Es en muchos sentidos un reflejo viejo y por eso mismo, a la larga, inocultable y persistente. Cristina Fernández de Kirchner acaba de ofrecer por Twitter una nueva muestra de su visión del periodismo –empresas y periodistas- marcada por rechazos y desprecios, esta vez a cuento del tratamiento e impacto de sus calificativos «pindonga» y «cuchuflito» para aludir al fenómeno de las segundas marcas. Cinco días antes, había dejado otra postal similar de su pensamiento en Mar del Plata. Así, en menos de una semana, la ex presidente colocó otra vez en primera línea su carga contra los medios. Y volvió a usar referencias banales a la dictadura para vestir con dramatismo su propia ofensiva.
¿Qué dijo en sus tuits? A propósito de las muchas notas sobre la cuestión de las segundas marcas, reiteró que existe un «blindaje mediático» para Mauricio Macri y María Eugenia Vidal. No es la primera vez que lo dicen ella y otros referentes kirchneristas. Pero el punto no fue la discusión sobre medios que podrían ser calificados o no como oficialistas, sino la extensión de hecho a todo el periodismo.
La ex presidente dijo que es tan «obsceno» ese blindaje que resulta necesario «recurrir a la prensa internacional» para enterarse y entender lo que pasa en el país y en la provincia de Buenos Aires, esto último para incluir a Vidal en su foco electoral. Y agregó que ocurre lo mismo que «en otras tristes épocas», referencia implícita a la última dictadura: años de terror y censura brutal, sobre todo para la información sobre la represión, las muertes, los desaparecidos. Los medios internacionales ayudaban a romper ese blindaje.
Un toque similar habían tenido sus declaraciones ominosas sobre la entrevista realizada hace dos años por Luis Novaresio, parte –sustancial, sin dudas- de la cobertura periodística de la campaña electoral de 2017. Dijo que se sintió «interrogada» y aludió con palabras y gestos a un interrogatorio con torturas. Después, ante las repercusiones de sus dichos y la respuesta precisa del periodista, hizo una disculpa por el efecto y no por el contendido, repetido además como recurso casi de campaña para emparentar cada tanto la actual situación del país con la dictadura.
No es sólo un tema de campaña, que en todo caso sumaría un problema para Alberto Fernández. Lo dicho por la ex presidente toma mayor dimensión con el cortinado de fondo más denso de sus períodos de gestión. Y en especial, por la sucesión de capítulos de su política frente a los medios, forzando muchas veces los límites y también la lectura de la realidad.
Vale la pena detenerse en el ejemplo que destaca CFK para concluir en que es necesario leer medios de otro país para informarse de lo que realmente ocurre aquí. Citó un artículo del diario El País, de España, sobre la polémica de las marcas «pindonga» y «cuchiflito».
Llamativo: la nota en cuestión se apoya en información y consultas sobre el tema que nutren artículos de medios argentinos, especialmente cita a Infoabe. No hay un solo dato nuevo. Es, en todo caso, una mirada, opinable como cualquiera.
El ejemplo esgrimido por la ex presidente desarticula la idea de presentarlo como un haz de luz en medio de tanta oscuridad informativa local. Tal vez le parezca favorable por distintos motivos de repercusión y enfoque, pero la señal destacada es otra, de lectura lógica: el hecho de buscar un medio del exterior, como única alternativa al blindaje que denuncia, expresaría una carga global sobre los medios locales –sin reparar en matices ni posiciones editoriales- porque en definitiva siguen siendo una pieza que no encaja en su concepción de poder.
La pregunta, tan elemental que podría sonar a chicana, sería: ¿por qué ninguno de los medios abiertamente kirchneristas alcanzaría el mínimo escalón de opción informativa antes de recurrir a un diario español para enterarse de lo que pasa acá? Dicho de otro modo: ¿por qué invisibiliza a medios alineados? Mejor dejarlos de lado: facilita la puesta para negar de paso la existencia de miradas múltiples.
Con todo, la visión más vieja o de arrastre que exponen sus tuits se apoya en una sobrevaloración y en una negación de aspectos de la realidad.
La sobrevaloración consiste en seguir adjudicándole a los medios una capacidad de manipulación extraordinaria, a pesar de las muchas pruebas prácticas en contra. Ese es un criterio puesto en crisis infinidad de veces y sobre todo en los últimos años. Pero esa es la consideración que alimenta la idea de una batalla no agotada contra los medios como «enemigos».
La negación alude a otro factor de la realidad. Y expresa subestimación o desconocimiento de lo que suman en este terreno las redes sociales, que están lejos de ser un paraíso informativo igualitario y que están cruzadas por operaciones de todo tipo, pero agregan sin dudas jugadores potentes a la circulación de la información.
Difícil entonces dar por cierta la existencia de un blindaje mediático del oficialismo tan fuerte e ineludible que obliga a recorrer sitios digitales de otros países –un gran ejercicio, de todos modos- para no vivir en la oscuridad. En todo caso la oscuridad y la imposición de visiones únicas –socias directas- asoman de manera inquietante en cada carga sobre los medios.