Boca, River, una final y el espantoso miedo a perder

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SAN JUAN. COPA BBVA, BOCA RIVER. Marcelo Gallardo y Guillermo Barros Schelotto.

Hay por ahí algunos informes asegurando que los hinchas de River y Boca suman casi la mitad de los aficionados al fútbol. Nada científico, pero como el fútbol está construido también por mitos y leyendas, se lo puede dar por cierto. O muy cercano a la verdad, no deja de ser verosímil. Eso significa que más o menos medio país vive hoy las horas mas angustiosas de sus vidas. Irrepetibles. Hasta que Loustau pite, los millones de hinchas de River y de Boca le verán la cara al miedo. Qué feo ser hincha de River o Boca hasta las 21.10. Qué bueno ser del que gane, pobre del que pierda.

Miedo, si. La palabra es miedo y a no hay tenerle miedo a la palabra. ¿Quién se atreve a negarlo? Miedo a perder. Al escarnio, a la vergüenza de sentirse vencido, derrotado, inevitablemente humillado por lo que en una época se llamaban cargadas y ahora son memes. Alguien alguna vez dijo que el fútbol es una fiesta, que hay que disfrutarlo, gozar con el juego, las habilidades, los goles. Sí, si son nuestras. Si son del otro que se divierta tu vecino. Es una de las grandes farsas de este jueguito.

El hincha sufre. Sufre mucho. Sufre el doble o el triple en circunstancias como las de hoy. Las horas, los minutos se consumen mientras se encamina hacia al sillón frente al televisor. Y sabe que no verá un plasma sino una guillotina, que ese sofá exclusivo para ver los partidos es la silla eléctrica. Y durante el día le reza al Dios en el que no cree o del que duda. Y no le importa al de River que el de Boca le rece al mismo Dios. Cree, el hincha que Dios está de su lado, que no lo abandonará cuando Pratto pise el área o cuando Cardona tenga un tiro libre.

El miedo paraliza. O activa mecanismos de defensa. Durante todo el día, hasta que la pelota corra en Mendoza, habrá gente caminando apurada por la calle sin saber adonde va. O para qué. Y otros impávidos, como si jugaran a las estatuas, tomarán conciencia de su desgracia. Maldecirán al tío que los hizo hinchas de River, al hermano que los hizo de Boca, se acordaran del viejo Freud y evaluarán la posibilidad de matar al padre si fue él quien les regalo la primera camiseta de banda roja o la azul y oro.

¿Por qué…por que? A alguien tienen que culpar de su desdicha de hincha, de ese sudor que no saben de dónde viene ni cuándo se irá, del malhumor, de la risita nerviosa. Maldita sea. Ser de River o de Boca. Y jugar una final contra Boca o River. Una final. Sin revancha. Presos de un resultado para siempre. Miedo, el espantoso miedo a perder.

Porque se gana o se pierde. Si se gana, se gana. Si se pierde, el horror. Y en ese miedo de tragedia griega, el hincha evalúa el como. ¿Por un gol?, ¿por un gol absurdo, ridículo, por error propio, por virtud del adversario? Hay maneras y maneras de perder.

Perder por goleada es el desastre absoluto, el derrumbe moral más tormentoso que pueda imaginarse. Perder por penales es perder pero con atenuantes. Por penales, no en los noventa. Es perder pero, el partido, los noventa, la verdad de la milanesa fue parda, así que a que no agrandarse.

Argumentos para aliviar la condena que el verdugo no aceptará. Por penales, vale Hay, también, cierto gozo maléfico de los que no son de River o Boca como testigos del sufrimiento ajeno. Pero están afuera. Es la puerta abierta para que la corporación bostero gallinácea saque chapa de pensamiento único y excluya a los excluidos. No saben, los de los otros equipos, lo que es el miedo a perder un partido de esta naturaleza. Nunca lo sabrán. Es solo para ellos. Para los de River y Boca.

El dolor de estómago es exclusivo. Si hasta dan envidia. Sufrir así, por la causa noble de la identidad, por lo que les queda de la niñez, por esa inocencia a salvo o demolida por los caprichos de una pelota. Pagarán el peaje del miedo hasta que empiece el partido. Los de River y los de Boca. Si hasta dan ganas de hacerse de River o de Boca. O viceversa. Y gozar, también, por que no, de ese miedo atroz para sentirse invencible y saberse inmortal

Fuente: Clarín

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