Por Facundo Gallego. Especial para LA BANDA DIARIO
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso (1,17-23)
Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza. Este es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro.
El puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la
Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de aquel que llena completamente todas las
cosas.
Palabra de Dios
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo (28,16-20)
Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía dudaron.
Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo».
Palabra del Señor
Comentario
Hermanos y hermanas: ¡Feliz domingo! Que el gozo, la paz y la fe de parte de Dios Padre y de Jesucristo el Señor, esté ahora con todos nosotros; y que el amor de la Virgen María nos guíe hasta el Cielo. ¡Amén! ¡Aleluya!
Hoy celebramos con toda la Iglesia el domingo de la Ascensión del Señor: han pasado ya seis domingos desde el día de la Pascua: cuarenta y dos días en los que hemos tenido la oportunidad de contemplar a Cristo resucitado junto a nosotros, enseñándonos los misterios más profundos de nuestra fe, resignificando toda nuestra historia.
Conocer
La segunda lectura de este domingo es muy iluminadora para este hermoso misterio de fe que celebramos hoy, se trata de un pasaje de la carta de san Pablo a los efesios. El apóstol ruega a Dios para que los fieles comprendan el poder de Dios, la herencia que les aguarda en el cielo, la esperanza a la que han sido llamados… a Dios mismo.
En primer lugar, el poder del Padre se ha manifestado en su Hijo, Jesucristo: hecho carne en el seno de María Santísima, se hizo uno de nosotros, pasó por el mundo haciendo el bien, se entregó a la muerte para liberarnos de la esclavitud del pecado, resucitó de entre los muertos y ascendió al Cielo. Esto último es el laurel de su frente, su corona de victoria definitiva, porque no solamente nos salvó por su resurrección, sino que también presentó al Padre el tesoro de su victoria: nuestra humana redimida, rescatada, purificada, resucitada. En este día, entramos a formar parte más íntimamente del misterio de Dios.
Por eso, nuestra herencia más atesorada está en el Cielo: la vida eterna junto a Dios. Y esta herencia no la hemos merecido: es el fruto del amor del Padre, que quiere que todos sus hijos se salven. Al bautizarnos, nos identificamos con Cristom, nos hacemos parte de su cuerpo, que es la Iglesia, nos unimos íntimamente con Él. Por eso, junto con Él, somos herederos del tesoro eterno, de la Vida que no se acaba nunca. Así, ante las dificultades, debemos recordar lo que dice el Salmo 73,25: “¿A quién sino a ti tengo yo en el cielo? Si estoy contigo, no deseo nada en la tierra. Aunque mi corazón y mi carne se consuman, Dios es mi herencia para siempre y la Roca de mi corazón.”
Por la fe, conocemos esta herencia. Y la esperanza es la que nos ayuda en nuestro camino terrenal. Hemos sido llamados a no perder nunca de vista nuestra meta, y a vencer con la ayuda de Dios todos los obstáculos de nuestra carrera. La esperanza es la que nos da la certeza de que hay un bien mayor detrás de todo lo que pueda ocurrirnos: bienes terrenales hermosos y consoladores; y un Sumo Bien que nos aguarda en el Cielo. Ella puede ayudarnos a decir con el Salmo 62,6: “Sólo en Dios descansa mi alma, de él me viene la esperanza.”
En fin, el poder manifestado en Cristo, la herencia que tenemos en el Cielo, la esperanza que nos alienta en nuestro camino… todas estas realidades están referidas a Dios mismo, a quien estamos llamados a amar y a conocer perfectamente. Y esto es posible gracias a Jesús, el Camino hacia el Cielo, la Verdad que nos hace libres, la Vida en abundancia.
Mailín
Hoy, que celebramos al Señor de los Milagros de Mailín, tomémonos un momento para contemplar nuestra realidad de constantes peregrinos. A pesar de que no podamos ir desde nuestros hogares hasta el Santuario en la Villa, nuestra peregrinación siempre es primeramente espiritual: no vamos por deporte ni por obligación. Vamos por el Señor, por amor a Él, por agradecimiento, por peticiones, por alegrías, por tristezas, por salud, por gozo, por esperanza.
Peregrinar al Santuario es una concreción actual de lo que vivimos como cristianos: toda nuestra vida es un caminar hacia la presencia de Dios. A veces lo hacemos más rezagados, otros corren y llegan antes, algunos son reacios hasta que prueban y ven qué bueno es el Señor… Y a muchos les toca quedarse ya para siempre a su lado.
Y nuestro caminar es alimentado aquí en la tierra por el deseo de encontrarnos con Él, con la esperanza de saber que Él nos aguarda para recibirnos con sus brazos abiertos en cruz, para recibir la ofrenda de nuestra propia vida. Por eso, digámosle en nuestra oración: “¡Señor de Mailín, vos sos mi esperanza!”
Que el Señor de Mailín nos conceda a todos la gracia de sabernos simples pasajeros en el viaje al Cielo, y que estamos llamados a hacer presente a Cristo ante nuestros hermanos, todos los días hasta el fin del mundo.
¡Viva el Señor de los Milagros de Mailín!