una segunda vuelta, podría generar además de sorpresa un reclamo de acciones concretas y unilaterales –para empezar, de mayor control del dólar- al menos hasta el turno de noviembre y bien diferente a lo visto en el último mes de campaña. Eso, junto a un recreado interrogante sobre perspectivas de gobernabilidad.
Como sea, asoman dos cuestiones complicadas para el horizonte inmediato de la política, a partir de la mañana del lunes. Por un lado, los efectos de la dureza por momentos extrema y de carácter personal que expusieron las cargas cruzadas entre Macri y Alberto Fernández, junto a CFK. Por el otro, el juego de expectativas: las negativas –vinculadas a la incertidumbre y a los temores o inquietudes- y las positivas, que por momentos superan o se independizan del mensaje explícito de los candidatos.
En las últimas semanas, junto con las muy duras ofensivas personalizadas en Macri, Alberto Fernández fue dándole un sentido si se quiere más dramático o épico al camino que promete liderar para salir de la crisis. Dólar, precios, reservas, reestructuración de la deuda y negociaciones con el FMI dibujan un cuadro grave y complejo. Pero comparar –como lo hizo- la actual crisis con el final de la dictadura –y con el esfuerzo social para superar esa etapa- más que una desproporcionada crítica al Gobierno sugiere que las medidas que debería tomar, en caso de ser consagrado mañana en las urnas, serían duras. Y que no deberían exigirle resultados sanadores en poco tiempo.
La ex presidente es quizás más tajante y al mismo tiempo, con la defensa y el autorretrato ideal de sus gestiones, alimenta expectativas más radicales en términos de resultados. Es más: se reivindica ella misma y reivindica a su sector como él único que no le aprobó ni le facilitó medidas y leyes a Macri. Lo hizo de manera expresa hace tres días, en La Plata, junto a Axel Kicillof y Florencia Saintout. Mensaje de kirchnerismo duro también para el massismo y buena parte de los gobernadores del PJ, que sí respaldaron diversos proyectos oficialistas y sucesivos Presupuestos en el Congreso.
Macri también fue subiendo escalones en sus cargas contra Alberto Fernández, CFK y el kirchnerismo. Se vio en la sucesión de escenarios de los últimos treinta días y en el segundo de los debates presidenciales, a pesar del formato acotado y rígido de esas exposiciones colectivas de los candidatos. Señal, compartida con el candidato opositor, de que los débiles puentes tendidos después de las PASO fueron dinamitados. Una duda con perfil inquietante para los días que vienen después del domingo.
Las campañas tuvieron diferentes recorridos, necesidades y objetivos. Las marchas del “Sí, se puede” fueron vitales para un oficialismo que aparecía aturdido y sin reflejos después de las primarias. En rigor, fue una movida que arrancó desde afuera –una especie de oficialismo inorgánico convocando desde las redes sociales- y se proyectó hacia adentro, para recuperar tono político. “Ahora estamos vivos”, dramatiza un vocero del Gobierno. La mayoría cuida los pronósticos para mañana, aunque en síntesis y de mayor a menor, las expectativas están puestas en la Capital, luego en arañar un balotaje nacional y finalmente en recuperar algo de terreno en Buenos Aires.
Con todo, y aún en la perspectiva de una caída, existe coincidencia entre macristas –el círculo presidencial, Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal- y sus socios en al menos un punto: la contención de una franja electoral -y en sentido amplio, política- que parecía en desbande en los días posteriores al 11 de agosto. Y que sigue siendo muy crítica del kirchnerismo. En caso contrario, sin la reacción de las marchas, ni siquiera veían asegurado el piso del segundo lugar. Se trata de un capital nada desdeñable para pasar a la vereda de la oposición. Eso fue expuesto en cada concentración, con buena asistencia y con picos notables como en la 9 de Julio y en el cierre cordobés.
Los actos de Alberto Fernández y CFK –dos juntos en los últimos diez días- buscaron mostrar otra cosa sobre y debajo del escenario. Expusieron decididamente poder territorial y una convergencia de PJ tradicional, sindicalismo y kirchnerismo orgánico: señal de una convivencia que genera interrogantes a futuro. Esas puestas en escena, y en especial la última en Mar del Plata, también apelaron a las banderitas argentinas, casi como respuesta a las críticas por el “aparatismo” propio y a las fotos de las nutridas movidas del oficialismo.
Ninguno de los candidatos se lució en la relación con los manifestantes, lejos de aquello que alguna vez fue denominado como el diálogo entre el líder y las masas. Más bien, Macri ensayó una especie de contrapunto de preguntas y respuestas, por ejemplo, pidiendo un claro “Sííí” a la necesidad de una Justicia independiente. Y Alberto Fernández buscó la ratificación de las consignas que lanzaba: en la rambla marplatense, cerró pidiendo que le respondieran con un “Adentrooo” a su recomendación de “meter boleta completa” del Frente de Todos en las urnas.