Así fueron las últimas y desesperantes horas de Juan Castro antes de su trágico final

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No era la primera vez. En otras ocasiones había sentido que tenía ratas que caminaban dentro de su estómago o piojos que le invadían todo el cuerpo y no lo dejaban en paz. Necesitaba terminar con eso como fuera. Las alucinaciones, producto de su extendida adicción a los estupefacientes, se repetían y, pese a sus esfuerzos por querer estar mejor, las internaciones y los tratamientos, esa tarde lo habían dejado solo.

Las reconstrucciones de los medios de aquella época aseguran que antes de caer por el balcón de su departamento del barrio porteño de Palermo, Juan Castro había hablado por teléfono, que gritó un par de veces «¡Me quieren hacer daño!», que durante la tarde había estado trabajando en la producción de su programa, y que estaba muy entusiasmado con su futuro. El periodista murió el 5 de marzo de 2004, a los 33 años, después de estar internado durante tres días en estado grave.

Entre el suceso laboral por el éxito de su programa Kaos en la ciudad y los problemas personales, el año anterior no había sido fácil para el conductor, que siempre se caracterizó por un estilo audaz y transgresor. En julio de 2003 Castro fue internado dos semanas en el sanatorio Otamendi y desde su entorno de trabajo se informó oficialmente que se debió «a un pico de estrés». Pero lo cierto fue que el periodista estaba atravesando una grave crisis como consecuencia de su adicción a la cocaína, que lo llevó a comenzar un tratamiento que incluyó el paso por una clínica psiquiátrica. De hecho, cuando pudo volver a trabajar, él mismo lo contó ante las cámaras de Canal 13.

«Yo no me voy a hacer el boludo, pero tampoco me voy a meter en la boca del lobo», fue el comienzo de una larga explicación que dio a los televidentes con la finalidad de explicar su problema. «Evidentemente mi apasionamiento por mi trabajo no es el único problema que tengo. Estuve dando un par de vueltas por el infierno y pensaba que podía salir de ahí cuando quería. Sin embargo, muchas veces me descubrí a mí mismo envuelto nuevamente en llamas. Ahora estoy de vuelta, de pie, y con ayuda de mis amigos y seres queridos podré seguir haciendo el programa hasta fin de año. Espero recuperarme, es un bueno momento para reordenar algunas cosas en mi vida porque soy de los que piensan que no hay casualidades».

Más tarde, en una entrevista con el diario La Nación reflexionó sobre aquel relato que hizo público en su exitoso ciclo televisivo. «Si hago un programa periodístico social y me encuentro con historias que tienen que ver con marginación -por sexualidad, por clase social, por elecciones- o con gente que tiene problemas con las sustancias, me parece muy careta no hablar», reflexionó Juan. Y agregó: «Por qué no contarlo en un país en el que la gente está acostumbrada a que los temas de adicción son eternos, o generan el morbo de ver cómo está Charly, cómo está Maradona. Muchos amigos, después de esto, me dijeron: ‘No conviertas batallas que no son tuyas en propias’. Es que mucha gente malinterpretó lo que dije, creyendo que yo había dicho que me había curado. No estoy tampoco del lado de los que dicen si sos un adicto, sos un adicto toda tu vida. Todavía no hubo caída, y espero que no la haya. Pero es una pelea diaria».

En febrero de 2004 Castro fue encontrado de casualidad a la salida del sanatorio en el que el año anterior había estado internado. Según declaró entonces, había ido a hacerse chequeos de rutina porque durante ese año realizaría varios viajes. La explicación no convenció a los cronistas que lo encontraron en el lugar. Fue por esos días que trascendió que el creador de Zoo continuaba bajo tratamiento psiquiátrico y con acompañantes terapéuticos para combatir su adicción mientras su ritmo de trabajo se acrecentaba.

Pese a todo, su último año de vida lo encontraría lleno de proyectos laborales, en pareja con Luis Pavesio y con planes de todo tipo, en una carrera exigente en pleno ascenso. De hecho, tenía previsto viajar a Colombia, Haití, Brasil y Oriente Medio para producir contenido para su programa.

La noche anterior a su muerte había estado grabando un nuevo segmento para Kaos que se llamaba Sonámbulos. Consistía en una recorrida por la ciudad que el propio Castro hacía con un camarógrafo para captar historias nocturnas, con el estilo que lo distinguía. Se subió a un colectivo, recorrió lugares sórdidos, habló con distintos personajes de la noche.

En una entrevista con la revista Paparazzi del 9 de marzo de 2004, el mediático Jacobo Winograd relató que el periodista lo encontró por entonces en un conocido bar de la avenida Santa Fe y lo entrevistó durante 45 minutos. «Jodimos, nos hicimos chistes y también hablamos en serio», señaló Winograd, y relató: «Lo vi muy bien, lúcido, afeitado, de buen semblante, alegre, vestido de primera».

Al día siguiente, el periodista fue a trabajar a la productora Endemol, donde además de cumplir sus funciones como cara de su programa y productor se desempeñaba como director artístico. Estuvo hasta la tarde y, según reconstruyó la revista Gente en su edición del 9 de marzo de 2004, cerca de las 17.45 salió caminando hacia su casa, a pocas cuadras de la productora.

Las horas posteriores permanecen, todavía, envueltas de misterio. Según reconstruyeron algunas crónicas de la época, Castro llegó a su domicilio, entró en crisis, rompió algunas de sus pertenencias, gritó y terminó arrojándose desde el primer piso por el balcón al patio interno de su edificio.

