Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él

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Por Facundo Gallego, especial para LA BANDA DIARIO

Miércoles II de Pascua

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan (3,16-21)

Jesús dijo a Nicodemo: «Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios».

Palabra del Señor 

La vida del bautizado

¡Buen día para todos! El lunes hemos comenzado un camino de catequesis sobre los principales misterios de nuestra fe cristiana, particularmente del bautismo, que nos ha hecho hijos de Dios, libres del pecado y libres para la vida nueva. Ese bautismo lo hemos recibido en una fe que viene desde la predicación de los Apóstoles de Jesús, y que hemos heredado de generación en generación hasta nuestros días. A esta herencia la llamamos Tradición.

Hoy, el Evangelio según San Juan ilumina otro aspecto del bautismo. Ya hemos tocado lo referente al sacramento y su principal efecto, ayer hemos meditado sobre la fe que heredamos; y hoy nos referiremos a la vida cristiana, una vida nueva que ha nacido de lo alto, por el agua y por el Espíritu… Una vida que obra conforme a la verdad, que se acerca a la luz y desprecia las tinieblas.

Libres “de”…

La Iglesia nos enseña que todos nacemos con un pecado original. En los primeros padres, a los que la Biblia llama Adán y Eva, todos hemos pecado. Pero Jesús, con su muerte y su resurrección, nos ha liberado de esa esclavitud. Y en el bautismo que hemos recibido, el agua sacramental ha oxidado la cadena que nos ataba al pecado y nos ha liberado de la muerte eterna. El pecado original es borrado en nuestro bautismo.

El bautizado, en fin, es libre de la esclavitud del pecado. San Pablo nos explica que nosotros, que éramos esclavos del pecado, hemos sido “liberados del pecado y hechos esclavos de la justicia (…) para una vida de santidad” (Rm 6, 18.19). Por eso, en nosotros ya no reina la muerte ni la oscuridad, sino la luz y la vida, que es Cristo, el nuevo Señor de nuestra vida.

Libres “para”…

Puede parecer contradictorio que, habiendo sido liberados de una esclavitud anterior, ahora seamos “esclavos de la justicia”, y que Jesús sea nuestro nuevo Señor. Sin embargo, la Iglesia y la filosofía cristiana explican que la verdadera libertad es la que se usa para el bien. A nosotros nos tiene que importar mucho, y tomarlo como una verdadera empresa cristiana, el tratar de descubrir cuál es el bien de nuestra vida y la de los demás. Los bautizados no podemos actuar de cualquier manera, estamos llamados a descubrir la luz verdadera y excelente entre tantas opciones, tanto buenas como malas.

Para no errar el camino, siempre hay que escuchar la conciencia recta, la Palabra de Dios, y la enseñanza de la Iglesia, que es madre y maestra y quiere lo mejor para nosotros.

Por eso, complementemos nuestra libertad “de” la esclavitud del pecado, con nuestra libertad “para” hacer el bien, para vivir la vida buena, para tratar de descubrir y cumplir la Voluntad de Dios, como buenos hijos suyos.

Las obras

Si tomamos conciencia real de que no somos simples seres que repiten su vida y sus errores cotidianamente, sino verdaderos hijos de Dios, llamados a una vida en la luz, entonces seremos cada vez más libres, más comprometidos con el bien de los hermanos, más entregados por el Reino… ¡más felices!.

Nuestras obras son el reflejo de nuestro corazón (Mc 7,20). Si tenemos un corazón humilde, que a pesar de los errores, continúa en la búsqueda de Dios, tengamos por cierto que el Señor dirá de nosotros: “obras la verdad y te acercas a la luz, para que quede de manifiesto que actúas como Dios quiere” (cf. Jn 3,21).

A veces nos puede pasar que huyamos de la luz. Y quizás conozcamos muchas personas que no quieren saber nada con la fe ni con la Iglesia, ni nada relacionado con Dios. Quizá muchos de ellos, e incluso nosotros, no estamos totalmente preparados para acercarnos a la luz, y preferimos aferrarnos a nuestros pecados y miserias antes de cambiar de vida. El Señor nos tiene paciencia a todos, pero el llamado a la conversión es impostergable. Todos los días se puede ser mejor, más bueno, más verdadero… ¡más cristiano!

Digamos junto con San Pablo: “Ahora, libres ya del pecado y servidores de Dios, demos fruto de santidad, cuyo fin es la vida eterna. El salario del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna, unidos a Cristo Jesús, nuestro Señor.” (Rm 6, 22-23)

¡Amén! ¡Mañana continuamos!

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