Solemnidad de Pentecostés:: «Reciban el Espíritu Santo»

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Por Facundo Gallego. Especial para LA BANDA DIARIO 

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan (20,19-25)

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes»

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».

Palabra del Señor

Comentario

Hermanos y hermanas: ¡feliz domingo de Pentecostés! Que el Espíritu Santo nos colme de alegría y paz, y que la Virgen María, esposa del Espíritu Santo, nos lleve de la mano hacia el Cielo. ¡Amén! ¡Aleluya!

La Iglesia entera se goza con esta solemnidad del Espíritu Santo, y hoy hace memorial de ese día crucial para la primera comunidad cristiana. Lenguas de fuego encendieron los corazones de los discípulos, y un viento impetuoso sacudió su voluntad para dar testimonio de Jesucristo Resucitado y bautizar a tres mil nuevos creyentes.

El Espíritu Santo, Señor y dador de vida

La Iglesia, desde un primer momento, ha reconocido al Espíritu Santo como Dios verdadero. Desde toda la eternidad, el Padre y el Hijo se aman con un amor perfecto, tan perfecto que es Persona Divina como ellos. Por eso, nuestro Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y estas tres Personas, por ser único Dios, reciben una misma adoración y gloria.

Y así como el Espíritu es el “alma” de la Iglesia, quien la vivifica y la sostiene para poder continuar con la obra redentora de Jesús, así también actúa en cada uno de nosotros. Al bautizarnos, todos recibimos el Espíritu Santo. Pero no viene solo: trae consigo todo el “paquete”, toda la “oferta”: no solamente viene a anidar en nuestro espíritu, sino que también nos concede la gracia, nos regala sus siete dones, las semillas de las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad, y, sobre todo, la filiación divina: nos hace verdaderamente hijos de Dios.

Por eso, a la manera del primer soplo de vida en Adán, nosotros también recibimos un soplo que nos hace criaturas nuevas: hijos del Padre y hermanos en Cristo. Así, todos estamos unidos con lazos espirituales, porque tenemos al mismo Espíritu Santo habitando en nosotros, tenemos al mismo Señor como hermano y redentor, y tenemos al mismo Padre creador y misericordioso. Gracias a todo esto, el Espíritu Santo es llamado Espíritu de Unidad, porque nos congrega en una sola familia.

El Espíritu nos hace libres

El Evangelio de hoy nos narra cómo Jesús Resucitado esperó hasta el atardecer para aparecerse a los temerosos discípulos. Ellos, encerrados y escondidos por temor a los judíos, experimentan el cumplimiento de la promesa hecha por su Maestro: “Yo los volveré a ver, y su corazón se llenará de una alegría tan grande que nadie se las podrá quitar” (Jn 16,22). Esto debe motivarnos a vivir una certeza de fe: aunque todo parezca oscuro, Jesús siempre se hace presente para entregarnos su paz.

Pero no viene solo, sino que también trae al Espíritu Santo, que nos colma de esperanza y nos muestra lo bueno en medio de lo malo. Él llena nuestro corazón, ilumina nuestra mente y mueve nuestra voluntad para que no perdamos de vista a Dios y no dejemos de hacer su obra.

En este Evangelio, hay que recalcar que el Espíritu es quien actúa en nuestra alma para purificarnos del pecado mediante la imposición de manos de un sacerdote.

Pero hay algo también muy profundo y consolador: ese mismo Espíritu que nos perdona es quien nos ayuda a arrepentirnos de nuestros pecados. Porque nos asegura el perdón, nos mueve al dolor. Porque nos asegura la libertad, nos muestra las cadenas que nos atan. Porque nos ama, nos reprende. Porque es Amor, nos alcanza el perdón de Cristo muerto y resucitado para nuestra salvación.

Invitación

Pentecostés, en mi experiencia personal, siempre ha sido un día de paz y de reconciliación. He visto con mis propios ojos a muchas personas abrazarse luego de mucho tiempo en un día como hoy; muchas heridas han sanado y el Evangelio ha relucido con mayor brillo y serenidad en una fecha como esta.

Por eso, me gustaría proponerles que invoquen a este Espíritu, que lo busquen allí donde siempre ha estado: en un nido a veces olvidado de nuestro corazón.

Pidámosle que nos ayude a reconocer nuestras faltas, y que nos de la fuerza para arrepentirnos y pedir perdón. Él no solamente nos ayuda a comprender o a decidir, también nos ayuda a sanar nuestra relación con Dios y con los hermanos.

En este día, les deseo la bendición de Dios, y que el Espíritu Santo les conceda unidad, paz y mucha esperanza para ustedes y sus familias.

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