¿Cuantas vidas le quedan a «Macri, the cat»?

Análisis

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El martes pasado, Mauricio Macri tuvo una buena e inesperada noticia. En medio de la bruta devaluación, cuando ya se empiezan a sentir sus efectos en los precios, cuando la fenomenal corrida contra el peso aún no está terminada, la Universidad Di Tella difundió su prestigioso Indice de Confianza en el Gobierno. Crease o no: ¡subió cinco puntos! Sigue siendo un nivel muy bajo para la historia de ese índice desde que asumió Macri. Pero aun así, supera cualquier punto en el que se haya ubicado durante el segundo mandato de Cristina Kirchner.

Habitualmente, cuando se difunden estos números, un sector de la clase política (o de los simpatizantes de uno u otro sector) sospecha de todo tipo de arreglos y conspiraciones. En este caso, es una pavada. Este índice se publica todos los meses a lo largo de los años, y basta ver su evolución para percibir que no hay ninguna intencionalidad por parte de quienes lo elaboran.

Con los datos de la serie completa, se pueden hacer evaluaciones positivas o negativas. Es razonable marcar que desde el pico de noviembre del año pasado, el Gobierno perdió el 30% del apoyo que tenía. Pero, al mismo tiempo, el número absoluto refleja que, aun en este momento, que es el peor de la presidencia de Macri, el Gobierno sigue teniendo una base sólida de apoyo. Encima, con un leve repunte en medio de la tempestad.

El miércoles se produjo otro momento de alivio. Una agencia evaluadora de riesgos de Wall Street consideró que la Argentina ya no era una economía de frontera sino que se había transformado en un mercado emergente. «Esto demuestra la confianza que el mundo tiene en nosotros», exageró el presidente. El ministro de Hacienda y Finanzas Nicolás Dujovne celebró el hecho en el canal Todo Noticias. Los twitteros oficialistas se pusieron eufóricos.

Es difícil de explicarle a una persona común en qué cambia eso su vida, entre otras razones porque probablemente no la cambie en nada. O en muy poquito. Pero posiblemente, si se combina con la llegada de dinero del FMI, eso ayude a controlar el dólar por un tiempito y, por lo tanto, si ese objetivo se logra, a evitar que se pronuncie la escalada de precios en ese lapso.

La subida de unos puntitos de la imagen oficial, más la palmada en la espalda de una influyente consultora de Wall Street, no son episodios demasiado relevantes en épocas normales. Pero en medio del descalabro de las últimas semanas, son maná del cielo. Por eso, el Gobierno salió, apurado, a celebrar. Eramos tan pobres, diría Alberto Olmedo.

En ese contexto, el Gobierno comenzó a desarrollar un nuevo relato esperanzador que se sintetiza en una frase de Luis Caputo, el flamante presidente del Banco Central: «La devaluación era lo mejor que nos pudo pasar». A medida que pasen los días, se escuchará a distintos funcionarios decir que los próximos dos trimestres serán recesivos y con alta inflación, pero que luego -hay que pasar el invierno- se empezarán a sentir los efectos benéficos de la devaluación: habrá más actividad y se habrían reducido tanto el deficit comercial como el fiscal. En ese sentido, 2019 será al complicado 2018, lo mismo que el próspero 2017 al recesivo 2016.

Si esos deseos se convirtieran en realidad y si esa realidad se proyectara a la política, Macri podría ser reelecto: en medio de la tempestad mantiene la simpatía de un considerable sector de la población, si logra salir de ella, sería votado nuevamente.

Hay funcionarios que muestran la evolución histórica de Macri en las encuestas para demostrar que ha superado momentos peores. A mitad de junio del año pasado, Marcos Peña intentaba aclarar que el resultado que había que mirar en las elecciones inminentes era el nacional y no el de la provincia de Buenos Aires. Eso sucedía porque Esteban Bullrich estaba seis puntos abajo de Cristina. Ninguna encuesta muestra eso hoy.

Predecir el futuro es imposible. Más en este país. Pero las preguntas que se formulan con esa intención revelan el momento que atraviesa el Gobierno. ¿Podrá llegar al final del mandato?, marcó el primer año. ¿Ganará la elección intermedia?, la primera mitad del segundo. ¿Habrá alguien capaz de arrebatarle la reelección?, la breve primavera poselectoral. La pregunta actual es: ¿Será posible la resurrección de Macri, a partir del rebote que podría provocar la devaluación?

Para eso deberían darse, en principio, las varias condiciones. La primera es que, realmente, la corrida contra el peso haya frenado. Las altísimas tasas de interés, la venta de cien millones de dólares al día, la suba de encajes son todas medidas excepcionales que intentan frenar la tendencia natural de los actores económicos hacia la compra de divisas extranjeras, es decir, hacia la huída del peso. Una corrida frena cuando esa pulsión se acaba o, al menos, se debilita. No es necesario ser un especialista para percibir, incluso en los números oficiales, que en condiciones normales hay una demanda de dólares que empujaría su valor hacia arriba. Si el mundo confiara en la Argentina, no estaría ocurriendo eso.

La segunda condición es que los efectos reactivadores que se esperan hacia fin de año neutralicen y superen los efectos recesivos que tendrá el cumplimiento del acuerdo con el Fondo, con su consecuente recorte de consumo y obras públicas. Y que, si eso ocurre, otras medidas del Gobierno, como los anunciados aumentos de tarifas y de nafta, no conspiren contra ese rebote. En ese punto radica una cuestión central, que atraviesa a este Gobierno desde su asunción: su relación con el poder económico. Si Macri no suspende el anunciado recorte de retenciones, deberá ajustar más en sectores más vulnerables y perjudicará innecesariamente la reactivación. Si convalida la dolarización de las tarifas o del precio de combustibles, será más fuerte la inflación y más duradera la recesión.

La tercera condición es que no aparezca un nuevo factor de inestabilidad en el escenario mundial. Luego de lo ocurrido desde fines de abril, cuando Estados Unidos tocó apenas su tasa de interés, un mínimo soplido puede desarmar cualquier plan: una caída brusca de la producción en Brasil, otro movimiento de tasas en Washington o una sacudida de México tras la asunción de Andrés Lopez Obrador. En un país tan vulnerable a lo que ocurre en el mundo, el sueño de un Presidente será siempre acompañado por pesadillas.

Desde el comienzo de su carrera política, Macri está acostumbrado a convivir con una permanente sensación de caminar por la cornisa. Cada triunfo electoral fue por distancias mínimas: agónico en la ciudad de Buenos Aires en el 2015, en el balotaje contra Scioli de ese año, en la elección contra Cristina en la provincia en 2017. Su primer año de Gobierno fue de una conflictividad extrema. Cuando parecía finalmente hacer pie tras la victoria de octubre pasado, todo se volvió a complicar y ahora atraviesa otro momento de fragilidad extrema. Es difícil encontrar en su carrera un momento en que se movió con comodidad.
Pero, si aun camina por la cornisa, quiere decir que ha sobrevivido.

A principios de mayo, cuando pasó con mínimo sobresalto el primer supermartes de Lebacs posterior al comienzo de la corrida, un funcionario bromeó: «Está bien que le digan Macri gato: tiene siete vidas».

La tremenda duda es: «¿Cuantas le quedan?».

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