Con más de 600 muertos desde el inicio de la pandemia, en Bolivia colapso el sistema hospitalario

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La pandemia de coronavirus castiga fuertemente a Bolivia. Según publicó hoy el sitio web de eldeber.com, el sistema de salud se encuentra colapsado por la cantidad de casos por el notorio aumento de casos. TE compartimos la publicación de ese medio boliviano que explica la situación en la que se encuentra el vecino país.

Los bolivianos recibían la noticia, sumidos en la perplejidad, de que dos mujeres provenientes del extranjero habían dado positivo a aquel enemigo invisible que empezaba a diezmar la población de países lejanos: el coronavirus.

No pasó mucho tiempo para que los casos comiencen a aumentar, a pesar de que el 21 de ese mismo mes, la presidenta del Estado, Jeanine Áñez, anunciaba que el país se encontraba en estado de emergencia. La población, a partir del 22 de marzo comenzó a cumplir una cuarentena rígida por el temor de contraer la, hasta ahora, desconocida enfermedad.

Hasta el 31 de marzo, a solo tres semanas del anuncio de los primeros casos, Bolivia ya registraba 115 casos positivos, siete decesos y ningún recuperado. Es decir, que el primer mes que el país luchaba contra el virus, languidecía con una tasa de letalidad del 6,08%.

La incredulidad sobre la enfermedad aún continuaba presente en parte de la población, si bien la cuarentena rígida se cumplía a cabalidad en la gran mayoría de las urbes, en algunos municipios como El Alto, Yapacaní y Sacaba, la gente hacía caso omiso a las recomendaciones para prevenir los contagios.

Abril, el segundo mes con presencia del virus, cerraba con 1.052 nuevos casos positivos, otros 55 fallecidos más y tenía los primeros 132 recuperados. La tasa de mortalidad iba mejorando de a poco, con un 5,22% y los recuperados comenzaban a sentar presencia, siendo un 12,54% del total de casos.

Dentro de esa tasa de mortalidad se dan los dos primeros decesos del personal de salud. El primero es el de la enfermera de Montero, Fanny Durán Cuéllar, que perdió la vida con siete meses de gestación. Una semana después, muere también Disneyda Vare Suárez, otra enfermera que trabajaba en el hospital Germán Vaca Díez, en Roboré. Ambas dejaron niños huérfanos. A partir de ellas, el Gobierno nacional promete un seguro de vida para el personal de salud que fallezca en la primera línea de lucha contra el Covid-19.

El audio de la enfermera de Roboré circuló por redes sociales, con la voz entrecortada puso la piel de gallina hasta al más insensible. Morir asfixiado debe ser la peor de las sensaciones y Disneyda lo estaba viviendo en carne propia. Aprovechó lo que le quedaba de aliento para mandar un mensaje de audio a su familia para hacer el último encargo de su vida: «cuiden a mis hijas (de 10, 7 y 4 años) y asegúrense de que reciban mi indemnización. Por favor, me siento mal, mis hijas no tienen padre, solo soy yo, ayúdenme por favor, (vean) que me las indemnicen a mis hijas, me estoy muriendo, acá me están atendiendo muy lento». Disneyda fue otro número más en la estadística el 16 de abril, cuando el coronavirus estaba empezando a hacer sentir sus fuertes coletazos.

En el mismo mes de abril, segunda quincena, el luto llega a la Policía Boliviana, con el deceso del primer uniformado, el sargento Filomeno Choquehuanca, primera víctima fatal del Covid-19 dentro de la institución del orden. Hasta junio, casi una veintena de efectivos perdieron la vida, la mayoría de ellos en el departamento cruceño. Incluso el comandante departamental, Enrique Terán, llegó a terapia intensiva debido al virus, pero se salvó gracias a la donación de plasma. Hoy ya está en su hogar, con los suyos.

La gente comienza a inquietarse. A pesar de la subvención de bonos provenientes de los distintos niveles de Gobierno y de medidas de ayuda como la suspensión de pagos de créditos al sistema bancario o descuentos en los servicios básicos, parte de la población comenzó a mostrar rechazo al confinamiento porque no había dinero para ‘parar la olla del día’ Es en abril, especialmente, cuando en los barrios más alejados los vecinos recurren a la estrategia de la época de las pititas, la olla comunitaria, para afrontar la necesidad.

A mediados de mayo comienza a darse un mayor movimiento de personas en las urbes, sumado al nuevo decreto que entregaba a los municipios y gobernaciones las decisiones respecto a la cuarentena, basadas en el Índice de Riesgo Municipal, que semanalmente se presenta. Gobiernos departamentales y alcaldías deberían empezar a decidir si sus territorios continuaban con el confinamiento rígido o iniciaban una cuarentena dinámica, de acuerdo al estado en que se encuentra la evolución de la pandemia.

