«Les dejo mi paz, les doy mi paz»

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Por Facundo Gallego. Especial para LA BANDA DIARIO

1. Oración inicial

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Bendito seas, Señor, por tu gran amor y tu misericordia; porque nos llenas de tus
beneficios y nos hacen sentir tu cercanía y tu gracia en nuestra vida cotidiana.
Concédeme escuchar tu Palabra con un oído atento, que ella inunde mi corazón y se
derrame en obras de amor a través de mis manos. Amén.

2. Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan (14,27-31a)

Jesús dijo a sus discípulos: «Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: “Me voy y volveré a ustedes”.

Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.

Ya no hablaré mucho más con ustedes, porque está por llegar el Príncipe de este mundo:
él nada puede hacer contra mí, pero es necesario que el mundo sepa que yo amo al
Padre y obro como él me ha ordenado. »

Palabra del Señor

3. Meditación

Este fragmento del Evangelio narra un diálogo íntimo que el Señor mantiene con sus discípulos en la última Cena. Es una gran despedida que hace Jesús antes de entregarse a la muerte en la cruz. A pesar de la inminencia de la muerte, el Señor se muestra tranquilo por estar cumpliendo con lo que el Padre le ha ordenado.

El mensaje que más fuerte resuena es el del primer versículo: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo”. En los momentos de crisis, de dolor, de cruz, de enfermedad, de muerte, es normal que todos busquemos un poco de paz para nuestro espíritu. Pero el mundo nos ofrece una paz pasajera, muy débil, que se esfuma demasiado rápido: fármacos, curanderos, vicios, soluciones rápidas, charlatanes, religiones alejadas de Dios…

Jesús nos ofrece su paz, que no se basa en simple palabrerío ni en promesas inconsistentes, sino en la certeza de que “en todas las cosas interviene Dios para el
bien de los que lo aman” (Rm 8,28). Él no envía los males, pero no nos abandona cuando éstos nos abruman. Cuando un enfermo tiene a una persona a su lado, ahí está presente Dios. Cuando un hambriento recibe el pan que le ofrece un hermano, Dios mismo es quien asiste nuestra hambre. Cuando hay un hombro sobre el cual llorar nuestros dolores, las llagas de Jesús reciben esas lágrimas. En fin, como dice San Agustín: “Donde hay caridad, allí está Dios”. Y donde Dios está, se encuentra la paz.

4. Comunión espiritual

Creo, Jesús mío, que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas, y deseo ardientemente poder recibirte. Pero, ya que no puedo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno en todo a ti. No permitas que jamás me separe de ti. Amén.

5. Oración final

Gracias, Jesús, por brindar la paz a mi espíritu. Te pido que esa misma paz de tu presencia se derrame sobre todos mis familiares, amigos, la Iglesia y el mundo entero.

Ilumina la mente de nuestros científicos, para que puedan encontrar pronto una vacuna
para el coronavirus; guía las decisiones de nuestros gobernantes; protege a los que trabajan para que podamos quedarnos en casa; dale la salud a los infectados y el eterno
descanso a los difuntos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

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