«Un corazón íntegro»

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Por Facundo Gallego. Especial para LA BANDA DIARIO

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Mateo (5,27-32)

Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena.

Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti; es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena.

También se dijo: El que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio. Pero yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio.

Palabra del Señor

Comentario

Seguimos escuchando al Señor, que ilumina los mandamientos de la Ley de Dios desde la perspectiva del amor y la libertad, y no del mero cumplimiento de la letra. Nos alienta, así, a vivir una justicia superior al simple “no hacer el mal”. En esta oportunidad, Jesús nos habla de la integridad del corazón: un corazón casto que vive el amor desde la unión conyugal, desde la abstinencia del consagrado, y desde el celibato sacerdotal

Un gran enemigo de este corazón íntegro es la lujuria: un pecado que San Agustín definía como un león durmiente, que si no se vigila, terminará haciendo de nosotros su presa. La lujuria es ese “mirar al otro con deseo”, cometiendo adulterio con esa persona en nuestro corazón. Es una pasión peligrosa, porque quita al otro su humanidad. Quien la consiente, termina despojando al prójimo de su ser persona, convirtiéndolo en un simple objeto que se puede usar para satisfacer los deseos.

Y aquí, se cometen los peores errores y los peores pecados: el matrimonio entra en crisis, el sacerdote ocasiona el escándalo, el consagrado fragmenta la comunidad… y los tres terminan por perder el norte y su compañero de vida. Y no está de más mencionar las violaciones, los abusos, los asesinatos, los mal llamados “crímenes pasionales”, el incesto, la pornografía, la prostitución…

En una sociedad que erotiza todo (ni las publicidades se salvan), los cristianos tenemos que practicar la guarda del corazón. No es lícito que un cristiano se dé “un permitido”, una “compensación afectiva”, ni mucho menos jugar con los sentimientos de los demás, no asumiendo la propia responsabilidad afectiva.

La guarda del corazón a veces implica mucha lucha y rectificación, pero al final siempre hay recompensa, siempre hay felicidad. Aunque nos cueste “un ojo de la cara”, hay que tener valentía para desprendernos de todas estas cosas; no por una cuestión purista ni perfeccionista, sino por amor a Dios, y a la imagen de Dios presente en el hermano. Así, nuestro corazón será sólo de Dios y de aquella persona con la que hemos elegido compartir nuestra vida.

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