Construcción y deconstrucción de la noche en Cosquín

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Foto: La Voz del Interior

Una crónica crítica de una luna del Festival Nacional de Folklore, digamos la octava, la del viernes, debería tener en cuenta una serie de variables que suelen ser parte de la dinámica de una noche festivalera. Antes de hacer foco en la calidad musical y el carisma de un artista, sería prudente, e importante, por ejemplo, considerar el horario que le tocó para subir al escenario, saber quién actuó antes y tener en cuenta quién actuó después, entre otras consieraciones que en el fondo tienen que ver con el estado del público y sus posibles reacciones.

Desde ese punto de vista, Vitale y Baglietto, que abrieron el programa, pudieron llegar al público como llegaron, es decir lograron emocionar con un repertorio sensible tratado de manera virtuosa pero no superficial. Eso se produjo, también, porque tocaron antes de Soledad. De haberlo hecho después del show del «Tifón de Arequito», muy probablemente hubiese sido otra cosa para el dúo y para el público. La suerte de tocar después de Soledad, ante una plaza que pedía más de la cantante, le tocó en cambio a la delegación de Chubut, que vino a mostrar sus tradiciones, que son lo que son por estar consolidadas en el tiempo, por lo que no sería legítimo cambiarlas a último momento para competir con la suerte.

Algo parecido le pasó al Trío MJC, que subió al escenario Atahualpa Yupanqui después de que Los Guaraníes dejaran la plaza en llamas con un show integral, hecho de algunas de las canciones que días antes habían cantado Nacho y Daniel -exs del grupo-, fuegos artificiales, pelotas gigantes rodando en las plateas, papelitos, fitness y algo de karaoke. Faltó el sorteo de un auto y la kermés estaba completa. El trío instrumental tocó como sabe, con arreglos complejos y alto grado de tecnicismo, sobre un repertorio de clásicos. Y con eso lograron cautivar al público, que aplaudió con ganas, tal vez porque los músicos -hijos de este festival- tocaron con sinceridad, es decir poniéndo la música por sobre todo. Pero más que hablar bien o mal en este caso de dos expresiones tan legítimas cuanto diversas, el hecho habla de lo delicado de un momento, de lo complicado de las recetas de éxito y sobre todo, como sucedió anoche, de la sensibilidad del público para captar y aceptar las diferencias.

La noche que había comenzado de la mejor manera, con Vitale-Baglietto isnpirados, Soledad sacudiendo una plaza feliz de que eso suceda y el poeta Antonio Preciado devolviendo al escenario que lleva el nombre de Atahualpa Yupanqui el don de la palabra dicha, comenzó a desarmarse lentamente. En una especia de pirámide invertida, los atractivos de la programación disminuían a medida que la noche se internaba en la madrugada.

De todos modos en ese lento camino al muere, la noche tuvo algunos destellos interesantes: la actuación de Santaires, uno de los grupos que mejor conjugan lo vocal con los instrumental; la frescura de Aguamarina Trío; la idea hecha canción de Nahuel, compositor notable; la voz bien plantada de Tubo Moya, cantor y artesano; el acento de Los Nietos de Don Gauna; la interpretación de Zamba para olvidarte -de Daniel Toro y Julio Fontana que ya está entre las más tocadas en este festival-, que ofreció el conjunto Maité, con Facundo Toro como invitado. Se suma también a esta lista la revelación de Milena Salamanca, ganadora del Pre Cosquín en el rubro Solista vocal mujer; una voz cálida y redonda, una verdadera promesa.

El resto de la noche que comenzó con la plaza llena y terminó con unos pocos desvelados gloriosos levantando el vaso casi vacío en las plateas, se fue haciendo con actuaciones breves que se hacían más veloces a medida que pasaba el tiempo.

Una deconstrucción de la noche.

Fuente: La Voz del Interior

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