El sol empezaba a asomar detrás de la Cordillera de Los Andes y Esteban ya estaba levantado. Desayunaba algo rápido y se alistaba para salir. A las 7 pasaba a buscarlo un camión que lo llevaba a la finca donde había conseguido un trabajo con el que ayudaba a su madre y hermanos. Mamá Graciela era el sostén de los siete hermanos porque Mario, su papá, había fallecido en un accidente de tránsito.
Con 14 años y el sueño a cuestas de ser futbolista, el chico oriundo del barrio San Martín, ubicado en paralelo a la ruta 7, se dedicaba a cosechar uvas para llevar algunos pesos a su casa. Era una de las pocas changas que se conseguían en ese entonces y se acostumbró a convivir en los viñedos.
Al hermano del medio de la familia Andrada le daban un tacho grande y le mostraban el camino en los callejones de los parrales. Cortaba las uvas y, una a una, las iba metiendo hasta llenar el enorme balde que llegaba a pesar hasta 25 kilos. De ahí caminaba unos 100 metros para cargarlos en el vehículo. La acción se repetía una y otra vez. El espigado adolescente ponía sus músculos a prueba y, también, su fortaleza mental.
Fue el ex futbolista –y hoy su representante- mendocino Luciano Nicotra el que apostó por él. Recomendado por el presidente de San Martín, cuenta la leyenda que «lo bajó de un tractor» para llevarlo a probar a Lanús. Hubo inconvenientes con la entrega de su pase hasta que se puso una suma de dinero para que lo dejaran ir, puesto que se estaba planteando dejar el fútbol. Finalmente siguió los pasos de su hermano mayor Gabriel, que llegó a jugar en la B Nacional para el Chacarero.
2007 fue el año en que viajó a Buenos Aires y vivió su primera semana en la pensión de Lanús. Fueron días duros. Cuando pisaba el césped de las canchas del complejo deportivo granate todo era motivación e ilusión, pero al volver a su habitación sin conocer a nadie y sacaba cuentas de la distancia que había con Mendoza, le brotaban lágrimas en sus ojos.
Su franca escalada en las inferiores del club sureño no se hizo esperar. Mostró su valía cada sábado y sus buenos rendimientos lo llevaron a las juveniles albicelestes. Pasó por el Sub 15, el Sub 18 y Sub 20. En Lanús fue la sombra de Agustín Marchesín e incluso fue suplente suyo en el Torneo Esperanzas de Toulon 2009, cuando el Checho Batista era entrenador.
Fue considerado el mejor arquero del Sudamericano Sub 20 de 2011 en Perú y ratificó sus condiciones en el Mundial de la categoría: recibió sólo un tanto -de penal- de Mohamed Salah ante Egipto en octavos de final. Había mantenido la valla invicta en la fase de grupos (1-0 a México, 0-0 con Inglaterra y 3-0 a Corea del Norte) e hizo lo propio con Portugal en cuartos (0-0); contuvo dos penales en la tanda, pero no logró evitar la eliminación.
Tras haber sido protagonista en estos certámenes captó la atención del Barcelona de España y de Alejandro Sabella, en ese momento director técnico de la Selección Mayor. En Europa se habló de una oferta del club catalán de entre 4 y 5 millones de euros, aunque en Lanús, por cuestiones políticas, decidieron no venderlo al exterior. En tanto, Pachorra lo convocó para que formara parte del plantel albiceleste en los Superclásicos de las Américas contra Brasil.
En 2012 debutó en el arco granate por Copa Argentina. Pero el indiscutido era Marchesín y prefirió sumar experiencia y minutos en Arsenal de Sarandí, donde militó a préstamo en la temporada 2014/2015, con el aval de Guillermo Barros Schelotto (DT de Lanús).
Su experiencia en el Viaducto de la mano de Martín Palermo fue positiva, pero marcada por algunos errores abajo de los tres palos. Los mismos, sin embargo, le sirvieron para formar su temple y volver a Lanús asentado a la Primera División. Tuvo al ex Gimnasia La Plata Fernando Monetti como competencia, aunque esta vez fue paciente y aprovechó su momento. Atajó en la victoria de su equipo en la Supercopa Argentina 2016 ante River y también fue guardameta del subcampeón de la Libertadores en 2017.
Alcanzó su mejor nivel y Boca fue a buscarlo en un momento crucial de la edición pasada de la Libertadores. A Guillermo no le convencía el rendimiento de Agustín Rossi y la dirigencia desembolsó 5 millones de dólares por Andrada, que debutó en los octavos de final de la Copa contra Libertad de Paraguay.
Con nervios de acero, dio la talla en sus primeras presentaciones justo antes de que la desgracia llamara nuevamente a su puerta.
Un choque del defensor brasileño del Cruzeiro, Dedé, le produjo una fractura de maxilar que lo sacó de las canchas. La rehabilitación fue durísima. Trabajó a contrarreloj para volver a jugar antes de la segunda final de la Libertadores, fue exigido en un partido por Superliga ante Patronato de Paraná, convenció a su entrenador y salió de titular ante River en Madrid. No hubo final feliz para Boca. Él estuvo a la altura de las circunstancias.
Arrancó 2019 y Gustavo Alfaro, su nuevo entrenador, le buscó competencia seria: pidió la contratación de Marcos Díaz. El DT respetó su titularidad y le renovó la confianza por sus excelentes performances en lo que va del año. Fueron las mismas que le hicieron tomar la decisión a Lionel Scaloni de incluirlo en la nómina de esta gira con la Selección.
Este martes contra Marruecos tendrá su oportunidad y jugará sus fichas para meterse en la lista de la Copa América de Brasil.
Por su cabeza pasan mil cosas. La revancha con Boca en la Libertadores y sus sueños de Selección. Su mamá, su papá, sus hermanos. Y, en retrospectiva, el aroma de los viñedos y aquellos tachos de uvas que lo hicieron madurar temprano.