Justamente en mayo la situación se pone peor. El sistema de salud comienza a pedir auxilio ante la creciente ola de contagios, poniendo en aprietos a los actores llamados a solucionar el problema que, debía ser resuelto durante la cuarentena rígida. El mes cerraba con escalofriantes cifras: 8.815 personas infectadas con coronavirus durante esos 31 días, 251 almas fueron robadas por esta enfermedad y 854 afortunados viven para contarla. La tasa de mortalidad comienza a bajar y marca un 2,84% a nivel nacional, mientras que los recuperados alcanzan el 9,68% del total.

En medio del desesperado pedido de auxilio de personal de salud y pacientes que no encontraban espacio, especialmente en las terapias intensivas, en mayo se desató el escándalo de los 170 respiradores artificiales comprados por Bolivia a la compañía española GPA Innova, con intermediarios en la transacción, lo que terminó en un sobreprecio descarado.

Como si fuera poco, los respiradores adquiridos tampoco eran adecuados para los pacientes críticos. El escándalo derivó en la destitución del entonces ministro de Salud, Marcelo Navajas, segundo en partir desde la gestión de Jeanine Áñez, pues antes renunció Aníbal Cruz a la misma cartera.

También en mayo aparece la esperanza para los enfermos de mayor gravedad por Covid-19, se logra el primer paciente recuperado gracias a la donación de plasma hiperinmune. En la lista de pacientes rescatados del estado crítico estaban médicos de Emergencias del hospital Japonés, conocidos fueron los casos de Miriam Illescas y Erlan Pérez, del comandante departamental de la Policía, que hoy están en casa.

Ruth María Ticona (52), funcionaria administrativa de la Caja Nacional de Salud, es otra de las victorias en la lucha contra el coronavirus. Su estado era crítico, tenía pocas esperanzas. Y el plasma hizo el milagro. Ella también volvió a los brazos de los suyos.

En Beni, donde tardaron en detectarse los casos, la pandemia explotó con una agresividad que dejó a buena parte de la población infectada y con una realidad alejada de las cifras oficiales del Sedes y el Ministerio de Salud.

En esta época, el virus también se ensañó con los pueblos indígenas, especialmente los de Trinidad (Beni) y de San Antonio de Lomerío, en el departamento cruceño, así como con autoridades de todos los rangos.

Los ‘sures’ comienzan a llegar, el invierno se avecina y los infectados aún continúan en aumento. Del 1 el 16 de junio, aumentaron 9.091 casos positivos, 319 fallecidos y 2.444 recuperados. Al contar con el sistema de salud colapsado, la tasa de letalidad registra un ascenso y hoy se encuentra en 3,50%, mientras que los recuperados se consolidan con un 18,87%.

Sumados los casos desde el 10 de marzo hasta el 16 de junio, Bolivia cuenta con 19.883 enfermos de coronavirus, 659 muertos y 3.752 recuperados, lo que hoy deja la tasa de mortalidad en 3,31% y existe un 17,98% de convalecientes.

Hasta el momento, junio es el mes más duro para todos los bolivianos. Empiezan a visibilizarse las muertes en la calle por falta de atención médica; los pedidos desesperados de plasma para familiares y médicos llenan las redes sociales. Casi todos tienen un amigo o familiar con Covid-19, y aún no se alcanza el punto más alto de la curva, la de mayor cantidad de contagiados, estimada para julio y agosto.

Las ‘curas milagrosas’

Cien días de lucha, de sufrimiento y de impotencia que han generado, además, una paranoia en la población por los tantos anuncios de «remedios milagrosos», además de intoxicación, que han ocasionado largas filas afuera de las farmacias para proveerse ‘por si acaso’.

A estas alturas, gran parte de la población debe tener en sus botiquines hidroxicloroquina, ivermectina, azitromicina y, seguramente, en las próximas horas la dexametasona también será arrasada. A pesar de las recomendaciones de no automedicarse, ha sido incontrolable la desesperación por asegurarse una supuesta cura sin la supervisión médica, debido al colapso del sistema de salud público y privado.

Al drama de los enfermos, de la escasez, de la saturación del sistema de salud, de los respiradores, lo que era esperanza de vida, el plasma hiperinmune, empezó a volverse  negociado. Algunos pacientes recuperados por el Covid-19 pedían dinero para ‘donar’, actitud que generó el total rechazo de parte de la ciudadanía, pero que es aceptada por algunos familiares de enfermos, debido a la desesperación y la dificultad de conseguirlo.

Casos y casos

Sin duda que cada departamento ha vivido su propio drama. Pero hay tres que merecen ser estudiados en detalle por la evolución que han tenido.

Santa Cruz. El motor económico del país que, en teoría, debería tener el mejor sistema de salud de todo el territorio nacional, manejó la contención del coronavirus hasta donde pudo. Hoy, el departamento cuenta con un poco más del 62% de los enfermos , aunque también goza de la segunda tasa de mortalidad más baja, con apenas 2,4%. Hasta el 16 de junio registraba 12.366 enfermos de Covid-19, de los cuales 298 ya fallecieron.

