María es Madre de Dios y Madre nuestra

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Por Facundo Gallego, especial para LA BANDA DIARIO

Solemnidad de Nuestra Señora de Luján

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan (19,25-27)

Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.

Palabra del Señor

Comentario

Hermanos y hermanas: ¡feliz día de Nuestra Señora de Luján! Hoy, la Iglesia argentina está de fiesta, celebrando a su Patrona, a su Madre Santísima, a la Virgen María. Ella, con nuestra bandera por manto, nos envuelve con la gracia que nos consigue de parte de Dios. Y, de manera especial, los santiagueños estamos vinculados a ella: tanto la imagen de la Virgen de Luján como la de la Virgen de Sumampa pisaron tierras argentinas al mismo tiempo, hace ya cuatro siglos.

En el año 1630, un portugués llamado Antonio Farías de Saá encargó a un artesano de Brasil, amigo suyo, dos imágenes de la Santísima Virgen María. Ambas fueron confeccionadas con terracota, y enviadas en un carguero hasta el puerto de Buenos Aires.

Unos días después de su llegada, dos cajones de madera, que transportaban a ambas imágenes de la Madre de Dios, fueron cargados en una carreta. Al pasar por la localidad de Luján, los bueyes no quisieron continuar el camino. Creyendo que se debía al peso, descargaron uno de los cajones, pero no avanzaron. Decidieron descargar los dos, pero tampoco hubo caso: los animales no respondían. Cuentan que un esclavo, llamado Manuel, indicó que subieran un cajón y dejaran el otro. Y los bueyes reanudaron su marcha. Al abrir el cajoncito que había quedado a un lado del camino, vieron una imagen hermosa de la Inmaculada Concepción. La imagen quedó allí, para convertirse en Patrona de la Argentina; mientras que su compañera llegó a tierras sumampeñas, para convertirse en la Patrona de Santiago del Estero.

A lo largo de la historia, muchos próceres le rindieron homenaje a la Virgen de Luján. Entre ellos, Belgrano, quien consagró su camino y la futura batalla que libraría en Paraguay; y San Martín, quien encomendó el cruce de los Andes y las gestas libertadoras de medio continente, y regresó al templo para darle las gracias por su protección.

En nuestra casa

El Evangelio de hoy es muy iluminador para todos nosotros: María es Madre de Dios y Madre nuestra. Jesús nos ha legado un hermoso “testamento” en la persona del discípulo amado, al pie de la Cruz: “Aquí tienes a tu Madre”. Nos narra la Sagrada Escritura que, luego de decir estas palabras, “el discípulo la recibió en su casa”. Esto no significa que le dio solamente un techo para dormir: se hizo cargo de una mujer viuda (su esposo José ya había muerto) y sin otros hijos aparte del Crucificado. La recibió en su casa, no solamente como alguien a quien hay que hospedar: la rodeó de afectos, de atenciones, de esperanzas, de protecciones… La recibió como su verdadera madre.

Así, la Virgen María era quien perseveraba con los Apóstoles en la oración y en la fracción del pan. Ella se había convertido en madre de todos los que habían creído en Jesús.

No tenemos que perder de vista que María está en nuestra casa. Está en la Argentina, desde su lugarcito en Luján, oyendo nuestras oraciones y presentándolas cargadas de amor y esperanza a su Hijo Jesucristo. Ella es la poderosa intercesora, porque como buena madre, siempre se preocupa del bien de sus hijos. En su Corazón Inmaculado, arde el incienso de nuestras oraciones en un fuego de amor puro, y el aroma llega al Corazón de Jesús, verdadero intercesor nuestro ante el Padre. Como bien gustaba decir a un gran santo llamado Alfonso de Ligorio: “cuando María se mueve a rezar por un alma hace que todo el paraíso se ponga a rezar con ella;  y manda, como Reina que es, a todos los ángeles y santos que la acompañen y se unan a ella en todas sus plegarias.”

En fin, es como una “cuña” espiritual para nosotros, como reza una plegaria muy hermosa: “Acuérdate, oh Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno que haya acudido a tu protección, implorando tu auxilio, haya sido desamparado de ti”. 

Hoy

La Argentina está atravesando momentos complicados: constantemente surgen problemas de todo tipo. Sobre todo, la salud de cada uno de nosotros está en jaque: una pandemia asedia al mundo, y la cuarentena parece expandirse demasiado. Muchas personas, sobre todo las que no tenían un trabajo estable al momento de decretarse el aislamiento, están ahora viviendo con lo justo. Y muchas veces, pasando necesidad. La cantidad de infectados es muy alta, y los decesos son cada día más dolorosos. Los problemas psicológicos y las amarguras en familias poco constituidas también son factores que hacen que la cuarentena sea cada vez menos llevadera.

Ante este panorama desolador, la Virgen María de Luján es un faro en medio de la tormenta, una estrella que nos indica dónde está la tierra firme: Jesucristo. Hoy, más que nunca, ella nos enseña a entregarnos en las manos del Señor todos los días, para que nuestros esfuerzos tengan cada vez más y más sentido: para que nuestra vida, golpeada por tantas desesperanzas y miedo, encuentre un norte fijo, eterno.

Por eso, en este día, tengamos una oración especial por los que más están sufriendo esta situación particular que atraviesa nuestro país y el mundo. No nos olvidemos de pedir que la Virgen interceda por nuestros gobernantes, para que tengan sabiduría y luz en sus decisiones más trascendentales. Ella no tiene color político, ella quiere lo mejor para nosotros.

Recemos juntos

Estas son dos oraciones marianas: la primera es la más antigua oración a la Virgen María, data del siglo IV. La segunda, es una oración hermosa, que Santa Teresa de Calcuta rezaba nueve veces cuando tenía una necesidad: la llamaba “novena de emergencia”.

Bajo tu amparo nos refugiamos, Santa Madre de Dios. No desprecies las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades. Antes bien, líbranos de todo peligro, oh Virgen Gloriosa y Bendita”. Amén.

Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Vos acudo, Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos. Madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.

¡VIVA LA VIRGEN DE LUJÁN!

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