«No nos une el amor sino el espanto», podrían haber dicho Cristina Kirchner y Alberto Fernández ante la prensa. Pero el celo con el que guardaron la información de sus encuentros furtivos les hizo ahorrar la cita del poema de Jorge Luis Borges.
La primera cumbre se produjo en diciembre. La ex presidente le pidió a Juan Cabandié, curtido en esto de celebrar «asados de unidad», que lo convocara al Instituto Patria. Y el ex jefe de Gabinete se mostró dispuesto.
No se veían la cara desde el 2008, cuando el conflicto del campo hizo estallar la relación en mil pedazos. Pocos días después del famoso voto «no positivo» de Julio Cobos, Fernández decidió dejar su cargo. Y Cristina, inclemente, se empacó: no le atendió nunca más el teléfono.
Al momento del reencuentro, tabicado para la prensa, cada uno se dedicaba a lo suyo, aunque había un denominador común: la Justicia. Ella estaba sumergida en la defensa de las causas que aún la involucran; él escribía un libro sobre la jurisprudencia aplicada en los últimos dos años, tanto en materia de excarcelación como de prisión preventiva.
Para unos se trató de un festival de la hipocresía. Para otros de un verdadero borrón y cuenta nueva. Lo cierto es que Mauricio Macri logró en este último tiempo lo que ni Máximo Kirchner pudo en una década: volverlos a sentar, confidentes, como en aquellas trasnochadas de la Quinta de Olivos o la Casa Rosada.
La agenda fue tan amplia que concertaron otra cita antes de Navidad. Finalmente tuvieron tres reuniones y numerosos llamados telefónicos, que se sucedieron hasta esta misma semana. Entendieron que el PJ, atomizado y sin conducción, no tendrá otro futuro que el fracaso.
En la última elección, Cristina, aun siendo la peronista más votada, mordió la arena de la derrota. Y Fernández no logró apuntalar a Florencio Randazzo como proyecto superador del kirchnerismo.
La experiencia fue suficiente para convencer a ella de colaborar en el proceso de unidad del peronismo y a él de salir con un pomo de póxipol en la mano para pegar todas las piezas rotas del partido. De hecho, habló con Randazzo y Sergio Massa. Y esta semana marcó el celular del enardecido Hugo Moyano.
El sindicalista augura que pasado mañana, en el llamado «encuentro de la unidad» que se celebrará en la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (Unmet), los kirchneristas, massistas y randazzistas se pronuncien a favor de la marcha de camioneros del jueves 22. Lo cierto es que en el firmamento justicialista por ahora nadie le prometió nada.
Eso sí, Fernández está tan entusiasmado en su rol de articulador que les confió a sus amigos más cercanos los pormenores de la charla que mantuvo con el Papa, en un reciente viaje que coincidió con su paso por España para dictar clases en la Universidad Camilo José Cela.
Los ingentes esfuerzos para que el dato no trascendiera fueron en vano, básicamente porque la agenda del Vaticano no es infranqueable. El ex funcionario kirchnerista terminó confirmando a Infobae el encuentro con Su Santidad —el 26 de enero, tras un intercambio epistolar— pero se negó a brindar mayores detalles asegurando que lo conversado pertenece a la órbita de lo privado.
Sin embargo, al menos dos de las personas más cercanas a Fernández, ambos peronistas y admiradores de Francisco, informaron que la reunión se extendió por aproximadamente una hora y veinte, y que transitaron temas religiosos y, sobre todo, políticos.
Acaso lo más trascendente fue que el Papa admitió la frialdad de su vínculo con Macri, aparentemente —siempre según estas dos fuentes— por entender que dos ministros nacionales operan en su contra. ¿Dio a conocer los nombres? Es un misterio.
Esa misma visión conspirativa es la que desplegó para explicar las críticas que recibió en Chile, luego de defender el derecho a la inocencia del obispo Juan Barros, acusado de encubrir abusos sexuales. Francisco cree que detrás de esos cuestionamientos estuvo la mano ramplona de la masonería.
No obstante ello, exhibió empatía con Michelle Bachelet (no así con su sucesor en la presidencia del país trasandino, Sebastián Piñera) y también el anhelo de volver a la Argentina. ¿Cuándo? El Papa es inescrutable pero Fernández le habría manifestado la inconveniencia de que esto ocurra en el corto plazo, convencido de que eso tensaría la situación de los dos lados de la grieta.
Como ya hicieron trascender otros visitantes a Santa Marta, Su Santidad mostró una enorme estima por Juan Grabois. Y, al igual que el fundador y referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTA) y de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), expresó su convencimiento de que en el país existe un aceitado andamiaje político-judicial.
La idea de una Justicia servil con el poder de turno es una de las banderas que enarbola por estos días Cristina, a quien el Papa también habría elogiado ante Fernández, pese a admitir que el kirchnerismo, cuando era gobierno, le hizo la vida difícil.
El ex jefe de Gabinete conoce a Jorge Bergoglio de esa dura época, cuando los dos cerraban la boca para evitar mayores tensiones, y también cuando los dos la abrían para entregarse al doctor Carlos Cecchi, el dentista que compartían.
Se sabe, ya fuera del poder, la ex presidente restableció la paz con Francisco. La novedad es que ahora, en el amanecer del 2018, hizo lo propio con Fernández.