Cosquín 2019: una octava luna de la palabra con fundamento, la danza y el folklore de hoy

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ace un tiempo que se habla de la renovación en nuestra música popular, un camino a largo plazo que se viene emprendiendo lento pero seguro. La octava luna de este Cosquín 2019 fue un fiel reflejo de ello: guste a quien le guste, muchos de estos artistas son los que representan el folklore de este tiempo, el que se viene cantando en los patios y en las peñas y en los últimos años llegó finalmente a la plaza y ahora está logrando allí la confirmación de todo ese movimiento.

Una noche que comenzó con La Callejera, cerró con Orellana Lucca y en el medio tuvo a “La Bruja” Salguero y a José Luis Aguirre, cuatro propuestas consagradas por el festival (en el caso del “chuncano” no en los papeles pero sí en los hechos) en este último tiempo. Además, otros tres artistas que son de los más influyentes en las nuevas generaciones como el Dúo Coplanacu, Horacio Banegas y Chango Spasiuk. Un gran botón de muestra de la diversidad a la que puede llegar la música de raíz de hoy.

Y la plaza respondió con una más que aceptable convocatoria (un 70 por ciento) teniendo en cuenta que no había ninguno de los “tanques” de la taquilla y sobre todo contempló, se conmovió y bailó tanto con  la potencia y el desparpajo de La Bruja con Eruca Sativa, las sutilezas de Spasiuk o la emoción del homenaje a Zitto Segovia.

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Comienzo con emoción y regionalismo
La cosa arrancó con La Callejera, ahora con el mote de “folklórica” como valor agregado, y un momento bien emotivo: Ariel “Chaco” Andrada evocando a Horacio Guarany (Recital a la Paz) bien cerquita del público. Mechando temas de su autoría y un repertorio con amplitud regional (chacareras, zambas, pero también chamamé, huayno, tinku y un emocionante cierre con un vals ‘puntano’) el grupo instalado hace tiempo en Córdoba hizo valer una vez más el honroso título de “custodios del poncho coscoíno”. Algo para destacar de La Callejera es que no solo se limitan a armar un show especial para el festival, sino que siempre transitaron y siguen «militando» las peñas, los patios y las guitarreadas en los asados fraternales, donde se mantiene vivo el espíritu Cosquín.

Hablando de poncho coscoíno, el que recibió el suyo de manos del intendente de la ciudad fue José Palazzo, quien retribuyó con remera y gorra de Cosquín Rock. La alianzas estratégicas siempre fueron un sello de los festivales.
Una bruja guerrera
Lo de María de los ángeles Salguero fue muy contundente. Arrancó bien cerca del publico Juana Azurduy, arengó para que vayan a la chaya, pero «a la de los barrios» antes de Dele retumbar de Ramiro González, recordó al «Gordo» Alfredo Abalos e invitó a Micaela Chauque para hacer una canción dedicada a todas las mujeres que ya no tienen miedo. «¿La podemos bailar solas?», preguntó y después de animarse a recitado en forma de rap le exigió a los señores que manejan los festivales que abran las tranqueras para que vengan las cantoras.

«Vivimos tiempos difíciles, hay que unirse y borrar las fronteras de la música», dijo antes de invitar a Eruca Sativa en uno de los momentos más esperados de la noche. Amor ausente demostró que la vidala y el rock se hermanan en un mismo sentido y el cierre con la poderosa y vigente Cuando tenga la tierra para los trabajadores de la TV Pública y de varios sectores «que la están pasando mal» puso a la plaza de pie y generó una gran ovación. Tal vez la visita del power trío hubiera ameritado un tema más, pero no hubo bis.

Mención especial para el trabajo en las visuales, un recurso clave y todavía desestimado por muchos artistas que pasan por el festival. Los equipos de Aguirre, Spasiuk y Orellana Lucca también hicieron lo suyo, en la noche con más aportes en ese sentido. ¿Como no aprovechar semejantes pantallas para enriquecer la propuesta o incluso comunicar mensajes o imágenes que a veces pueden ser tan importantes como la misma música?

Magia litoraleña
Después un sentido homenaje al cantor chaqueño Zitto Segovia encabezado por su hijo Lucas Segovia junto a Coqui Ortiz, Jose Schuap y Bruno Arias (también estuvo con la Bruja y se coronó como el artista que más veces subió al escenario en esta edición) a 30 años de su consagración, llegó el turno de Spasiuk. Casualidad o no, el misionero también celebró tres décadas en el festival.

Fue una presentación especial, ya que el «Chango» es uno de los que prácticamente comenzó su carrera aquí en Cosquín. Junto a una gran banda, paseó por temas de toda su discografía y elevó a la plaza a ese lugar mágico al que nos tiene acostumbrados. Invitó a un maestro del violín como Rafael Gintoli y a una joven promesa, Emiliano López, quien se se llevó una ovación inolvidable, y cerró con Libertango de Piazzolla.

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Horacio Banegas volvió a demostrar que es el mejor exponente de esa chacarera con potencia e identidad, aunque quedó la sensación que esta noche hubiera sido una gran ocasión para que su hijo «Mono» Banegas (miembro de la banda) presentara Reminiscencia, el notable disco conceptual por el que ganó el Premio Gardel. En todo caso, Horacio podría haber estado programado en otra jornada.

Algo similar le pasó al Dúo Coplanacu, que llegó a Cosquín con su flamanteLos Copla (entregado allí mismo en la sala de prensa) y no tuvo el tiempo necesario para desarrollar toda su propuesta. «Los vamos hacer trabajar porque vamos a tocar el disco nuevo, así que van a tener que escuchar», anticipó Julio Paz antes de darse ese merecido gusto. Eso sí, la plaza se quedó con ganas de algunos clásicos, aunque disfrutó de cada acorde y cada chacarera.

El «Chuncano» de Cosquín
Si hablamos de canciones recientes, nadie podrá superar a José Luis Aguirre quien decidió traer a Cosquín un repertorio de canciones «recién saliditas del horno» y así una vez más se corrió de la zona de confort de la que muchas veces son presos los artistas, sobre todo en los grandes festivales.

La apuesta le salió muy bien, ya que los temas sonaron aplomados con la gran banda que supo formar y conmovieron tanto como los anteriores. La plaza contempló, aplaudió y bailó un tema para Doña Jovita («una viejita de Traslasierra que nos enseña a cuidar el monte»), una chacarera para «las mujeres guerreras» y otra para la «Tía Rosa». La perfecta combinación entre simpleza y poesía.

Para cerrar, le dedicó ese himno de estos tiempos como Los pájaros de Mattalía y un preciso recitado («nosotros también cantamos canciones de amor», lazó en un momento), «a los y las artistas que entienden que la música no es solo para la diversión sino también para sembrar conciencia», a los no fueron convocados este año y a los que andan por ahí guitarreando en los patios, en el río. El público retribuyó su genuina propuesta con otra enorme ovación. ¿Premio consagración? No le hace falta.

Fuente: La Vos

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