Por Facundo Gallego, especial para LA BANDA DIARIO
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo (24,37-44)
Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.
De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.
Palabra del Señor
Comentario
Hermanos y hermanas: ¡feliz domingo! Que el Señor, que ha resucitado de entre
los muertos para llevarnos al Padre, esté ahora y siempre con todos nosotros. Y que la
Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, fortalezca nuestra fe, nuestra
esperanza y nuestra caridad, y nos lleve de la mano hasta el Cielo. ¡Amén!
¡Feliz año nuevo!… No, no me he vuelto loco, sé que falta todavía un mes… Pero
en la Iglesia estamos celebrando hoy un “año nuevo litúrgico”, que comienza con este
hermoso tiempo de Adviento y se extenderá hasta la semana de Cristo Rey del año
2020. San Lucas nos ha guiado en nuestra meditación con la Palabra de Dios a lo largo
de todo este año, y ahora nos deja en manos de San Mateo, que todos los domingos
tendrá algo nuevo para decirnos sobre el Señor.
¿Qué es el Adviento?
La Iglesia de los primeros siglos había asumido muchas palabras del latín del Imperio Romano para hacer referencia a los misterios divinos, como una expresión de la capacidad de inculturación que tiene la fe cristiana. En esa época, el Emperador de Roma hacía visitas periódicas a sus territorios. Entonces, un mensajero iba por las calles proclamando un edicto imperial que anunciaba la buena noticia de la llegada del Emperador a la provincia. De aquí vienen dos palabras conocidísimas por nosotros: evangelio (buena noticia) y adviento (llegada, advenimiento).
Rápidamente, los primeros cristianos le dieron un nuevo significado a ambos vocablos, refiriéndolos únicamente al Señor Jesucristo.
Esta puede ser una ayuda enorme para comprender de qué se trata el Adviento: es la certeza de que el Emperador del Mundo, el Rey de toda la Tierra, “el Consejero Admirable, el Dios Fuerte, el Padre Eterno, el Príncipe de la Paz” (Is 9,5) viene hacia nosotros. Por tanto, la Iglesia ve necesario prepararse para semejante acontecimiento, como se preparaban los súbditos del César, y como cuando nosotros sabemos que alguien vendrá a visitarnos a la casa y debemos limpiarla y acomodarla para que la visita encuentre un lugar agradable. El Adviento es, pues, el tiempo litúrgico en el que la Iglesia se prepara para recibir a Cristo, su Señor, cuando él vuelva.
¿Y cuándo llega Cristo?
El Adviento tiene, como dijimos, un sentido de preparación para recibir a Cristo. Nos enseñan los obispos argentinos que “el pueblo de Dios que peregrina en el tiempo redescubre la tensión entre la primera venida histórica de Jesucristo y la segunda
venida que acontecerá, de modo glorioso, al final de los tiempos.”
La primera venida histórica es, evidentemente, “su Nacimiento en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes” (Mt 2,1), cuando el Emperador de Roma era Cesar Augusto (Lc 2,1). Nació nueve meses después de que Dios enviara “al Ángel Gabriel a un pueblo de Galilea, llamado Nazaret, a una Virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David. El nombre de la Virgen era María” (Lc 1,26-27). A esta primera venida histórica la celebramos todos juntos el día de Navidad. El Adviento es, pues, un tiempo de preparación para recibir mejor la Navidad, para que ésta no sea un simple acto social ni un pretexto para una juntada con familiares y amigos.
Sin embargo, la Sagrada Escritura afirma que habrá una segunda venida de Cristo. La Navidad sabemos que será el 25 de diciembre indefectiblemente, queramos o no. Y todos nos preparamos, nos bañamos, ponemos la mesa, preparamos los regalos, el árbol, las visitas, la comida… Pero sobre esta segunda venida, el Señor mismo dice en el Evangelio: “Nadie sabe ni el día ni la hora, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo; sólo el Padre” (Mt 24,36). Aquí también nos encontramos con la respuesta a la pregunta sobre la llegada de Cristo. Él subió al Cielo y está sentado a la derecha del Padre, y de nuevo vendrá con gloria. ¡Pero nos falta un dato crucial: el momento en el que sucederá todo esto! Ese dato no nos ha sido revelado, por lo que tenemos que prepararnos de otra manera, muy distinta a si supiéramos el día y la hora.
