Análisis de “El robo del siglo”, una fusión de thriller light y comedia costumbrista llena de argentinismos

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Un grupo variopinto de ladrones y estafadores se unen para atracar un banco en la zona de Acassuso en la Provincia de Buenos Aires. Fernando Araujo es el cerebro, el hombre detrás de la planificación; Mario Vitette Sellanes es el inversor y la cara visible. El plan perfecto incluye el robo a las cajas de seguridad, la toma de rehenes y una huida “de película”.

Ariel Winograd, el cineasta más exitoso de la comedia vernácula, se pone detrás de cámaras para retratar un evento policial reciente que ha quedado marcado a fuego en el imaginario popular por lo osado y efectivo.

Con el desarrollo y la resolución tan fresca en la memoria de los espectadores, los guionistas (Alex Zito y el propio Fernando Araujo) y el cineasta han hecho hincapié más en las formas y el género que en las sorpresas y los giros argumentales. Todos sabemos lo que ocurrió en este asalto, por lo que el atractivo de las dos horas de metraje se dan en la química entre los personajes y la puesta en escena que revela una producción ambiciosa.

Diego Peretti como el personaje de Araujo nos introduce en el corazón de la banda de atracadores. No solo es quien tiene la idea del golpe, sino que reúne el equipo y marca el ritmo de la historia. Sus miradas y gestos, tan característicos lo convierten en el actor ideal para esta fusión entre la comedia costumbrista y el thriller light.

Guillermo Francella vuelve al registro que mejor maneja: la comedia criolla. Puede hacer gala de toda su biblioteca de dichos, la “viveza porteña” y cataratas de chistes, con la complicidad de los espectadores. Salvo algunas excepciones, como su recordada performance en El secreto de sus ojos, es sin dudas el tipo de papel que mejor le calza y el más efectivo.

El resto del elenco también cumple, aunque un párrafo aparte merece el enorme Luis Luque como el negociador de la policía, el hombre que sospecha que algo del atraco no cierra y que juega el papel de “cazador cazado”.

Hay una gran reconstrucción de época, de la fachada del banco y del barrio en donde se desarrolla la trama. Algunas ideas visuales son realmente atractivas, como la que muestra a los ladrones avanzando por el boquete. Hay un logrado uso del flashback, recurso que no es utilizado en exceso y que ayuda a redondear conceptos y una buena utilización de la banda sonora que acompaña la acción.

Los momentos más dramáticos del filme, aquellos que tienen que ver con la no muy desarrollada relación entre Vitette y su hija, quizás sean las más anticlimáticas de un filme que en general se hace llevadero y entretenido.

Como muchos largometrajes en los que el espectador empatiza con los criminales, en El robo del siglo falta un antagonista, un villano que le dé más cuerpo a la historia. No escasean los momentos que hicieron mítico al asalto: el traje gris, los gomones, las pizzas para los rehenes y la clásica nota que los ladrones dejaron en las cajas de seguridad y que se convirtió en símbolo del hecho.

La primera gran película nacional del año tiene las dosis exactas de género y argentinismos como para robar los corazones de los espectadores. Después de todo, es “solo plata, no amores”.

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