«Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo»

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Por Facundo Gallego. Especial para LA BANDA DIARIO

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos (12,28-34)

Un escriba que los oyó discutir, al ver que Jesús les había respondido bien, se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos».

El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios».

Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor

Comentario

En los pasajes anteriores de este capítulo número doce de San Mateo, el Señor entabla unas discusiones con los sumos sacerdotes, los escribas, los ancianos, los fariseos, los herodianos y con los saduceos… Y a todos los derrota con la fuerza de la verdad, porque Él es la Verdad.

Atraído por el resplandor de la Verdad, un escriba, que era un doctor de la Ley de Moisés quiere preguntarle sobre el principal de los mandamientos. Estos escribas estaban acostumbrados a leer, transcribir e interpretar la Ley entera, que eran rollos y rollos de pergamino con más de seiscientos preceptos.

Pero Jesús no le cita cualquier precepto, sino el más importante, el que le da verdadero sentido a todos los demás mandamientos de la Ley: el amor a Dios y el amor al prójimo. Cualquier persona podía, como lo hacían los fariseos y los otros grupos religiosos de la época, decir que se conocía la ley entera y cumplirla hasta el más mínimo detalle. Pero no podía faltar el amor.

Un árbol siempre es sostenido por el tronco: así, todas las ramas y el follaje encuentra su estabilidad, y a través del tronco les llega la savia que las alimenta. El amor es ese tronco que debe sostener nuestra vida entera: lo que somos y lo que hacemos. Los cristianos tratamos de vivir el amor en cada una de nuestras acciones.

Podemos hacer cientos de obras buenas, pero su excelencia y el agrado de Dios vendrán sobre ellas si las hacemos con un verdadero espíritu de servicio, de caridad, de entrega
desinteresada.

Amar a Dios y amar a los hermanos es el día a día del cristiano. Ver la imagen y la semejanza de Dios en los hermanos es lo que alimenta nuestro deseo de entregarles lo
mejor de nosotros.

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