Entonces, ¿cómo nos preparamos?
La respuesta nos la da el Evangelio de hoy. Dice el Señor que el día de su venida será repentino, sucederá como en tiempos de Noé. “En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre” (v.38-29).
Sucederá algo similar a cuando “nos cae la ficha”: usualmente siempre somos los últimos en enterarnos de las cosas. Unos versículos antes (Mt 24,32-35), el Señor les dice a sus discípulos que hagan como cuando ven que la higuera empieza a brotar y concluyen que está por llegar el verano. Que así también, cuando vean las señales precursoras, se den cuenta de que la Venida está cerca.
Ante esta imposibilidad de predecir la segunda venida del Señor, pero con la certeza de que vendrá y será repentino, nos vemos frente a la necesidad de vigilar, velar “para que ese día no nos sorprenda como ladrón” (1Ts 5,4), en palabras de San Pablo.
¿Y cómo debemos velar?
El Señor les pone una parábola para explicarles a sus discípulos de qué se trata la vigilia: “Si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.” (vv. 43-44).
Este estar preparados supone que tenemos que procurar mantener atenta nuestra alma, para que pueda divisar a Cristo apenas se acerque a nosotros. La oración de la Misa de hoy nos da una pista para saber cómo es la vigilia: “Dios todopoderoso y eterno, te rogamos que la práctica de las buenas obras nos permita salir al encuentro de tu Hijo que viene a nosotros…”
El Adviento es un tiempo propicio para reafirmar nuestro deseo de lo bueno y de la práctica de las obras buenas, que ayuden a nuestro espíritu a estar siempre dispuesto a recibir a Cristo. Es un momento ideal para acrecentar nuestra vida de oración, buscando más y mejores momentos de encuentro con Dios en la oración y en la lectura orante de la Biblia; confesando nuestros pecados y ofreciendo penitencias, e incluso recibiendo a Jesús Sacramentado. También podemos proponernos mejorar en algún defecto de nuestro carácter, modificar aspectos negativos de nuestra vida, vencer un pecado dominante. Y, como fruto de esta renovación interior, tener presente las prácticas concretas de caridad, sobre todo con las obras de misericordia corporales y espirituales, acercándonos al hermano que sufre, que necesita de nosotros, de nuestra ayuda, de nuestro tiempo, de nuestro dinero, de nuestra caridad.
No quiero dejar de hacer eco de una interesante propuesta del Santuario de Santa Rita: si San Lucas tiene veinticuatro capítulos, leamos un capítulo por día empezando desde hoy. Así, prepararemos la Navidad leyendo la vida de Jesucristo.
De esta manera, podremos vivir algo que decía San Bernardo de Claraval, que complementa este pequeño desarrollo de las dos venidas de Cristo: “Conocemos tres
venidas del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia.
Aquellas son visibles, pero ésta no. La venida intermedia es oculta, sólo la ven los elegidos, en sí mismos, y gracias a ella reciben la salvación. Es como un camino que conduce de la primera a la última. Guarda la palabra de Dios, y vendrá a ti el Hijo con el Padre.”
Oración y acción, contemplación y caridad. Que nuestro cuerpo duerma por las noches, pero que el alma se mantenga siempre en vela, con la caridad siempre encendida, buscando hacer el mayor bien posible. Que Dios nos conceda la gracia de vivir este Adviento con el espíritu vigilante y siempre dispuesto para recibir a su Hijo.
¡Feliz domingo para todos! ¡Ven pronto, Señor Jesús!