Nunca se rindieron. Ni por un solo segundo un matrimonio de la ciudad china de Chengdu dejó de buscar, durante 24 años, a su hija Qifeng, desaparecida cuando tenía tres años y de quien jamás tuvieron noticias.
Wang Mingqing y su mujer Liu confiaban en que la marea del destino, así como se la había llevado, la traería de vuelta. Y lo hizo, en un golpe de suerte que reunió a la familia de una vez y para siempre y conmovió al país.
Según relató la BBC, la odisea familiar se remontaba a 1994. Fue el punto de partida de una búsqueda que incluyó el recurso ortodoxo de las investigaciones policiales, con otros medios mucho menos habituales. Como la insólita decisión del padre de hacerse taxista para dar con ella, quizás, en algún recorrido al azar por las calles de la ciudad.
«Un día, mi hija podría ser justo la persona sentada en mi auto», decía Wang. Sus chances eran casi tantas como ganar la lotería. Pero contaba con que los pasajeros pudieran ayudarlo con datos, pistas, información. Alguien podía darle una punta que le permitiera desandar el camino hasta su hija.
En el asiento de atrás llevaba un cartel contando su historia, y a falta de fotos de Qifeng adulta, ponía una foto de su hermana menor, lo más parecido que tenía a mano.
Las estrategias de Wang y su familia, que además del taxi posteaban su historia en las redes sociales y dejaban volantes en las columnas de la calle y los mostradores de los negocios, completaban el abanico de recursos.
Citando a los medios chinos, la BBC señaló que la historia dio un vuelco el año pasado y las dos partes separadas de la familia comenzaron el camino del reencuentro.
Un dibujante de la policía, de los que hacen identikits, trabajó con Wang para hacer una ilustración lo más precisa posible de cómo se vería su hija en la actualidad. Y lo hizo tan bien que cuando comenzó a circular en las redes fue Qifeng quien un buen día se vio de pronto a sí misma. En ese entonces vivía en la otra punta del país y se llamaba Kang Ying. Así la habían llamado toda su vida, o casi.
Fue Qifeng quien esta vez tomó la iniciativa y entró en contacto con sus padres. Tenía marido y dos hijos. El ADN confirmó más tarde lo que a esa altura todos sabían. ¿Acaso no tenía la misma marca que su hermana en la frente, y la misma tendencia a sentir náuseas cada vez que lloraba?
«De ahora en adelante, tu papá va a estar acá -le dijo Wang en el reencuentro-. No vas a tener que preocuparte por nada. Papá te va a ayudar».
La Nación