Para la Iglesia, los escándalos que vive el país pueden ser una ocasión de saneamiento moral

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El papa Francisco y el expresidente Alberto Fernández tuvieron una relación fluída durante su gestión, que se enfrió sobre el final del mandato. (Foto: Vatican Media - Reuters).

Ante las sospechas de corrupción por la intermediación de la contratación de seguros por parte de organismos del Estado, de la denuncia de violencia de género y las presuntas inconductas sexuales que involucran al expresidente Alberto Fernández, todo es despreciable. Sin embargo, en la Iglesia creen -como lo manifestó el obispo de San Francisco, Córdoba, Sergio Buenanueva, interpretando el sentir de la institución- que, más allá de lo repudiable que son estas situaciones, pueden tener “un costado sanante” si se convierten en “la ocasión para dar un salto de calidad espiritual, moral y cultural”.

Casi 30 años después podrían decir lo mismo, si bien los escándalos actuales tienen algunas peculiaridades que potencian el desquicio y que Buenanueva puntualiza con acierto. Por caso, destaca que la investigación por presunta corrupción en el caso de la intermediación para la contratación de seguros en organismos del Estado expuso una situación de violencia de género que involucra al anterior presidente y su pareja. O sea, la investigación de un delito grave que habría cometido un ex primer mandatario llevó a que sea imputado por otro estremecedor.

La denuncia de Fabiola Yañez contra Alberto Fernández por violencia de género causó conmoción. (Foto: EFE / Enrique Garcia Medina)
La denuncia de Fabiola Yañez contra Alberto Fernández por violencia de género causó conmoción. (Foto: EFE / Enrique Garcia Medina)

Otra peculiaridad es el hecho de que Alberto Fernández llegó a ser candidato a presidente por una decisión de Cristina Kirchner y no por un mecanismo partidario de selección entre los mejores aspirantes. Buenanueva dice que “la crisis de los partidos políticos ha favorecido la mediocridad de liderazgos tóxicos que terminan eligiendo candidatos visiblemente inadecuados, ética y técnicamente, con la aprobación irresponsable de dirigentes y militantes. Las consecuencias están a la vista de todos y constituyen la pesada deuda social argentina”.

Es interesante también que el obispo, más allá de los culpables, señala también un marco propicio para los desaguisados morales. “A la corrupción se llega después de precipitarse por una pendiente de mediocridad humana que nunca es de individuos solitarios. Supone un sistema que se ha dejado ganar por la mediocridad de ideas, valores y verdades”, dice. Más aún: afirma que “los ciudadanos de a pie, las organizaciones e instituciones nos tenemos que sincerar sobre la parte de responsabilidad que nos cabe en esta debacle”.

Buenanueva concluye señalando que “la reconstrucción es urgente y necesaria, pero también posible”. Pero, a diferencia de lo que suele decirse en cuanto que todo cambio debe comenzar desde “arriba”, afirma que “es siempre una reconstrucción desde abajo, con muchas manos y corazones que se suman, y con un esfuerzo que se presenta arduo y que requerirá mucho tiempo, presumiblemente superior del que dispone nuestra generación. Lo cual requiere una notable decisión moral de poner manos a la obra”.

El papa Francisco toma distancia del expresidente Alberto Fernández en medio del escándalo.  (Foto: AP/Alessandra Tarantino)
El papa Francisco toma distancia del expresidente Alberto Fernández en medio del escándalo. (Foto: AP/Alessandra Tarantino)

En otras palabras, el “salto de calidad” es un largo proceso que seguramente empieza sobre bases de verdad en tiempos en que esta es frecuentemente desplazada por la percepción, por lo que cada uno cree que sucedió o desearía que sucedería. Ese comentario se escuchó esta semana en medios eclesiásticos a raíz de una versión que circuló y que daba cuenta de que el Papa Francisco estaba al tanto de la violencia que presuntamente ejercía Alberto Fernández contra su pareja y que debió haberla denunciado.

La hipótesis partía de la base de las visitas que Fabiola Yáñez realizó durante la presidencia de Alberto Fernández al Vaticano. Las fuentes eclesiásticas precisaron que ella participó en dos ocasiones de actos de primeras damas de América Latina para promover entre sus países la “cultura del encuentro” que impulsa el pontífice, pero que en ninguna de esas oportunidades se reunió a solas con Francisco y que el contacto con él se limitó a saludos de ocasión en presencia de otras personas.

Hubo un primer viaje de Fabiola a la Santa Sede, pero acompañando a su marido con motivo de la primera visita oficial que Alberto Fernández le efectuó al Papa tras ser electo presidente. Más adelante le hizo otra breve y fría visita cuando la relación estaba ya muy deteriorada por una serie de actitudes como el impulso de la legalización del aborto que a Francisco no le gustaron- y, finalmente, un saludo de despedida sin Fabiola cuando había dejado el cargo.

Aun si algo le hubiera revelado Fabiola, por tratarse de un delito de acción privada, más que alentarla a tomar distancia y denunciar la situación, Francisco no podría haber hecho otra cosa. Y obviamente, ofrecerle asistencia espiritual en su país. Cualquier otra intervención a pedido de ella hubiera correspondido que él la trasladara a la Iglesia argentina. Ni qué hablar de si se hubiera enterado durante el sacramento de la confesión, que le impone el secreto absoluto.

En pos de ese “salto de calidad” habrá, pues, que “reconocer -como dice Buenanueva- lo que es bueno, justo y verdadero, bello y valioso -también en materia informativa-, para decidirse a realizarlo” y ver con qué “fuerza espiritual y ética se cuenta para emprender esa ardua tarea”. La sucesión de escándalos de estos días constituyen una ocasión para asumir el desafío.

Fuente TN

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