Finlandia se erigió como el modelo a seguir. Su acceso a la educación es completamente gratuito -almuerzo y libros de estudio incluidos-. Sus docentes son de excelencia; se les exige aprobar una maestría de cinco años para dar clases. Las tareas casi no existen y, pese a ello, siempre está entre los líderes en las pruebas internacionales. Se apunta a la felicidad del chico. En los últimos años, también, desde la arquitectura.
Las aulas tradicionales, pupitres, pizarrón y maestro delante, conspiran contra el nuevo modelo que se aplica en Finlandia. Entre 2014 y 2016, los planes de estudios se renovaron en todos los niveles. Cada municipio y cada escuela debieron adaptarse a los nuevos lineamientos, entre los que está el phenomenon learning. El modelo pedagógico rompe con
las materias divididas para trabajar en proyectos transversales que involucran distintas asignaturas y hacen al alumno protagonista del aprendizaje.
«La tendencia en el diseño de nuevas escuelas y remodelaciones de las antiguas es ampliar el concepto del entorno de aprendizaje y trabajar en comunidades», explicó a Infobae Reino Tapaninen, jefe de arquitectos de la agencia nacional de educación de Finlandia. «La división entre el espacio de tráfico, los pasillos, y el espacio de aprendizaje/ enseñanza está desapareciendo», agregó.
Los salones cerrados, con sus paredes herméticas, están en vías de extinción. Se opta por espacios «polivalentes», divididos por algunas pocas paredes de vidrio, llenos de pufs y sillones que desplazan a los convencionales pupitres. La búsqueda, dice el arquitecto, está en ofrecer flexibilidad y adaptabilidad para las diferentes situaciones de aprendizaje.
«Las escuelas comienzan a parecerse a los espacios de oficinas modernas donde uno puede elegir libremente el lugar de trabajo que mejor se adapte al proyecto en curso. Esto se logra en entornos de aprendizaje más abiertos y flexibles», detalló Tapaninen. Más allá de que los maestros cuentan con sus propios espacios para reuniones de personal o preparación de clases, los límites se difuminan.
El 7 de noviembre de 2007, en el instituto Jokelan koulukesku, en Tuusula, a apenas 50 kilómetros de la capital, un estudiante de 18 años entró al colegio armado y abrió fuego contra compañeros y autoridades. Dejó un saldo de nueve muertos, incluido el propio asesino, y obligó a implementar nuevas medidas seguridad. A llevar adelante, además, una profunda reforma arquitectónica.
Las 4.800 escuelas finlandeses estaban obligadas a elaborar un plan de seguridad en el que se evalúen las posibles amenazas y riesgos. Se exigió que las instituciones se construyeran con ladrillos u otros materiales sólidos, sin paredes de vidrio internas, con ventanas a prueba de balas.
«Muy pronto, cuando el pánico inicial quedó de lado, se entendió que esa no era la solución. Las personas perturbadas deben ser identificadas con anticipación y guiadas a la atención psicológica», remarcó Tapaninen. Ahora se recomienda que las escuelas y sus diseños permanezcan abiertos y transparentes, más allá de algunos requisitos de evacuación rápida. Cada espacio tiene dos rutas de salida y sus paredes y ventanas de vidrio deberían poder cegarse con cortinas o persianas.
Las aulas tradicionales cerradas, de 60 metros cuadrados, ceden su lugar a espacios de aprendizaje «combinables y abiertos». La tecnología, por su parte, ya forma parte del día a día. «Todos los equipos y aplicaciones para la tecnología de la enseñanza están en uso en la mayoría de las escuelas finlandesas. En algunas incluso se aplica nueva tecnología de producción de energía, como paneles de energía solar y calefacción geotérmica», advirtió.
En sus escuelas, cada detalle tiene un propósito. «Está científicamente comprobado que un ambiente de aprendizaje acogedor e inspirador mejora el confort escolar y los resultados de aprendizaje», puntualizó el jefe de arquitectos. «La elección de materiales, colores y muebles es esencial para el buen resultado, así como la calidad de la iluminación y la acústica, especialmente en áreas abiertas», continuó.
Poco a poco, los centros educativos se convierten en «escuelas inteligentes». Tienen la tecnología necesaria para recopilar información, por ejemplo, sobre consumo de energía y uso diario de los espacios. De ese modo, los arquitectos a cargo establecen el futuro de la infraestructura escolar con datos certeros que los avale.