«Cayó sin reflejos, ni siquiera atinó a colocar sus brazos para amortizar el golpe. Faltaban algunos minutos para las 19 horas. Su cabeza impactó directamente contra la vereda de baldosas de piedra lavada, provocándole un edema cerebral. Y su pierna izquierda sufrió dos fracturas expuestas: una justo encima de la rodilla y la otra a la altura del tobillo. Un vecino alertó a la policía. El cabo 1º José Zayas –que monta guardia en la esquina de El Salvador y Gurruchaga– fue el primero en llegar a socorrerlo. Lo descubrió inconsciente, descalzo, con su torso desnudo y bañado en sangre. No tenía ningún teléfono en sus manos. Estaba desfigurado pero aún se mantenía con vida», reconstruyó la revista Gente en su edición del 9 de marzo de 2004.

Tras esa trágica muerte se abrió una causa para investigar lo ocurrido. La pregunta no se hizo esperar: ¿por qué el periodista, que debía seguir bajo supervisión psiquiátrica, se encontraba solo en aquel momento?

Las versiones, las contradicciones y las polémicas de todo tipo se multiplicaron por aquel entonces en los medios ante la conmoción que produjo su fallecimiento. La propia familia de Castro, tal como ocurrió esta semana con las infundadas versiones que circularon, tuvo que salir a pedir que se dejara de especular con lo que había sucedido.

Fue recién en 2008 que un informe elaborado por peritos oficiales y de parte entregado a la jueza de instrucción Susana Castañera, quien tenía a su cargo una causa por presunto «abandono de persona seguido de muerte» contra los médicos y allegados que habían asistido a Castro, pudo reconstruir parte de lo que podría haber pasado durante las últimas horas del conductor.

Según detalló el diario La Nación en su edición del 27 de octubre de 2008, el estudio, de 112 páginas, aseguró que Castro padeció un «episodio de delirium fatal» que «terminó con su vida».

«El dictamen forense diagnostica como delirium fatal por cocaína, el cual desencadena la muerte por sí mismo por su propia fisiopatología (…). El Delirio agitado o ‘fatal excited delirium’ aparece en adictos de larga data pocas horas después de la última toma, caracterizándose por un cuadro psicótico agudo con euforia, confusión, agitación, pensamiento delirante con ideas paranoides y alucinaciones, presentando una actividad física fuera de lo normal con exteriorización de fuerza inusual, y desarrollando una conducta agresiva y bizarra que pone en peligro su vida y la de terceros», agrega el escrito.

Según el documento de los expertos, las víctimas de esas alucinaciones «pueden presentar hipertermia (de más de 40 grados de temperatura corporal)» por lo que resulta necesario producir un descenso en su temperatura. Es por esto que, según detalla el texto, «los pacientes salen a la vía pública en el contexto de la confusión, o realizan una inmersión en agua fría, siendo posible encontrarlos muertos en dichas condiciones dentro del baño».

Los expertos no descartaron entonces que Castro hubiese saltado del balcón intentando justamente sentir que iba a bajar la temperatura de su cuerpo o quizá creyendo que se arrojaba a una pileta.

En 2010 el abogado de la familia de Castro, el fallecido Pablo Jacoby, explicó que tras un largo proceso quedaron cerradas las instancias judiciales. Seis médicos que lo habían tratado en distintos momentos y habían sido imputados por la muerte de Castro, acusados de «homicidio culposo» (es decir, no intencional), llegaron a un acuerdo judicial que combinó una probation con una reparación económica a la familia. De ese modo, los médicos Rubén Lescano, Carlos González, Diana Musache, Alejandra Abbene y Gabriel Handlarz, además del supervisor de la prepaga Medicus, Alexis Mussa, evitaron llegar a juicio oral.

«Para la familia y para mí esta causa es muy importante porque quedó claro, por primera vez en la historia jurídica argentina, que cuando un médico psiquiatra está en la disyuntiva de internar a una persona en la mitad de un tratamiento por consumo de estupefacientes también debe comunicarlo a la justicia civil. A partir de ahora, los especialistas actúan con mucha más prudencia», resaltó Jacoby en una entrevista con Radio Continental el 24 de abril de 2010.

Siete años después, los hermanos de Castro –su gemelo Mariano y el mayor, Hugo– tuvieron que volver a explicar que lo que ocurrió con Juan fue consecuencia de la falta de cuidados de los profesionales que debían asistirlo y aclarar nuevamente, para que no quede lugar a dudas.

Como si siguieran la premisa del periodista, que una vez, consultado sobre la muerte, aseguró: «Me acuerdo de un momento, cuando era muy chico, y dejé de ver a mi abuelo y me contaron que mi abuelo se murió. Esa fue la primera vez que enfrenté la idea de lo que es la muerte: ‘Huy, ¿esto se acaba?’. Inmediatamente empecé a preocuparme, no por mi muerte, sino por la muerte de la gente que quiero. Y es enloquecedor. Después viví la muerte de dos personas muy cercanas: mi mamá y mi tía. Y creo que eso, más algunas otras guerritas familiares me apartaron un poco de la idea de que todos tenemos nuestros fantasmas, nuestros dolores y nuestras cosas complicadas. Por eso, ahora, en lugar de guardarlos, los comparto».

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