Ante el aumento descomunal de casos, las autoridades nacionales, departamentales y municipales, junto a diversos actores de las sociedad civil, se reunieron el lunes 15 para definir un cambio en la estrategia de lucha. La capital cruceña será rastrillada para conocer realmente cuál es la situación de la enfermedad, atender a los enfermos que no han llegado a los centros de salud para así evitar que el colapso hospitalario deje muertos regados por las calles.

Situación en Beni

Hasta fines de abril, el departamento de Beni era un paraíso, bueno, un supuesto paraíso porque no registraba ningún caso o, como se dice en la jerga médica, existía un presunto ‘silencio epidemiológico’. ¿Qué pasó? Las anteriores autoridades sanitarias, durante 41 días solamente realizaron 46 pruebas de PCR, mientras el resto del país se ‘cundía’ de la enfermedad, allá no pasaba nada.

En menos de un mes, Beni pasó de una supuesta contención a un ‘desastre epidemiológico’ que, hasta fines de mayo llevaba más de 1.200 contagios, y eso que las cifras oficiales no mostraban la realidad en toda su expresión.

La alerta roja se encendió y todas las miradas del país se centraron en ese departamento. Autoridades nacionales desembarcaron en una Trinidad golpeada, con un sistema hospitalario pobre y colapsado y con gente muriendo en sus casas por la falta de atención. El 1 de junio iniciaron un rastrillaje exhaustivo para detectar los posibles casos e iniciar tratamientos para evitar que el cementerio de Covid-19, que hoy cuenta con 300 muertos, también colapse. El 16 de junio Beni finalizó su jornada con 2.994 casos, 48 recuperados y 163 fallecidos, es decir, una tasa de mortalidad de 5,44%.

Cochabamba

La Llajta también pudo contener a sus habitantes, sobre todo de la capital, durante un buen tiempo, pero hoy la preocupación de las autoridades está en que su sistema de salud se ha colapsado, teniendo que recoger los primeros fallecidos en las calles, además de que en los municipios que comprenden el trópico cochabambino los casos de Covid-19 son alarmantes. La noche del martes 16 de junio, Cochabamba cerró las estadísticas de la enfermedad con 1.915 positivos, 78 recuperados y 88 decesos. El departamento hoy presenta una tasa de mortalidad de 4,59%.

Política en tiempos de pandemia

Cien días también sirvieron para observar de palco las astucias de los actores políticos de Bolivia.

Tres ministros de salud en menos de seis meses podría resumir la historia, pero detrás de esto están los escándalos por el supuesto sobreprecio de 170 ventiladores de emergencia que hoy se encuentran acumulando polvo en los depósitos de algunos hospitales, mientras existe una alta de manda de respiradores en las Unidades de Terapia Intensiva. Un respirador menos es otra vida perdida.

Vidas anónimas se perdieron esperando por un respirador para que haga lo que sus pulmones tomados por el virus dejaron de hacer. Nancy Andia es una más, una mujer que vivía de la venta de tarjetas telefónicas, que habitaba una casa con piso de tierra y que se iba a convertir en la primera trasplantada de páncreas y de riñón de Bolivia. Su médico hizo una campaña en redes sociales. «No se puede morir por la falta de recursos. Nancy Andia nos representa a todos», escribió el endocrinólogo Douglas Villarroel.

«Estoy acongojado y desesperado, desde el martes 2 de junio no puede respirar, ha recorrido todos los hospitales para ser atendida y ha sido rechazada, incluso en clínicas privadas. En todas partes le decían que no hay espacio”, relató con la intención de mover corazones, la solidaridad y la empatía. Se movieron, pero fue tarde para Nancy Andia que el 9 de junio murió y ahora engrosa la lista infame de quienes perdieron la batalla.

Se murió esperando por más respiradores, mismos que hasta la fecha no están habilitados salvando vidas. A los 35 que ya tenía el sistema público de salud antes de la pandemia se han sumado 12 en el nuevo hospital de Montero, 22 en el San Juan de Dios y 56 (16 prestados por una universidad privada) en el primer domo del Japonés que no están prestando sus servicios por diferentes motivos. Unos porque no hay mano calificada para manipularlos, otros porque se los tiene que adaptar a los estándares locales.

Las recurrentes protestas de los trabajadores de salud exigiendo las medidas de bioseguridad adecuadas para la atención de pacientes con Covid-19 también han marcado las jornadas de estos poco más de tres meses. Denuncias que han sido dirigidas con toda su artillería a los tres niveles de Gobierno.

Y es que nadie se ha salvado del enojo que ha ocasionado el no haber preparado mejor el sistema de salud ante una enfermedad que no solo ha dejado a la población ‘en toco’, sino también ha demostrado la fragilidad y corrupción del sistema político boliviano, ni oficialistas ni opositores han respetado la vulnerabilidad y el dolor de los bolivianos en esta pandemia. La guerra electoral continúa, por encima de los muertos.

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