La capital de Alemania reabrió sus restaurantes, con estrictas limitaciones en la cantidad de clientes y medidas de seguridad, después de dos meses cerrados por la pandemia de coronavirus, en medio de grandes dudas y temores.
Berlín se sitúa así en la vanguardia europea de las grandes ciudades que reabren sus restaurantes para el consumo en el propio local -ya es posible desde la tarde del viernes- y numerosos locales organizan sus terrazas e interiores con las nuevas normas.
Con 6.428 casos confirmados de Covid-19 y 181 fallecidos por la enfermedad, Berlín muestra cifras comparativamente muy alejadas de otras capitales europeas, pero también de los datos de Baviera, al sur de Alemania (con 45.340 casos y 2.273 muertes, el «Land» más golpeado por la pandemia).
Las reservas se deben hacer preferentemente por internet, el personal de sala y en contacto con el público debe llevar mascarillas -no así el de cocina, sin proximidad con el cliente- no se distribuyen menúes impresos y hasta la sal y la pimienta llega a la mesa en monodosis individuales.
Los clientes volvieron a las veredas de los bares en Berlín, con nuevas medidas de higiene y distancia./AFP
Son algunas de las normas de las autoridades locales para permitir la reapertura de negocios que llevaban cerrados dos eternos meses y a los que se han destinado ayudas que parecen estar llegando a tiempo. Pero quizás la norma más estricta es la que establece la distancia de separación entre mesas.
Un recorrido por Charlottenburg, el barrio del oeste de la ciudad, de las tiendas caras, los cafés y restaurantes elegantes, el de la famosa avenida Kurfürstendamm, muestra el nuevo escenario: terrazas ya dispuestas en la tarde del viernes, apenas hay clientes, mientras la temperatura ronda los 15 grados, en plena primavera.
Una moza desinfecta una mesa en un restaurant del barrio de Prenzlauer Berg, en Berlín, tras su reapertura este viernes. /AFP
Tras los ventanales de algunos restaurantes se ve más público, ni una mascarilla que no sea la de los camareros.
El restaurante Calibocca, en la calle Schlüterstrasse, ya recibe clientes. Días atrás, su encargado, Vincenzo, calculaba con cinta métrica las distancias entre mesas, estimando cuántas le cabrían en la terraza y cuántas en el interior de su restaurante italiano.
«La mayor dificultad fue que al cliente no he podido darle la carta», cuenta este lombardo, estudiando para sommelier, desde detrás de su mascarilla. «Eso fue complicado porque tienes que decirle al cliente que tiene que mirarla en nuestra página web».
Si el menú diario cambia según el mercado, la cosa está complicada. Le ha perjudicado «muchísimo» lo del metro y medio entre mesa y mesa y calcula ya que en la primera noche va a recaudar un 40 por ciento menos de lo habitual en un viernes.
Mesas alejadas
Dentro del local hay ocho personas y dos perros. En una mesa para seis se sientan sólo dos personas. Los cubiertos están envueltos en la servilleta. Los clientes se preguntan si será seguro tocar el pan que les sirven. Tampoco la botella de vino. Todos parecen tener miedo de apoyar las manos en cualquier superficie. ¿Quién habrá tocado?
El local y Vincenzo están impecables y se ve que han hecho el esfuerzo en esta reapertura para que todo funcione según las normas. Pero las preguntas asedian. Son muchas semanas de restaurantes cerrados y los clientes vuelven con mucha desconfianza.
¿Y si un cliente quiere ir al baño? ¿Debe ponerse la mascarilla que muchos llevan por si acaso? Los clientes no tienen que llevarla, solo se les aconseja, según normas del gobierno local. Adentro se ve desinfectante, como tiene que ser.
El primer día de apertura mostró más cautela y dudas que clientes relajados. Parte de la nueva normalidad.
Javier Alonso, agencia EFE