La noticia llegó a los medios por boca del exministro del Interior del gobierno de Ashraf Ghani, Masoud Andarabi, procedente de la misma zona tribal del músico asesinado. Fawad Andarabi aparece en un video que circula en las redes sociales, sentado sobre una alfombra al aire libre con el trasfondo de las montañas, llevando en la cabeza el «pakol», el tocado tradicional del norte, mientras canta y toca el ghichak, un violín de arco, acompañado por otros músicos.
«No hay lugar en el mundo como mi país, una nación orgullosa», «nuestro bello valle, patria de nuestros antepasados», canta, según su hijo.
La provincia de Baghlan fue una de las más difíciles de someter para los combatientes talibanes, y no por casualidad linda con el valle del Panshir, que aún resiste el control de los «estudiantes coránicos». Pero a los talibanes, pese al orgullo tribal, el viejo cantante no les disgustaba tanto, si es cierto que hace un tiempo fueron a buscarlo a su casa, conversando y bebiendo té con el tras allanar la casa.
Pero luego, dijo su hijo, el viernes algo cambió: «Era inocente, solo un músico que daba alegría a la gente. Pero le dispararon en la cabeza en su granja».
El vocero de los talibanes, Zabihullah Mujahid, dijo que se hará una investigación sobre el episodio, dando a entender que la orden de matarlo podría haber surgido de la iniciativa de algún militante local, no desde una directiva «de arriba».
Lo mismo que ocurrió, al parecer, en el controlvertido episodio del cómico Nazar Mohammad, llamado «Khasha», a quienes los combatientes talibanes sacaron al final del pasado julio de su casa de Kandahar y al que se vio en un video, que dio la vuelta al mundo, mientras lo abofetean en el asiento posterior de un auto, tal vez para poner fin a las bromas irreverentes que seguía dirigiendo a sus carceleros.
En las últimas horas surgieron dudas sobre su suerte: el cómico al parecer antes había sido policía, y por lo tanto también presunto autor de brutalidades, quisieron justificarse algunos.
Pero el episodio fue mostrado como claro ejemplo de la intolerancia y espíritu de venganza de los nuevos «dueños» de Afganistán, pese a las proclamas conciliadores y las garantías sobre los derechos civiles de las mujeres.
Entretanto, si a las mujeres se les concedió el permiso de trabajar y estudiar -aunque en clases separadas de los hombres- sus voces fueron prohibidas en el éter.
Por ejemplo, en una estación de radio de Kandahar, ahora llamada «Radio Voz de la Sharia». No más música ni voces femeninas: la radio ahora solo deberá transmitir noticias, análisis y recitados del Corán.
La música, cuya naturaleza fue debatida durante siglos por los teólogos musulmanes, es considerada «haram» (impura) solo por las corrientes salafistas y wahabitas, a las cuales se remiten Al Qaeda y los talibanes, salvo el acompañamiento canoro de plegarias y versículos sagrados.
En cuanto al precepto de no reproducir imágenes, los talibanes de veinte años después todavía no prohibieron televisores, libros ni revistas ilustradas, como hacían sin piedad cuando estaban en el poder en los 90.